Búnkeres en la playa de Bokale
Vieux Boucau ·
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En las playas de Bokale (Vieux Boucau) las dunas se comen las pinedas, invaden y entierran las viejas casillas de madera, y son también capaces de desplazar los gigantescos búnkeres de pesado hormigón que salpican los arenales de las costas landesas. Sí, búnkeres que el ... ejercito nazi construyó en la Segunda Guerra Mundial, al igual que un largo cordón de pasillos pavimentados. Circulando entre los bosques de pinos, aquellas alfombras de hormigón servían a la tropa y los soldados del correo para recorrer a pie o en bicicleta importantes distancias entre las distintas posiciones de costa.
¿Qué hacían en las Landas y en la playa de Bokale, ribera derecha de l desembocadura del Atturri, esos búnkeres que sobreviven al tiempo y las inclemencias? Protegían, -es un decir- la costa del suroeste francés de las posibles y nunca llevadas a cabo invasiones aliadas. Formaban parte del llamado Muro Atlántico (en alemán Atlantikwall), una gigantesca alineación de posiciones defensivas a lo largo de más de 3.000 kilómetros en seis países distintos en las que se abrigaban cañones, baterías militares, polvorines y otros edificios menores con el objetivo preventivo de impedir un posible desembarco en el continente de los ejércitos aliados.
Claro, para construirlos no se contrató mano de obra, ni se llamó a voluntarios, el Muro Atlántico se levantó por cerca de un millón de ciudadanos forzados a trabajar solo a cambio de su vida y algo de comida; llegados de campos de concentración, prisioneros de guerra de los países ocupados, entre ellos, por supuesto, españoles «rojos republicanos» que trabajaban hasta doce horas.
Derrotados en 1940 en la Segunda Guerra los franceses por los alemanes, toda la costa landesa pasó a formar parte de aquel muro estratégico nazi, de finalidad defensiva, que se comenzó a construir en 1942 pero un año después solo disponía de unas 8.000 instalaciones de las 15.000 planificadas.
Quien camina ahora por estas playas eternas que arrancan en la orilla del Atturri y llegan, mar al norte, hasta la bahía de Arcachon topa con un salpicado de inevitables construcciones de hormigón. Enormes, sólidas, algunas semihundidas en las arenas, no responden a un único patrón arquitectónico; las hay altas, puestos de vigía, las hay bajitas, puestos artilleros; pero todas, absolutamente todas, figuras anacrónicas en unpaisaje de costa y playa, residuos que cuentan lo que las guerras construyen.
Paradojas del tiempo, los búnkeres de las Landas se han convertido en un nuevo escenario de batallas sin armas de matar. Ahora se los disputan entre grafiteros y artistas que han convertido el hormigón en su lienzo expresivo y los conservadores de historia que prefieren que estas estructuras se mantengan intactas, que solo sean testigos de lo que fue aquella guerra mundial, y que únicamente sean el mar y las fuerzas naturales los que se atrevan a moverlos de sitio o cambiar su artificial fisonomía.
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