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La sierra de Entzia y los montes de Iturrieta forman una altiplanicie caliza que cae vertiginosa sobre la Llanada alavesa. Aparece cubierta por extensos hayedos y cerrados robledales sólo rotos por los rasos, amplias extensiones deforestadas donde pastan grandes rebaños de ovejas y ... manadas de vacas y caballos. Alberga una gran variedad de fauna y flora. Las setas brotan en cantidad y calidad, aunque su recogida está acotada. Los orígenes de su poblamiento se remontan a la Prehistoria -hace 5.000 años- como lo recuerdan los restos megalíticos dispersos por su superficie.
La sierra fue mucho más amplia, de hecho hasta el año 1843 Encía era el nombre primitivo del conjunto geográfico que va del puerto de Lizarraga, en Navarra, al de Opakua, en Álava. Pleitos y disputas sangrientas sobre pastos y bosques obligaron a construir un enorme muro de piedra para separar Entzia de lo que ahora se llama Urbasa. Una de las razones de que bosques, praderas, caminos y fuentes se hayan preservado hasta la fecha hay que buscarla en su división en parzonerías, modelos de gestión de los aprovechamientos comunales basados en la propiedad compartida de los montes. Ninguno de los pueblos alaveses que las integran posee una parte física del territorio, pero todos lo utilizan de una manera razonada. A pesar de su origen ancestral, ha demostrado ser válido.
El laberinto de Arno por la charca de Iturbaltz Desde Vitoria tomamos la A-1. Luego A-2128 hasta el puerto de Opakua del que sale a la izquierda la pista asfaltada.
Legaire. 9 kilómetros por la pista que viene de Opakua.
Este paraíso de los senderistas y montañeros, ideal para caminar horas sin rumbo fijo, no se reduce al bosque. El caminante también encontrará laberintos kársticos, despeñaderos y simas como los Cristinos, Iguaran, Arrasate y la de Las Armas; guaridas de fieras -los lobos aún visitan la sierra- y majadas pastoriles -Legaire y Zezama son las más conocidas-. No podían faltar las ermitas, Santa Teodosia encima del valle de Arana ocupa un enclave espectacular. Y allí, una vez más, un templo cristiano aparece asociado a una construcción prehistórica.
Pasear por el bosque de Entzia supone más que un entretenido recorrido entre hayas y boj emergentes de una atmósfera tenebrosa, muy del gusto del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. Bajo la sombra de estos copudos árboles, algunos inmensos, todos centenarios, se ocultan otras sorpresas. Ruinas de barracas militares, estructuras megalíticas olvidadas, simas vertiginosas, nacederos y sumideros de arroyos y laberintos kársticos donde la caliza aparece taladrada en huecos y cavidades y moldeada en monolitos de formas curiosas. En efecto, son varios los laberintos, pero en este rincón de la sierra los más conocidos son los de Arno y Katarri. El primero, el más próximo y fácil de localizar, es el que visitaremos.
Una pista asfaltada, que recorre los rasos, parte a mano derecha una vez pasado el puerto de Opakua. Al principio está bacheada. Tras un par de kilómetros de marcha accedemos al aparcamiento que en los mapas llaman Mezkia, pero es conocido como el de 'Los alemanes', por el grupo de ingenieros teutones que en los años 60 del pasado siglo buscó -sin éxito- petróleo en la sierra. Del aparcamiento una senda ancha rebasa una puerta y recorre un bosque de alerces y pino insignis hasta la charca de Iturbaltz, pequeño embalse rodeado de árboles que parece natural y tiene un alto valor ecológico, puesto que, además de las vacas y los corzos, lo aprovechan las aves de paso para descansar en sus migraciones.
De la cola del embalse sube un sendero pisado y señalizado con hitos que se adentra en el hayedo con ejemplares altos, de tronco recto, que requieren una vida humana para alcanzar su madurez. También árboles retorcidos y mellados por los años y el hacha del carbonero. Entre unos y otros, plantones jóvenes medran entre hayucos de otoños pasados. El bosque nos envuelve. Humedad y hojarasca. El silencio es sepulcral. Los pájaros se reducen a currucas, carboneros, mirlos oportunistas y cuervos que avisan de nuestra presencia con graznidos.
Se toma una pista más pisada que cruza y caminamos hacia la derecha entre hayas que ahora se mezclan con robles, fresnos, abedules y grandes helechos para alcanzar el puerto de Bikuña. Los diferentes monolitos que conforman el laberinto de Arno se reparten por los alrededores. Dicen que uno parece un elefante y otro -un arco rodeado de orificios- que es el más original. Para dejar volar a la imaginación. El GPS nos será de gran ayuda tanto en este paraje como en todos los anteriores en los que es fácil desorientarse.
