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Somos muchos los vascos de este lado que pasamos la frontera para visitar el vecino. Cruzamos la muga y damos una vuelta por Biarritz para descubrir sus playas, el paseo marítimo... pero ¿conocemos su historia, sus edificios, lo que ofrece más allá de una ... estancia de horas con vuelta a casa que se hace tarde? De eso va este reportaje, de profundizar en sus posibilidades y quedarse unos días. De saber de dónde viene el lema 'Biarritz reina de las playas, playa de los reyes'.
Alzado sobre el cabo Heinsart, que recibe ese nombre por los robles que lo rodeaban antaño, es un objetivo predilecto de los cazadores de fotografías. El faro de Biarritz fue construido en 1834 y se alza hasta 73 metros de altura por encima del nivel del mar. Su localización señala el límite entre la costa arenosa de las Las Landas y la rocosa del País Vasco. Puedes visitarlo si te animas a subir los 248 escalones o, si lo prefieres, siéntate en la cafetería situada junto a este edificio mientras tomas una cerveza y admiras las vistas sobre Biarritz.
Como pasó con Donosti, hasta Biarritz se acercaron antaño muchos tentados por los beneficios de sus baños salados, reyes y nobles especialmente. Louison Bobet dio una vuelta al asunto del chapuzón en el Golfo de Bizkaia e impulsó la talasoterapia en los 70 del pasado siglo. El centro que creó para confirmar su apuesta aún existe y es el emblemático Thalmar y Thalassa Biarritz. A partir de ahí nacieron otros, cada cual con su oferta de tratamientos y terapias que incluyen body wrap de algas, body sculpting, relajación, masajes, tratamientos de belleza, cuidado postnatal...
Fue Alexandre Guillaume Léopold de Folin, un marqués amante de la ciencia, quien convenció a las autoridades de que iniciaran la primera campaña científica del navío Travailleur para explorar las aguas del Golfo de Bizkaia. Animó a crear en Biarritz una sede de estudios y de esa idea surgió el Aquarium de Biarritz, uno de los primeros establecimientos donde se habló de oceanografía en Francia. Tras la Primera Guerra Mundial, el Ayuntamiento proyectó el museo oceanográfico y el edificio art déco actual que acoge el Aquarium abrió sus puertas en 1933. Dispone de 50 acuarios con miles de especies y figura entre los más grandes de Francia. Puedes ver cómo alimentan a las focas todos los días a las 10.30 y a las 17.00 horas en la terraza panorámica –cada una come cuatro kilos de pescado al día–. En la cueva de los escualos aguarda un cara a cara con los tiburones.
El complejo cultural muestra más de mil piezas antiguas traídas de la India, China, Tíbet y Nepal. El museo Asiática contiene elementos con 5.000 años de historia, como jades neolíticos de la cultura de Liangzhu o con forma de dragones, quimeras y animales mitológicos. Podrás ver collares de plata, pulseras para tobillos, pendientes adornados con turquesas, corales o esmaltados… La colección tibetana reúne bronces de divinidades, retratos de lamas mayores e incluso la corona de oro y plata de un oráculo del monasterio de Drepung, así como pinturas de divinidades y la vida de Buda. Miniaturas mongoles, estelas esculpidas entre el IX y XIII que representan a ninfas, a dioses mayores del hinduismo... o maravillas de bronce y madera nepalíes. La audioguía en castellano ayuda a no perderse ningún detalle.
Nació en 1872 y fue fundada por el pastelero suizo Etienne Singher pero fue en 1880 cuando Joseph Miremont colgó el cartel que se mantiene. Cuentan que a Alfonso XIII le encantaba la tarta de frutas confitadas creada específicamente para él, por lo que Miremont acabó como proveedor de la Casa Real española. También cayó en sus azucaradas redes la reina Victoria de Inglaterra y su hijo Eduardo VII, que se hospedaba todos los años en el Hôtel du Palais Biarritz, siguió la tradición familiar adorando dulces y helados. En el verano de 1910 La Gazette de Biarritz escribía que a Amelia de Orleans, reina de Portugal, le gustaba tomar el té lo más cerca posible de la ventana para «tener el océano a sus pies». Y parece que la reina Natalia de Serbia agasajó a los hijos de sus parientes con las catorce variedades de caramelos tiernos con mantequilla fresca que se fabricaban. Por todo ello, si aspiras a emular a la monarca portuguesa de origen francés, lleva tarjeta, barato no es.
Los viajes de Napoleón III y la emperatriz Eugenia desde 1854 a la costa vasca produjeron un efecto llamada para grandes personalidades de Europa. Poder llama a poder y su eco rebota en el dinero. Aquellos ricos llegados del este de Europa deseaban practicar su culto en Biarritz pero, tras la caída del emperador, el gobierno republicano se negó a autorizar el templo. A pesar de ello, cuando el antiguo palacio imperial Villa Eugenia se transformó en el Hôtel du Palais Biarritz instalaron la capilla en uno de los salones. El sí de las instituciones llegó en 1888 gracias a la intervención del zar Alejandro III y la devoción del padre Hérodion, fundador y capellán de esa parroquia. El templo fue inaugurado en 1892 en el estilo bizantino que llama la atención a quien pasea, con iconos traídos de San Petersburgo.
Donde se reúnen el lujo y la diversión cabe el juego. Imposible no toparse con el edificio de este casino de estilo Art Déco por el paseo de la playa. Su panorámica hacia el océano es envidiable. En él podrás probar fortuna… o perderla. Tienes ruleta, blackjack, póker room... también máquinas tragaperras, por si eres más de chapas que de jugártelo todo a una carta. Hay quien asegura que se trata de uno de los edificios más hermosos del suroeste de Francia. Estés de acuerdo o no, impresiona. La alfombra roja atraviesa diversas atmósferas repletas de luces parpadeantes y enormes candelabros junto a otras más íntimas donde aguardan los crupieres entre paredes negras decoradas con grandes fotos.
Verdad universal: donde hay parné también hay campos de golf y Biarritz, con 16 en un radio de 100 kilómetros, es la Meca del golf en Europa. Allí espera el segundo campo más viejo del continente, creado en 1888, el Golf Biarritz le Phare. Más de 15.000 personas lo visitan cada año atraídas por su reputación. La historia es curiosa: corría 1887 cuando los británicos que pasaban el verano en la localidad echaban de menos su deporte favorito y decidieron diseñar un campo de golf en la meseta del faro. Un año después se inauguró el British Golf Club con presencia de la princesa Federica de Hannover. Al año siguiente los arquitectos Tom y Willie Dunn extendieron el recorrido hasta las orillas del océano.
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