Los grupos para visitar Rei Cintolo son de diez personas y hay que reservar en el teléfono 982 507 177. La Voz de Galicia
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Ruta por la mayor cueva gallega: 7.000 metros de galerías y 600 se abren al público para gatear por grietas angostas

En este rincón agreste de Mondoñedo (Lugo), hay que dejarse caer por desniveles de rocas resbaladizas bien agarrado a cuerdas

Viernes, 20 de octubre 2023, 17:31

Las cuevas siempre son sitios misteriosos que gusta mucho visitar. Es como ingresar a otro mundo, oscuro y oculto, pero normalmente domesticado, cómodo. Ejemplos de ello son Pozalagua, Covalanas, el Drach... Hay muchas. Pero no tienen nada que ver con esta. El atractivo de Rei ... Cintolo no es la espectacularidad majestuosa de cavernas que son como catedrales, ni las dimensiones de las estalactitas y estalacmitas, ni el eco lejano del agua goteando en lagunas prístinas iluminadas por luces indirectas. No hay de eso. Y tampoco ofrece un paseo por cómodas pasarelas de madera con música de violines. Qué va.

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Aquí, en este rincón agreste de Mondoñedo (Lugo), hay que dejarse caer por desniveles de rocas resbaladizas bien agarrado a cuerdas, gatear por grietas estrechas, trepar por chimeneas angostas, contorsionarse y caminar sobre entornos irregulares que patinan mucho. Es buena idea rechazar los guantes que se ofrecen antes de la excursión porque así uno sale con las manos muy suaves debido al contacto con la arcilla húmeda, que en algunas zonas lo impregna todo y hace el efecto de un tratamiento de belleza natural y rudimentario.

En ruta

  • Distancia: 428 kms. desde Bilbao y 490 desde Vitoria.

  • Entrada: 15 euros, con reserva previa.

Hay que tener muy en cuenta todo esto para evitarse sorpresas desagradables. Es decir, lo que ofrece el Rei Cintolo no es un entorno bonito y sosegado, sino una experiencia bastante intensa. Se trata de hacer un poco de espeleología básica. No hace falta ser un portento físico, pero sí tener agilidad y presencia de ánimo. No hay que llevar un gran equipamiento, pero sí calzado cerrado y prendas capaces de amortiguar el contacto del cuerpo con la roca.

Ya en la caseta donde se junta la gente antes de la actividad facilitan un mono blanco y liviano para que el personal no se ponga perdido de fango. Aunque, pese a todo, hay que llevar una muda completa porque el agua marrón termina calando hasta lo más íntimo. El equipamiento incluye un casco, protección que se revelará vital, y un frontal sobre él, única iluminación que hay en el interior de la cueva.

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En algún momento el guía le pedirá al grupo, de un máximo de diez personas, apagar los focos y así sentir el peso de la oscuridad, que el silencio hace aún más densa. Eso ocurre en un punto intermedio del recorrido circular de 600 metros. A estas alturas ya se han superado pasos complicados por donde no hay vuelta atrás, y ninguno de los excursionistas sabe por qué cavidad estrecha o por detrás de qué roca continúa el camino. Una ratonera, vamos. Es un momento propicio para tomar conciencia de la fragilidad propia y para preguntarse otra vez qué pinto yo aquí.

Resumiendo: la hora y media de paseo (y deslizamiento, y gateo, y escalada) es intensa y divertida. Pero también hay cierta tensión, y para canalizarla por la vía de la compensación el personal hace bromas sobre lo improbable que sería terminar la aventura saliendo indemne todo el grupo, o sobre las posibilidades de que cualquiera se escurra por alguna de las oquedades que como sombras acechan en los recodos.

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Pero no pasa nada malo. Con un poco de suerte se regresa a la entrada, única vía de acceso y salida, con alguna magulladura y la adrenalina por todo lo alto. Hay quien se abalanza a la boca de la cueva buscando recuperar la presencia del cielo sobre su cabeza.

Puede ocurrir que ya sea de noche. Queda cambiarse la ropa enfangada en plan comunitario dentro de la caseta de madera, iluminada por los frontales apoyados en el suelo. Y luego, conducir quince minutos por una carretera angosta hasta Mondoñedo donde hay muchos bares a los que ir de vinos antes de cenar. En ellos se juntan familias y cuadrillas de jóvenes, y también grupos de jubilados como muros de tonos grises al fondo de las barras. Hay muy buen ambiente y ofrecen tapas gratis a elegir: oreja o criollo, tortilla o empanada... Cosas así, y a veces mucho más elaboradas pero siempre muy gustosas.

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