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Puente Viesgo es sinónimo de descanso, de relajación y tiempo pausado. Su nombre se asocia a colinas verdes, cuidado personal y olvido de prisas. Numerosas personas acuden al valle de Toranzo para dejarse acunar por el río Pas, caminar imbuidas por el paisaje y permitir ... correr las horas sin agobios mientras observan imágenes de postal. Algunas no saben que, miles de años antes, otros hicieron lo mismo desde las cuevas que les servían de cobijo, dentro de un mundo más trabajoso que el nuestro, pero igual de atentos a tamaña belleza. También desconocen que cinco pueblos nutren el municipio cántabro: Aes, Hijas, Las Presillas, Vargas y el propio Puente Viesgo. Que juntos lo modelan como a una composición escultórica y aumentan, todos a una cual Mosqueteros, sus posibilidades.
Desde el siglo XVIII, las aguas medicinales del manantial atraen a numerosos visitantes sedientos de salud. Lo certifica el edificio del balneario. Tal vez los baños no alivien corazones rotos por mal de amores (aunque mejoran el ánimo), pero están indicados en caso de enfermedad de ese órgano, del sistema nervioso o la hipertensión arterial y el reumatismo visceral, por nombrar algunas. Si una declaración confirma la importancia del entorno es la de Patrimonio de la Humanidad para las cavernas que socavan el monte Castillo. Allí plasmaron su arte y espiritualidad nuestros antepasados del Paleolítico, en las cuevas de El Castillo, Las Chimeneas, Las Monedas y La Pasiega. Dos de ellas reciben visitas guiadas (reservas: https://cuevas.culturadecantabria.com/). Sumergirse dentro de sus profundidades es asistir a una clase de historia en vivo. Sentirás las sensaciones que aquellos hombres y mujeres sentían, la humedad calando los huesos (imagina con frío glaciar), las dudas sobre el futuro, los miedos y preguntas que tal vez trataron de responder pintando.
En la Cueva de El Castillo predominan manifestaciones de arte rupestre de cronología Solutrense-Magdaleniense, figuras de animales que aprovechan el relieve de las piedras, manos plasmadas sobre roca en un intento de dejar clara la presencia. El interesante viaje sirve para aprender sin darse cuenta de hacerlo, la mejor forma de absorber conocimientos. «Sabían que este lugar era perfecto porque observaban las tierras cercanas y, al encontrarse cerca del mar, podían añadir a su alimentación lo que el agua ofrecía», narra la cicerone durante una actividad repleta de datos y curiosidades. El paseo artístico se redondea con otro geológico en la Cueva de Las Monedas. Llegada del Magdaleniense superior, muestra formaciones espectaculares, estalagmitas y estalagmitas, columnas, macarrones... además de otras pinturas de animales.
Al escapar desde la oscuridad a la luz, recuerda que el nombre de Puente Viesgo tiene su origen en la construcción de una pasarela que atravesaba el río en el punto más estrecho con sólidos cimientos rocosos, antes de entrar a las hoces. A su vera levantaron la ermita de San Miguel aproximadamente en el siglo XII y, alrededor, el pequeño poblamiento. Por entonces, los vecinos ya eran libres, ostentaban la capacidad de escoger señor en régimen de vasallaje, ya saben, aquello de 'te pago impuestos a cambio de protección'. Hoy día, la corriente aún fluye limpia; alberga las idas y venidas del salmón, tesoro buscado por los pescadores.
En las calles encandila la iglesia de San Miguel. Despista su aspecto neorrománico, por su culpa hay quienes creen en la antigüedad del templo, aunque en realidad se trata de un edificio construido a mediados del siglo pasado. Junto a él descansa el atractivo Palacio de Fuentespila, de corte regionalista. Obra del arquitecto montañés González Riancho, coautor del santanderino Palacio de la Magdalena, funciona ahora como ayuntamiento, inspirado en las casonas montañesas de los siglos XVII y XVIII.
Edificios con encanto hay muchos, resalta en la vecina Aes su conjunto monumental. Casas blasonadas del siglo XVII lucen sus encantos a lo largo y ancho del barrio de Las Cortes. En el de Cal, sin embargo, predominan las populares con solana corrida entre dos cortafuegos. Unos kilómetros después, en Presillas, aguarda otra sorpresa de lujo, tan protegida de miradas curiosas que si no te acercas hasta sus muros resulta imposible desvelar sus secretos: el Palacio Helguera (www.palaciohelguera.com). Construido en el siglo XVII como retiro del Conde de Santana, mano derecha del Virrey de Perú, pasó por manos de la aristocrática familia Ceballos. Actualmente, un hotel boutique antique de solo once habitaciones y el restaurante Trastámara, seña culinaria, pueblan el lujoso alojamiento dedicado a dos artes características ya de la zona, la del relax y la de los objetos deseables impregnados de historia.
Sus jardines hacen juego con la exuberancia natural. Puertas adentro, la diseñadora Malales Martinnez Canut propone una experiencia para mimar los sentidos. Al descanso necesario se suma el interiorismo inusual. Muebles de todo el mundo ornan las estancias, otorgan un maravilloso aspecto señorial que atrapa sin remedio. La mirada se pierde entre vajillas de colección y tejidos suntuosos, tapices y cuadros, teteras de plata y jarrones de inspiración oriental... Lo magnífico es que todas esas antigüedades proporcionan no solo un ambiente sofisticado, sino acogedor. Y además, están en venta, permitiendo llevarse un pedacito de su impresionante pasado.
Alojarse entre sus anchos muros implica pasear por un museo, un anticuario vivo que abraza a quien lo habita y hace sentir tan especial como cada uno de sus elementos. Entre chimeneas en las que chisporrotea el fuego (hay una espectacular junto a la piscina), sillones pretendidos en otras épocas por la nobleza o bañeras con patas de garra que harán sentir parte de ella. La piscina panorámica con vistas al valle invita a dejarse acariciar por la calma. Ayudan al espacio wellness tratamientos estéticos y corporales gracias a los que olvidar, o al menos aplazar, cualquier problema. En el precioso comedor del restaurante Trastámara, abierto también a no alojados, el chef Renzo Orbegoso Hinojosa fusiona cocina cántabra con influencias latinoamericanas. Imposible no encontrar un detalle con el que deleitarse tras cruzar las puertas.
Una vez servido y comido, viene bien un poco de deporte. La Vía Verde del Pas proporciona casi 26 kilómetros llanos para recorrer a pie o en bicicleta (https://viasverdes.com/). Enlaza tierras pasiegas con el mar, Ontaneda con Astillero. El antiguo ferrocarril de vía estrecha, inaugurado en 1902, nació porque los santanderinos deseaban una salida directa hacia la meseta, pero Ontaneda nunca contempló pasar los trenes más allá de su estación. Allí quedaría el modesto enlace, aplastado por otra ambiciosa idea, la vía Santander-Mediterráneo, que también moriría antes de nacer.
El tramo que nos ocupa no resultó económicamente provechoso, motivo por el que lo cerraron en los años 70. Ahora luce hermoso y su valor tiene que ver con la salud de los usuarios. Muchos autóctonos pasean cada día por la senda, especialmente los fines de semana cuando, a su paso por Puente Viesgo, se suman turistas. Da gusto dejarse calentar por el sol y perderse en las promesas de la lontananza, más allá de las montañas, de los verdes valles pasiegos, hasta donde la vista no alcanza y solo llegan los sueños.
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