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Un castañar centenario en Liébana

El Habario (Cantabria) ·

Domingo, 11 de junio 2023, 01:16

Me gusta decir que el castaño es un árbol enroscado. En realidad lo que está retorcido es su corteza, áspera y rayada, preciosa cuando esos recios árboles nos dicen en ella que ya son viejos, que son historia pura. Eso nos dicen, repetido, los castaños ... de El Habario, bosque reliquia de lo que debió ser un castañar de paraíso, cultivado y cuidado en uno de los más espectaculares miradores de Liébana, antesala magistral de los Picos de Europa. Tienen suerte los castaños de Habario de poder hablar con su corteza retorcida, tienen suerte porque son bellos supervivientes de aquella mortal plaga conocida como 'la tinta' que desde el siglo XVIII arruinó, extendiendo su hongo pernicioso, la mayor parte de las castañedas de la Península.

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En El Habario se cuentan más de doscientos ejemplares, dicen que milenarios pero si no exageramos serían al menos centenarios, y quizás se salvaron por su aislamiento. Arriba, muy altos sobre el profundo valle que labra el río Deva, encaramados a los pies de las murallas calizas del macizo Oriental de los Picos de Europa y tapizando los rellanos y pastizales entre las aldeas de Pendes y Cabañes, los castaños miran al cielo y a las montañas que tienen por escenario pintoresco a más no poder.

Los hay de todas clases: huecos, retorcidos, rajados por el rayo, esbeltos y también enjutos. De un metro, de más, e inabarcables si no los abrazan varias personas. Todos vivos, vivísimos y de verde refulgente en primavera; entre junio y julio echan sus flores amarillas, como hilillos pendientes, flores macho y hembra, las de la hembra engendran castañas, las castañas se envuelven como un erizo en su coraza de espinas y esperan al otoño para caer y abrirse. Precioso ciclo que nos recuerda que las castañas, en Cantabria como en el País Vasco, fueron, hasta la llegada de la patata alimento fundamental en cada casa.

Si alguien se decide a subir a verlos que se arme de paciencia para afrontar curvas y recurvas hasta avistar Penbes. El pueblo es el decorado pintoresco de El Habario que se desparrama ante una inmensa postal que sirve para enmarcar en cualquier salón de naturalista. Pasear entre esos ejemplares de árboles ayuda a quererlos, no hay duda.

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Los vigila también, en silencio, el que dicen Mirador del Moro, una liviana colina en el pico Aliago, a un millar de metros del castañar, que asoma en balcón desplomado sobre el abismo del barranco, sobre los tejados del templo románico de Santa María de Lebeña y sobre la enhiesta peña de La Ventosa. Allí se ha excavado un yacimiento cántabro del Musteriense (Paleolítico medio), lo que acredita que ya había humanos por estos parajes muchísimo tiempo atrás.

Es curioso que en el paraíso de rocas calizas que domina en los Picos de Europa los pueblos cuidaran y cultivaran castañares para alimentarse. Ahora se alimentan haciendo quesos excepcionales con la leche que sus ganados fabrican pastando entre los castaños. No está mal el cambio. Y si van a Pendes no olviden pedirse un queso o al menos un trocito para probarlo.

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