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Erotismo en la naturaleza
Días de berrea (Gorbeia) ·
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Días de berrea (Gorbeia) ·
Ser periodista, ser fotógrafo tiene sus inconvenientes: todo el día estás con la antena puesta, todo el día maquinando ideas, todo el tiempo en guardia, todo el tiempo con «mirada de objetivo», siempre trabajando. Pero también tiene sus ventajas: puedes entrar a lugares vetados a ... la mayoría, llegar a sitios restringidos al público, gozar de la vida que se queda entre bastidores, escudriñar rincones prohibidos, conocer a gente sorprendente que te abre sus puertas, y muchas más cosas bonitas.
Irse «de berrea» es uno de esos privilegios, no sin trabajo y esfuerzo, y puede que incluso sin premio. Porque a algunos fotógrafos acreditados se nos permite, autorización mediante, acudir en el otoño a fotografiar el celo de los ciervos al Parque Natural de Gorbeia. Con estrictas condiciones: horario de entrada y salida a un área delimitada por los técnicos, obligación de permanecer oculto en un escondite camuflado, mucho respeto a los animales que quieres observar, silencio...
Pero, después de haber ido dando botes por una pista difícil, llegas allí arriba, te pegas una buena sudada para llegar al sitio cargado con tus artilugios, miras, eliges, decides cuál será tu apostadero, montas con el mínimo jaleo tu refugio y adentro. Para entonces la música ya te ha acompañado por el camino: los berridos de los machos llenan bosques y barrancos.
Preparas tu trípode, montas cámara y teleobjetivo, prismáticos en mano atiendes cada movimiento en la periferia que tu escondite te permite escudriñar. Así puedes pasar horas sin ver un bicho. Porque los ciervos salen a buscar pelea y a liarse con las hembras muy al atardecer, casi cuando el día se marcha y deja el sitio a la oscuridad de la noche. Igual si hay sol que si caen chuzos de punta, cosas ambas que suceden siempre en Gorbeia en el tiempo del otoño.
Bueno, sucede por fin. Ahí llega un macho ante tu escondite, viene berreando, se para, levanta su cabeza, berrea. Es un ejemplar de esos de trofeo: 18 puntas. Apuntas, esperas el momento, disparas una ráfaga: txak, txak, txak, txak... El ciervo busca contrincante; allá lejos hay otro que baja detrás de una hembra menuda, corren; él berrea sin pararse. El otro también. En tiempo de celo las ciervas están muy atentas a todo; los machos sestean, pero en las horas cercanas a los crepúsculos se mueven excitados, no comen, corren, buscan rivales para pelear por las hembras. Mis ciervos están a tiro de cámara, se desafían, corren acercándose impetuosamente y pelean… ¡clasclás! Impresiona el choque de esas portentosas cornamentas, impresionan el forcejeo, impresiona la lucha. Uno de ellos se va por fin tras la cierva; ella parece escapar, pero cede a la huida. El bicho de las 18 puntas la monta, en silencio, apenas unos segundos, apenas tiempo para cuatro disparos.
La erótica de la naturaleza es muy poco sensual, lo reconozco, pero está llena de emociones, de incertidumbre de acción espectacular. Cada otoño, en septiembre y en octubre, sucede en el Parque Natural de Gorbeia: es la berrea, el celo de los ciervos.
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