La Catedral que se alimenta de la furia del mar
Mariña Lucense (Ribadeo. Lugo) ·
La playa más monumental del Cantábrico se extiende a la sombra de arbotantes de 30 metros que apuntalan los acantilados y nacen del viento y las mareasMariña Lucense (Ribadeo. Lugo) ·
La playa más monumental del Cantábrico se extiende a la sombra de arbotantes de 30 metros que apuntalan los acantilados y nacen del viento y las mareasCualquier aficionado a la literatura contemporánea identificará la Catedral del Mar con ese fresco absorbente donde Ildefonso Falcones recrea la Barcelona medieval, hogar de gremios y de luchas intestinas por el poder. Pero si hablamos del Cantábrico, no hay confusión posible. La playa de As ... Catedrais es un rincón de la Mariña Lucense azotado por los temporales al que se llega después de atravesar prados de un verde jugoso divididos por muretes de pizarra y hórreos que desafían el tiempo. «Un monumento natural con una dimensión sobrenatural», reza la publicidad que glosa las bondades del lugar. El resultado de esa batalla a brazo partido contra las tormentas es un prodigio geológico de arcos que se suceden los unos dentro de los otros, evocando naves y capillas, y de ojos abiertos en la roca por donde se vislumbra un océano infinito.
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Hasta Las Catedrales se llega por la A-8, tomando la salida 516 hacia Reinante y Rinlo. A un lado Foz y Burela, la primera refugio de amarristas deportivos y la segunda con su flota pesquera siempre a punto y la lonja encadenando subastas; del otro, Ribadeo, una suerte de atalaya asomada a la ría del Eo, enfrentada en la distancia a las casitas blancas de Castropol que rivalizan al amanecer con un sudario de niebla.
Y en medio esta playa, apoyada contra una pared de roca torturada; apuntalada con una sucesión de arbotantes que alcanzan los 30 metros de altura; cuajada de galerías y cuevas umbrías batidas por el mar Cantábrico. Un litoral quebrado, casi diría que maltratado; salpicado de simas que no han soportado por más tiempo el embate de las olas con que el océano ha golpeado sus paredes hasta convertirlas en un queso gruyere. Hogar de lapas y mejillones; también de piscinas naturales que duran lo que tarda en manifestarse la siguiente pleamar. Arriba, sobre los acantilados, un paseo bordea la línea de costa entre rebaños de ovejas y avisos para no correr riesgos innecesarios.
La playa de Las Catedrales se extiende a lo largo de 1.400 metros -con marea baja- y ocupa una extensión de casi 30 hectáreas, de las que dos terceras partes son aguas marinas. El lugar es como un escalón de la rasa cantábrica, un parapeto que tuvo su origen hace 500 millones de años en el hemisferio sur, transformado por el movimiento de las placas tectónicas. La distinta orientación de los estratos fractura pizarras y cuarcitas, agujereadas sin piedad por el oleaje, de manera que la erosión ha abierto una sucesión de arcos que se encadenan a lo largo de la línea de costa. Cuando el sol se filtra entre las nubes y arranca destellos en la pared de piedra, el efecto es mágico.
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400 km. separan Bilbao de Ribadeo por la A-8
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Las Catedrales, cuyo nombre original es Aguas Santas, no es una playa al uso. La estrechez de la parcela y la cadencia de las mareas -cambia cada seis horas, lo digo por los despistados a los que luego corta la retirada- hacen que la arena siempre esté húmeda, de manera que es más habitual ver allí paseantes pertrechados con cámaras que bañistas de los de tumbona. Es un espacio protegido que, al igual que sucede con los Parques Nacionales, tiene acceso limitado. ¿Cuántos? Pues poco más de 4.800 personas al día, con el fin de que se preserve la esencia del lugar y no se convierta aquello en una romería (lo que visto el aspecto del aparcamiento no siempre se consigue).
El plan no tiene desperdicio. A Las Catedrales se va con idea de emplear un par de horas -más, si la visita incluye un baño- y de rematar acto seguido con una comida en los alrededores. Por ejemplo en Rinlo, donde es preceptivo comer el arroz con bogavante y las filloas de postre de la cofradía de pescadores, a un paso del puerto chico y a otro del cementerio donde las cruces parecen barnizadas con salitre. O Ribadeo, donde degustar unas raciones de pulpo, mejillones o navajas en Casa Villaronta, mientras los abuelos dan de comer a las palomas en la Plaza de España.
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