El embalse de Sobrón frena al río Ebro. Fotolia
GPS | Paisajes con alma

El Ebro de las tinieblas y aguas medicinales

Embalse de Sobrón | Burgos ·

El río es un maestro en crear paisajes y convertir el clima al viajar largo y tendido por media geografía de España

Miércoles, 3 de mayo 2023, 17:13

El Ebro, con el mayor caudal de los ríos españoles, no marcha todo lo libre que quisiera. En los 930 kilómetros que recorre desde las montañas cántabras de Campoo, donde tiene sus fuentes, hasta las marismas del delta en el Mediterráneo, el río se lleva ... a rastras y suspendidas en sus aguas todas las tierras que le dejan. Pero cada vez menos porque le van deteniendo su marcha un rato tras otro. Presas y más presas lo sujetan, embalses y esclusas lo domestican y apaciguan, cerca de setenta en toda la cuenca, centrales eléctricas y toda clase de ingenios se aprovechan de él.

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También una central nuclear que lleva unos años, desde el 16 de diciembre de 2012, parada (gracias). La central, Santa María de Garoña es ahora como un monumento aislado, inaccesible y sombrío, y fue la razón de poner otra barrera al Ebro en el embalse de Sobrón. Creado para la refrigeración y producción de vapor en la generación de energía, el embalse se convirtió en un «calentador» del agua del río y este en un fabricante de nieblas.

Sí, el embalse de Sobrón frena al río Ebro y lo convierte en un espejo de paisajes en el valle de Tobalina, donde se unen las tierras burgalesas y alavesas, en un cañón que el río ha tallado durante milenios partiendo en dos las calizas del Cretácico. Por su izquierda, se elevan las peñas ariscas del monte Recuenco y, por su derecha, la sierra de Árcena, ambas erguidas sobre el lecho remansado del embalse. Los fríos de primavera, las escarchas del otoño y las aguas plácidas crean allí paisajes de ensueño, bellezas simétricas y estampas románticas donde los cormoranes componen siluetas fotogénicas abriendo sus alas.

El desfiladero de Sobrón, que llaman también fondón de Tobalina, irradia luces entre las nieblas y al mismo tiempo esconde sus rincones más antiguos. Un maderero y los monjes de Bujedo y Oña venían a curar sus dolencias a la Fuente de la Salud. Allí, al pie de una cavidad, y a orillas del Ebro, aguas abajo de la presa, emerge aún transparente y claro el líquido «radiactivo, clorurado, sulfatado de escasa mineralización y litínico indicado para catarros gástricos y vesicales e infartos hepáticos». Es el manantial de Portilla; al otro lado del río, el manantial de Sobrón fue aprovechado como un gran balneario que la Diputación alavesa construyó en 1858. Sólo seis años más tarde el emprendedor José Ignacio Aresti conseguía la primera licencia para embotellar agua mineral en España y gracias a ella llegó a exportar sus aguas medicinales a Cuba.

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Ahora la central nuclear descansa, el balneario es una ruina y el embalse sigue aún creando nieblas. Abajo se miran al espejo los cormoranes, arriba planean incesantes los buitres.

El Ebro no se detiene en Sobrón más que un instante y continúa fabricando paisajes hasta el Mediterráneo.

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