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Cabo Verde, el archipiélago 'slow' de África occidental

Cabo Verde, el archipiélago 'slow' de África occidental

La isla de Sal se ha convertido en un destino perfecto para quienes buscan desconectar gracias a sus extensas playas de agua turquesa y al carácter acogedor de su gente

Jueves, 18 de julio 2024

Suena una canción que empaña los ojos, eriza el bello y rasga el alma, un ritmo triste y melancólico que apunta directo al espíritu. Surge desde una casa color azul situada junto a una rosa y a otra amarilla, a través de una ventana con cortinas incapaces de frenar el lamento. Llora una confesión: «La na céu bo é um estrela / Ki catá brilha / Li na mar bô é um areia / Ki catá moja / (...) Petit pays je t'aime beaucoup», algo así como «Allá en el cielo hay una estrella / Que no brilla / En el mar hay arena / Que no se moja / (...) Pequeño país, ¡te quiero tanto!». Es la voz de la reina de la morna, Cesária Évora, declarando su amor por Cabo Verde. El plañido de la diva de pies descalzos cuyo rostro resulta fácil de encontrar entre murales en la isla de Sal, donde le rinden culto.

Cabo Verde es un archipiélago de origen volcánico formado por diez islas y varios islotes. La historia señala al portugués Diogo Gomes y al genovés António da Noli como sus descubridores en 1460, por orden de un infante, Don Henrique, empecinado en expandir las tierras del rey Alfonso V. Hasta entonces, salvo por la presencia de fenicios y africanos despistados, el ahora considerado uno de los gobiernos democráticos más estables de África estuvo habitado solo por palomas y curiosos pájaros, por peces similares a los que aún pueblan sus aguas atlánticas, enamorados de estas costas.

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São Cristóvão (actualmente Boa Vista) y Lhana (Sal) fueron las primeras ínsulas en añadirse a la lista de propiedades del monarca. Curiosamente la segunda, donde los turistas pasean hoy nalgas cubiertas por bikinis y bañadores, testas enfundadas en viseras y pamelas, no contó con habitantes hasta el siglo XIX. Tal vez su aspecto lunar y seco, más propio de un escenario de película apocalíptica que de un paraíso terrenal, desaconsejaba la conquista. Pero Sal supo ganar adeptos, aprendió a guiñar el ojo a futuros moradores y, con un movimiento de cadera ensayado, conquistó una plaza esencial para un país que basa el 25% de su producto interior bruto en el turismo. Las cifras también cantan, como Cesária, aunque sus estrofas no suenen igual de melódicas. El 70% de la actividad turística se desarrolla en esta recogida ínsula de 215 kilómetros cuadrados y unos 35.000 habitantes. Convertida en uno de los destinos de playa más populares por sus aguas cristalinas color turquesa, su arena tono marfil y un clima templado durante todo el año que oscila entre los 20 y los 30 grados, con refuerzo de viento incansable cuya obcecación evita torrarse en exceso.

Allí todo sucede más despacio, incluso el tiempo se ha tomado un respiro. Las prisas están prohibidas, la vida atiende a un lema que los habitantes siguen a rajatabla, lo venden convertido en carteles: 'No stress'. Entre edificios multicolores y olor a salitre. Los agobios no van con los caboverdianos, todo lo hacen poco a poco, salvo bailar. En eso sí se emplean a fondo. Innegable: el ritmo corre por sus venas, un ritmo antiguo, tribal, que convulsiona armónicamente sus cuerpos mientras los occidentales los admiramos con envidia. Ellas y ellos sonríen, aunque la vida no se lo ponga fácil. Para qué preocuparse de lo que vendrá, piensan, solventemos lo que ha llegado. Aquel 'cruzar el río cuando aparezca el puente' mal aprendido a este lado del mundo.

El turista visita una tierra sabia en ritmos tranquilos como la morna, diestro en otros encendidos como la colá o la coladeira, el batuque y, sobre todo, la funaná. La música es raíz y cultura, porque los sones eran la única manera que tenía el pueblo de expresarse legalmente durante el colonialismo.

Distintos murales adornan la localidad de Santa María I. López

A Sal uno va a relajarse, a tostarse a fuego lento ('No stress'). A dejarse mimar y sentir los arrumacos de la calma que ronronea cada minuto del día alrededor, como los omnipresentes gatos ('No stress'). A caer vencido ante el sosiego y el efecto anestésico de una lengua criolla envolvente y melosa, un idioma que suspira, empleado en casa, durante las rutinas; el portugués, la lengua oficial, lo dejan para la escuela y los asuntos administrativos ('No stress'). A dejarse acariciar por la brisa marina, navegar en catamarán para descubrir el planeo kamikaze de los peces voladores y atisbar el avance a contracorriente de las tortugas Caretta (Tortugas Bobas) durante los meses de julio y agosto, cuando desovan en las playas, convirtiendo la procreación en un espectáculo al que acudir en respetuoso silencio, acompañados de guía, para contemplar una intimidad que ha colocado a Cabo Verde entre los mejores del mundo en cuanto a anidación para esta especie ('No stress', 'No stress', 'No stress').

