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IRATXE LÓPEZ
Miércoles, 31 de octubre 2018, 12:43
Pocos codician el final de sus días pero llegado el momento de dormir el sueño eterno nada más romántico que hacerlo asomado al mar. El Cementerio de la Ballena, en Castro Urdiales, vigila el ir y venir de las olas, acunando a ... quienes cerraron los ojos y a aquellos que aún les lloran. Suma a esa humedad la propia, llena de serena armonía. Esculpido con arte por las manos del hombre que embellecen con celo su piso superior. Moldeado con redundancia de siglos por el océano que desgasta las rocas de su cimiento natural.
Visitar un camposanto es placentero cuando el objetivo pasa por revisar muestras artísticas, no antiguas heridas. Entonces datos y fechas se transforman en información turística, despegados de las lápidas donde se cuenta otra historia. El diseño del cementerio de La Ballena fue proyectado por Alfredo de la Escalera y Amblard, arquitecto diocesano y provincial, entre 1885 y 1888. Quería dotarlo de un estilo ecléctico recuerdo del lenguaje clásico, y lo logró. Capillas funerarias, panteones y nichos inspiran bucólicos rincones que incluyeron después influencias neomedievalistas, modernistas, góticas o de art decó.
La Ballena nació para dar respuesta al ensanche urbanístico local, como modelo de actuación urbanizadora e integración de belleza y practicidad, vida y muerte. Para mantenerlo «bien ventilado» y sin perjuicio a «la salud pública», según explicaban en la época, «mímesis» de la ciudad de los vivos por su distribución en calles y manzanas. Las vistas desde allí son maravillosas, con un horizonte lejano que promete despertares desconocidos. Perfectas para perderse en esa línea, reflexionar sobre el bien y el mal mientras la miras.
Declarado Bien de Interés Cultural en 1994, luce como uno de los ejemplos más notables de la arquitectura funeraria española. Pináculos, cruces, capiteles y torres se elevan hacia el divino, acompañados por el verde de los cipreses que delatan la finalidad del recinto. «Castro con vocación tan marinera / ofrece desde un arte sacrosanto / a sus difuntos a modo de manto / monumentos de historia duradera», escribía el poeta Fernando Zamora refiriéndose al remanso de paz.
Sus panteones fueron proyectados por notables arquitectos, ejecutados por escultores y canteros de prestigio. Allí quedan las firmas del arquitecto Leonardo Rucabado, Emilio de la Torriente, Eladio Laredo, Severino Achúcarro o el Premio Nacional de Escultura, Helzel, entre otros. Moradas finales que pagaron las familias burguesas, los Ocharan, Helguera, Artiñano, Cortejanera o Isidra del Cerro, para albergar sus huesos y sus almas en solares privilegiados. Destaca, entre todos, el panteón de la Familia del Sel, custodiado por un ángel de bronce y cuatro halcones con capucho que evocan el revivalismo egipcio. Después, en suave pendiente hacia el mar, se hace hueco el resto de residentes, en esta tierra donde descansan personajes ilustres como el propio Leonardo Rucabado o el compositor Arturo Dúo Vital.
Allí estuvo también el guerrillero antifranquista Francisco de Bedoya en una tumba repleta siempre de flores, hasta su traslado a Santander por petición familiar. Y sigue el sencillo panteón recuerdo a quienes viajaron al nuevo mundo en busca de fortuna con dedicatoria de José Ibarra Hornoa: «Por los castreños que en tierras americanas expiraron con el alma puesta en Castro de sus amores, os pido con fervor una plegaria para que Dios les conceda un eterno descanso».
Horario de apertura: de lunes a domingo (8.00-19.00 horas). 942782900. Web castro-urdiales.net/cementerio.
Visitas guiadas a cargo del doctor en historia Víctor Aguirre Cano el sábado 3 y el domingo 4 de noviembre. De 11 a 13 horas. Punto de encuentro: puerta del Cementerio de Ballena. Gratuitas, sin inscripción previa y plazas limitadas.
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