De Bikuña, si atendemos a un poste indicador del GR-120 y tomamos la derecha, es posible ir a las chabolas de Legaire y sus dólmenes. Podemos regresar a Iturbaltz en un tranquilo 'wanderung' (excursión a pie) y de allí al coche. Pero también existe la opción de prolongar la marcha. Por la izquierda una senda fácil de seguir y señalizada como GR-120 continúa hasta Opakua. Bordea el cantil con unas vistas excelentes sobre La Llanada. Vamos entre el hayedo y el abismo por un tobogán de alturas por las cimas de Txumarregui, Zalanportillo y la Peña Roja, coronada de hayas y con buzón colocado por la Fundación Mejora, antes de descender al puerto de Okariz. De Okariz bajamos hacia el Sur al raso de Zezama. Una vez en la pista sólo queda regresar al aparcamiento de 'Los alemanes'.
Otro de los parajes mágicos de Entzia son los rasos de Legaire. En una amplia pradera, colindante con la vecina Urbasa, protegida del viento Norte por los montes Ballo, Mirutegui y Surbe y enmarcada por un hermoso hayedo adehesado, se encuentra la mayor concentración de megalitos de la sierra y de Álava. Se cree que están relacionados con el pastoreo y la trashumancia, actividad que según los arqueólogos comenzó en la zona 5.000 años A. C. y que ha pervivido hasta el presente. Aún ahora los pastores alaveses suben a repetir el rito en las majadas de verano.
El acceso a Legaire es sencillo. Del puerto de Opakua basta con seguir la pista, a la izquierda, que entra en la sierra. Tras pasar el raso de Itaida -con un refugio- se llega al raso de Igorita, donde se aparca el coche en un recodo de la ruta. La pista a la izquierda continúa hacia Legaire, con otro aparcamiento. Merece la pena empezar de abajo. Por delante hay dos kilómetros de ligera subida a través de una pista de grava que cruza un hayedo despejado, fácil de explorar. Los endrinos, acebos y rosales bordean la ruta y baja cristalino el arroyo Legaire, que luego desaparece en un sumidero. El raso de Legaire se extiende como amplia pradera de hierba corta y verde donde el pastoreo intensivo ha eliminado el bosque. Llama la atención la cantidad de grandes hayas secas dispersas, que según dicen los pastores y pudiera ser verdad, al estar solitarias son fácil presa de los rayos.
Un gran panel informativo de casi todo, incluyendo los megalitos -dólmenes, túmulos y crómlech y de los menhires que se agrupan en la zona. Casi todos troceados y tumbados, aparecen junto a senderos y portillos, paso habitual de los pastores. El más conocido es el menhir de Akarte, localizado por el padre Barandiarán en el año 1919 y cuya parte visible mide 3,80 metros, convirtiéndolo en uno de los más grandes de Euskadi. Estos menhires y otros monumentos prehistóricos se pueden seguir en una ruta señalizada por terreno cómodo. Son testigos mudos de unos hombres que poblaron la sierra hace 5.000 años pero realmente se desconoce a ciencia cierta si tuvieron alguna relación con el pastoreo.
Dónde comer A menos de 20 kilómetros del Puerto de Opakua encontramos cinco restaurantes donde reponer fuerzas tras el paseo.
Restaurante El Gordo (Salvatierra). Calle Mayor, 69. 945300042. www.restauranteelgordo.com.
Restaurante Zerua (Salvatierra). Fueros, 945312716. www.restaurantezerua.com
Sidrería Araia (Asparrena). Santsaerreka, 26, Araia. 945304763 / 652739946. www.sidreriaaraia.es.
Restaurante Laua (Langarika). C/ Langarika, 4. 945301705. ww.lauajantokia.com.
Restaurante Aletegi (Argómaniz). Parador de Argómaniz. C/ El Parador. 945293200. www.parador.es.
La pista que cruza el raso conduce hacia la izquierda a las chabolas y pasamos junto a una fuente, una de las pocas en la sierra. Las bordas son muchas, todas modestas. Unas en uso y otras maltrechas, rodeadas de botellas, latas roñadas y zarzas. Tampoco se ven pastores. Las pistas y los todoterrenos permiten subir a la sierra en poco tiempo. Entre las bordas crecen fresnos, árbol caducifolio también longevo con cuyas ramas se alimentaba al ganado. Hasta hace pocos años guardaban los quesos que elaboraba cada pastor y que eran toda su fortuna.
Del aparcamiento es fácil subir al cercano portillo de Andoin (10 minutos) con ligera cuesta para contemplar el hayedo que también cubre la ladera norteña de Entzia. Descendemos al aparcamiento de Igorita por la pista de subida. Y lo haremos a paso rápido, porque el sol cae rápido y a estas alturas hace mucho frío.
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