La calma es el cofre más preciado en esta isla del tesoro. Compite con otra perla, la 'morabeza', un buen rollismo que los isleños practican, el arte de la hospitalidad sentido en cada conversación y cada encuentro. Allí la comunidad no es solo una idea, es un modo de entender la existencia reflejado en otra frase: «Na nôs tera, nôs tudo ê família» (En nuestra tierra, todos somos familia). Más allá de los lazos de sangre existe un cuidarse unos a otros, una idea de unidad y humanidad indisoluble, de apoyo a los nativos y a los que llegan. «Somos muy pacíficos, no tenemos ningún problema ni lo queremos, acogemos bien a la gente», comenta Ronilton Santos, cicerone dotado de un gran desparpajo. Echarse flores uno mismo es fácil, claro, pero sus palabras las refrenda Iñaki Gascon, un bilbaíno especialista en marketing que partió a Cabo Verde para hacer sus Américas particulares y acabó divorciándose de su vida anterior, enamorado de la que ahora disfruta en Santa María.

I. López
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Cabeza visible para la ONG África Avanza, creada en Bilbao, trata de mejorar la salud de los locales gracias a médicos españoles voluntarios. «Sal es una isla de emigrantes, de gente que vino de otros países y otros puntos de Cabo Verde. No hay hambre porque son muy solidarios, tienen sentido del reparto, saben compartir», cuenta. Sobre las ventajas de esta tierra para el turista, destaca ser un destino no demasiado alejado. Algo más de cinco horas lo unen con Bilbao gracias a vuelos directos semanales que el touroperador Soltour ofrece de junio a septiembre (www.soltour.com). Gascon añade a estos beneficios el buen clima todo el año. La diversidad orográfica y natural entre islas, las hay de naturaleza exuberante e intrincados caminos como Santo Antão, o paraíso de especies endémicas como Santiago, «aunque deben mejorar los transportes para aprovechar esa virtud», aclara. Lo más destacable, no duda, el carácter de la gente. «Aquí aprendes que los problemas de occidente no son tan graves, relativizas lo que nos parece esencial. Te cambia hasta la forma de ser».

La vida se desarrolla atendiendo a otras reglas. «Mi madre y mi abuela son mi Google, la tradición oral es importante, aprendí español escuchando. No somos ricos, pero sabemos ser felices, no me iría a otro país. Cuando era niño partíamos un lápiz en tres para compartirlo, ahora puedo ahorrar para que mis hijas estudien, aunque es complicado», comenta Santos. Cada casa ha de contar con varios sueldos para salir adelante, el medio oscila en unos 310 euros. Su aliento es diario, incansable. «Aun así, son luchadores», asegura Gascon.

El puerto de Santa María se anima por la mañana con la venta de pescado. I. López

Casi podrías tocar su buen humor y su fuerza. Los ves esperando el autobús para ir al trabajo. Al atardecer, jugando al fútbol o al voleibol sobre la arena de Santa María. Tomando una cerveza o una piña colada en un garito frecuentado por locales y guiris, el 'Becha Bar Olá Brasil' del paseo marítimo. Mientras aguardan la caída de un sol que tiñe el cielo de naranjas y rojizos durante su adiós. Al lado del puerto, donde sobre las cuatro de la madrugada los pescadores partieron a la mar en busca de presas que a partir de las diez otros limpiarán y venderán. Hombres y mujeres acostumbradas a llevar el mercado sobre la cabeza, que trabajan con la maquinaria más sencilla de encontrar, la del músculo y el sudor.

Pueblo de ascendencia mixta, hijos de africanos libres o esclavos, su origen se remonta a los fulani, balante y mandyako llegados desde Senegal, Guinea-Bissau, la República de Guinea y Sierra Leona;a los portugueses, italianos, franceses y españoles; incluso a judíos sefardíes expulsados de la Península Ibérica. Marcado por la esclavitud, pues el archipiélago sirvió de escala a barcos entre Europa, África y América, naves que incluyeron, tristemente, el comercio de seres humanos. Nutrido por un 70% de población mestiza, algo más del 25% negra y el poco restante caucásica. Gente guapa (disculpen la banalidad tras lo narrado), vivaracha, acogedora.

