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Lo bueno del arte es que, aunque los creadores desaparezcan, sus obras perviven. Agustín Ibarrola nos dejó el pasado 17 de noviembre. El artista vizcaíno decía adiós al mundo terrenal para ocupar un espacio inmortal en el creativo. Utilizar el paisaje como lienzo, como soporte y materia prima, fue una de sus pasiones. Convertir la naturaleza en museo al aire libre, sana obsesión. «Cuando pinto árboles no me atrevo a decir que estoy haciendo pintura o escultura u otra cosa; digo que es un tratamiento espacial en un espacio físico tridimensional con relaciones rítmicas bidimensionales», explicaba.
Los ejemplares tocados por su genialidad cobran un aspecto evocador que cada cual completa según su mirada. Invitamos a descubrir el horizonte alcanzado por la propia dentro de cuatro zonas abiertas. Otra opción, en este caso de interior, pasa por visitar la muestra 'A base de papel. Papera ardatz' en el Museo de Durango, disponible hasta el 28 de enero.
Kortezubi (Bizkaia)
No hace mucho renació una de sus propuestas más famosas. A los árboles de este bosque les crecen en las cortezas motivos y figuras geométricas, como sarpullidos de intenso color. Los pinos radiata radian luz, la invisibilidad nunca fue una de sus características. No juegan al escondite con quienes los observan, al contrario, adoran ser descubiertos. Animan a cambiar de perspectiva, a convertir a quien ve en parte de lo visto, porque sin esos ojos jamás existirían.
Ibarrola reflexionó sobre el espacio y las reglas del arte dentro de un entorno mágico cuya raíz surgía en 1982, cuando empezó a pintar los pinos del bosque cercano a su caserío, a someter planos de profundidad a sus intereses. La enfermedad de la 'banda marrón' se cebó con aquellos ejemplares y la Diputación Foral de Bizkaia decidió trasladar la obra a un nuevo emplazamiento, recuperando además conjuntos artísticos malogrados por talas, ataques y caídas. «En la actualidad disfrutamos de un Bosque de Oma más completo y más fiel a la idea originaria del artista», aseguran desde el ente foral.
La visita es gratis, pero debes reservar día en www.bizkaia.eus. Puedes completarla a tu aire o con guía, en este último caso los sábados y fechas especiales. Participarás en una experiencia que reflexiona sobre el espacio y las reglas artísticas mientras paseas.
Llanes (Asturias)
A veces coincide que la muerte de un artista insufla vida a su nombre; otras, la renovación de sus trabajos tras fallecer forma parte de la casualidad. Es el caso de estos cubos, que en 2024 atenderán por fin las continuas peticiones de restauración solicitadas por el creador. Su retina no contemplará la nueva vitalidad de colores y formas, pero sí podrá hacerlo la del público.
La primera fase del conjunto arrancaba en 2001. Aguarda sobre bloques de hormigón en la escollera del puerto. Rompe aristas y traza juegos de formas; funde, gracias al color, superficies antes separadas. De esa unión artificial germinan volúmenes nuevos, un lenguaje plástico no figurativo. Disfruta su armonía, los cambios de luz, el movimiento del agua que, mecida por sus corrientes, cubre y descubre elementos y símbolos, ojos y peces.
El propio autor afirmó que esos cubos constituyeron «uno de los mayores retos a los que me he enfrentado, convirtiendo la escollera en una gigantesca escultura policromada de infinitos escorzos».
Muñogalindo (Ávila)
Aquí Ibarrola decidió dialogar con el granito de la dehesa, intimar con esa piedra y las encinas, retrotraerse a la memoria de los antiguos pobladores. Charló con el volumen de las rocas, pidió permiso a sus curvas y recovecos para vestirlas. Decía sobre este asunto: «Las piedras tienen formas; las formas sugieren siempre un tratamiento geométrico, el tratamiento que puedes dar por sus huecos, por sus volúmenes, por sus planos… son piedras rotas, abiertas. No se pueden ver de un solo vistazo».
Esperan cerca de Muñogalindo, en la margen derecha del Valle Amblés, a 16 kilómetros de Ávila capital (laspiedrasdegaroza.com). Sobre doce hectáreas. Suman 115, definidas durante un retiro del creador. La cita es perfecta para acudir con niños. Además del plano en el que localizar cada sugerencia, reciben un cuadernillo de pintura para imitar al autor.
El recorrido, sencillo, cuenta con zonas de descanso. Como en el resto de sus trabajos, la obra cambia dependiendo de la luz imperante en cada momento del día, de la localización en la que se coloca el público, ese reto de perspectivas adorado por el artista vasco. «Puedo trazar una línea recta situándome frontalmente a estos huecos y volúmenes, pero en el momento en que me desplazo medio metro han dejado de existir las rectas y se han convertido en líneas curvas y hay que jugar con todas la posibilidades expresivas», explicaba.
Empieza la visita al menos hora y media antes del cierre para caminar tranquilamente y dejar a los críos emplear la imaginación. Hay audioguías descargables con la idea de no perder detalle.
Allariz (Galicia)
Granito, pizarra y árboles esperaban la mano precisa y embellecedora del vizcaíno, como quien aguarda un cambio de imagen en la peluquería. A falta de pelo que teñir, Ibarrola dibujó sobre testas pétreas y cinturas de corteza motivos geométricos o sugerencias medioambientales. Se trata, en este caso, de 70 piedras y 14 árboles que volverán a lucir como recién pintados gracias a una buena hidratación del rostro, a una visita al esteticista programada para la primavera con el objeto de corregir los estragos del tiempo.
«Si metalizo una roca con papel plateado no estoy transformando solamente esa roca, convirtiéndola en escultura. Estoy haciendo alusión al cielo, al recorrido del sol, que es el hilo conductor de muchas cosas. A veces, en paisajes como los de Galicia tengo en cuenta el mundo cultural céltico. Mi manera de pintar las rocas de Allariz, por ejemplo, es muy distinta de lo que antes había hecho en el País Vasco», narraba.
Espacio natural convertido en símbolo de cultura y ocio, allí disfrute del medio y desarrollo del individuo compatibilizan labores. ¿Cómo? Integrando en la misma parcela de tierra la intervención artística y una minicentral hidráulica heredada del siglo pasado. Añadiendo al conjunto una explotación de ovino de leche y quesería, además de un centro de educación que enseña labores ganaderas para evitar la despoblación rural.
La propuesta reutiliza, en ese espacio de la parroquia ourensana de Requeixo de Valverde, materiales originarios de la zona. Naturaleza, etnografía y arte comparten hogar con el río Arnoia, cuyo transcurrir participa de esta sinfonía de abstracción. Fue en 1999 cuando abrían las invisibles puertas del bosque convertido en pieza artística. Con pintura biodegradable y la intención de sorprender a quienes se dejan embriagar por su encanto. Hay visitas guiadas (orexo.gal/es) para conocer a fondo el lugar, con degustación incluida.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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