Cueva Llana, uno de los tres ojos de la Sálvada
Orduña (Bizkaia) ·
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Orduña (Bizkaia) ·
A la virgen de la Antigua en el Txarlazo ya le giramos visita para inspeccionar sus hormigones resquebrajados. La sierra Sálvada que también llaman Gorobel, tiene ahí uno de sus miradores al mundo de los paisajes, pero también tiene muchos más. Entre picos y precipicios, ... que abundan a lo largo de la sierra, tres ojos naturales se asoman caprichosamente al vacío y permiten una mirada singular a los valles y horizontes que se extienden a los pies de las montañas. La ventana de Ungino es gigante, el pasadizo de Curtiveranos un túnel estremecedor, la Cueva Llana te obliga a agachar la cerviz para cruzar su servidumbre bajo tierra y gozar al otro lado de esa experiencia única de asomarse desde donde no se puede ir más lejos si no es con la vista.
La Cueva Llana no tiene dos bocas, sino tres, dos le tocan a Orduña; la otra, un agujero vertical, es de Burgos, y con ellas se suman caprichos de alambradas, repartos de tierras y fronteras de los que la naturaleza entiende poco. De un lado a otro 135 metros de galería, un hundimiento de calizas cretácicas que ha propiciado este paisaje escondido que nos atrevemos a cruzar para alcanzar una «erea», una de esas praderas colgadas sobre el abismo donde se cobijan algunas flores y plantas raras.
Lo mejor de la Cueva Llana son sus amaneceres veraniegos. Que nadie los busque más allá de la estación de los calores porque el sol saldrá por otro sitio que no vemos. Acostumbran en esta estación las nieblas a pasearse sobre las onduladas colinas de las tierras de Arrastaria, que fueron un día de Orduña y vizcaínas y son ahora de Amurrio y alavesas por tanto; acostumbran igualmente las mismas nieblas a pasearse por los paisajes de Aiara, todos al pie de la sierra, y quien mira desde arriba se regala entonces imágenes espectaculares de esos mares de nubes sobre los que flotan los horizontes de montañas, Ganekogorta y Gorbeia destacándose.
Desde Cueva Llana el efecto es mágico y si se aguarda a la salida del sol, apuntando en el cenit veraniego la mirada hacia el este-noreste, el momento puede ser incluso excitante. O quizás no. Porque como la niebla no se quede en el valle y quiera venir en compañía acaso nos quedemos con las ganas. Nos sucede a menudo a los coleccionistas de momentazos y por eso hemos aprendido que en la espera sin éxito también hay gozo y emociones. Todavía espero poder ver algún día desde Cueva Llana caer las nubes en cascada en ese efecto que se conoce como el «bollo» peinando las cornisas de la vecina cumbre de Bedarbide. Tiene que ser impresionante.
En la boca de Cueva Llana se encontraron, por cierto, cerámicas y huesos de animales; alguien que tenía allí morada o refugio las moldeó en el Neolítico. No es mal sitio para tal cosa aunque se nos haría un poco inhóspito ahora a las gentes acomodadas al sofá, ducha caliente y luz eléctrica disponibles a necesidad y hasta el derroche. Pero seguramente las emociones de aquellas gentes ante el paisaje serían parecidas, probablemente el sol era mucho más que placer estético, era calor y también símbolo de un espíritu desconocido y poderoso. Saber tanto de ciencia nos reduce sin duda la capacidad de sentir.
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