Salinas Pedra de Lume. I. López

A pesar de la tierra seca y la falta de lluvias, Sal floreció desde 1804 regada por la explotación de las salinas Pedra de Lume en la base del cráter de un volcán extinto. Paisaje nacional protegido, flotar en sus aguas medicinales es hacerlo en una parte esencial de la historia. Su descubrimiento dio sabor a este destino esculpido por el viento, laminado por la fuerza erosiva de una naturaleza empecinada en roer que bajó la guardia solo un segundo para permitir elevaciones como el punto más alto de la isla, Monte Grande, de 406 metros.

Hablando de sabor, sabrosa es su cocina, especialmente el atún y el plato más típico, la 'cachupa', cocido compuesto de maíz, judías y cualquier tipo de carne o verdura. El aire que ahora alborota el cabello peinó antaño la zona. Dejó un sur arenoso y más árido, adornado por dunas y playas vírgenes de arena blanca como Praia de Santa Maria y Praia Ponta Preta. Allí no hace falta pelear por un hueco, aferrarse a la paz resulta sencillo. En el norte quedaron Terra Boa y sus marismas. Sobre la isla dos centros urbanos poco urbanizados, la capital, Espargos, donde duermen la mayoría de locales, y Santa María, donde apoyan su cabeza en la almohada y las hamacas los turistas.

Tirolina y excursión en buggy por Serra Negra. I. López

Entre sus acogedores brazos dormitan siestas y galbanas, a la orilla de arenales o piscinas. Sedados por un sueño plácido aparcan pesares hasta llegar a aquel puente que habrán de cruzar y ahora se antoja lejano. En compañía de una caipiriña, con la modorra interrumpida solo por clases de acuagym o de baile, citas relajantes con el spa y actividades voluntarias que enriquecen horas de placentero asueto, de roce medido con el hastío. En fabulosos hoteles de la cadena Meliá como Llana Beach Resort & Spa (solo adultos), Tortuga Beach o Dunas Beach Resort & Spa. Dentro del singular Hotel Morabeza, primero de la isla, levantado en 1967. O en el exclusivo Hilton Cabo Verde Sal Resort, que hará sentir como aquel Alfonso V, señor del territorio. Entre sus confines la vida parece sencilla, lo dan todo o casi todo hecho, servicio complicado salvo si te encuentras en un paraíso vacacional como cualquiera de ellos.

También surgió para cuerpos inquietos este Edén dorado, no todo va a ser 'tumbing'. A falta de verde propone azul oceánico de la mano de todas las actividades acuáticas que se le ocurran a las ganas de ajetreo, desde submarinismo a snorkel, jet ski, paddle surf, kitesurf... El país cuenta con tres campeones mundiales en este último estilo: Mitu Monteiro, Matchu Lopes y Airton Cozzolino, y playas que acogen campeonatos. En Ponta Petra Beach y en Kite Beach, el recién llegado perfeccionará la acrobacia aérea surcando las olas. Para mojarse en compañía gana puntos Shark Bay. Rocas de lava alfombran el fondo de esta laguna llena de tiburones limón que nadan entre las piernas sin mordidas, devorando solo la comida que arroja el guía.

Vistas al Atlántico desde Serra Negra. I. López

En tierra quedan recorridos a caballo, en moto, bici, segway, buggy... Los últimos con buzo y aires de astronauta o militar en plena campaña por el desierto. Entre polvo y arena, hacia miradores como el de la reserva natural de Serra Negra que cuenta con zona de protección marina hasta 300 metros de la costa, un templo para aves. Abajo, dunas fosilizadas testimonian el paso de los siglos; arriba, el mejor techo, un cielo despejado o cubierto por nubes, dos escenas de un mismo cuadro.

Para amantes de la adrenalina, vuelo en zipline (tirolina) desde 103 metros de alto a lo largo de un kilómetro, cambio de una perspectiva del mundo algo tocada ya por los días transcurridos en la isla. Arriba, la excelsa tejavana; abajo, un Atlántico promesa de horizontes.

Buracona Samuel B.

No podía faltar el milagro en un país católico por la herencia portuguesa, el espejismo de Terra Boa, ese haber agua donde en realidad no existe que hace perder la cabeza a los sedientos. Y el prodigio natural del Ojo Azul en Buracona, piscina de lava flanqueada por acantilados con dientes de sierra capaces de adentellar; el iris surgido entre rocas volcánicas, espectáculo de agua que brilla alumbrada por los rayos solares a 22 metros de profundidad, creando una ilusión.

Para despedir cada jornada y el viaje, toque de aquellos ritmos calientes en 'La Quinta Loka', curioso local acostumbrado a los círculos de espectadores alrededor de quienes muestran que, definitivamente, el ritmo es más suyo que nuestro. O grupos caboverdianos tocando en directo dentro del 'Buddy', bar de culto sobre cuya barra (ves bien, sí) cuelga un escudo del Athletic, porque su dueño nació en Burgos. Pero esa es otra historia.

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