¿Te atreves a pasar un rato entre rejas?

Cinco recintos penitenciarios, que ahora se pueden visitar, nos llevan a tiempos oscuros

Jueves, 9 de marzo 2023

Entrar y salir de la cárcel el mismo día es poco habitual, tú podrás hacerlo. La pena de prisión que te imponemos será leve, aunque sentirás cómo lo habrías pasado de alargarse. Un calabozo tiene gracia (turística) solo cuando se mira desde fuera. Hoy te ... acercamos a celdas en desuso, donde imaginar lo que vivían reos de otras épocas. En pésimas condiciones la mayoría de las veces.

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  1. Cabezón de la Sal (Cantabria)

    Museo del Calabozo

Niños visitan una de las estancias del Museo del Calabozo. Javier Rosendo

Con el objetivo de mantener lo más fiel posible las condiciones del lugar, solo las velas dan algo de luz al espacio. La penumbra contrasta con la denominación del Siglo de las Luces (XVIII), época en la que se utilizó. Medida de reclusión temporal, nadie cumplía condena dentro. Aguarda en un edificio que antes, en el siglo XV, fue una torre.

Pertenecía al linaje de Doña Leonor de la Vega, propietaria durante mucho tiempo de las salinas de Cabezón, un peaje de obligado pago en el camino. «Entre las personas que pasaban, a menudo había presos que se dirigían a cualquiera de nuestros puertos a cumplir condena en galeras, a trabajar como remeros», explican desde el centro expositivo. Además de la celda, se ven el cuarto del alguacil y utensilios frecuentes en la época para las tareas de guarda y custodia como grilletes, un cepo y otras curiosidades.

«El calabozo de Cabezón de la Sal es un pequeño museo que mostramos con reserva previa a través de la Oficina de Turismo. La visita guiada es gratuita y dura unos veinte minutos. Permanece abierto de miércoles a domingo. Vivirás una experiencia única, sentirte como un auténtico preso del siglo XVIII», aseguran. Reserva plaza en la web www.turismocabezondelasal.net o el teléfono 942700332.

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  1. Zerain (Gipuzkoa)

    Cárcel de Zerain

Jose Mari López

Para verla tienes que pasar por el restaurante Ostatu (Ostatu plaza s/n), aunque suene raro. Entre sus antiguos ocupantes, hubo 26 presos de guerra llevados allí en 1835 para trabajar dentro de las minas. En el siglo XX la estructura punitiva perdió su fin, ahora solo queda la curiosidad histórica. Esta mazmorra nació en el año 1711 junto al ayuntamiento, el hostal y el bar. Por entonces había que aprovechar bien los espacios, por eso gozaban (si un verbo como este puede aplicarse a este tema) de varias funciones. Tras sus barrotes acababan los vecinos descarriados, durante horas o pocos días, no mucho más tiempo. También servía para alojar a prisioneros de paso que viajaban a cumplir condena en galeras.

Observa los grilletes a los que amarraban a los más inquietos, de pie en la pared, también los cepos pegados al suelo. El espacio estaba cubierto con paredes de madera de roble, más complicadas de romper, ya que por entonces las piedras de los muros se mezclaban con barro no demasiado compacto, de manera que, si el el preso se ponía a escarbar con tesón, habría podido convertirse en prófugo en caso de utilizarse aquel frágil material. Obviamente, todo estaba muy meditado.

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  1. Antoñana (Álava)

    Cárcel de Antoñana

Jesús Andrade

En este caso tendrás que echarle imaginación. Muchas veces los inmuebles nacen con un propósito y mudan a otro dependiendo de los tiempos. Es lo que le ha sucedido a la antigua cárcel de Antoñana, enclavada durante su gestación en los bajos de la muralla. Por entonces era un pequeño local, un hueco creado en el siglo XVII, nada de un penal a lo grande en plan Alcatraz. Era, escribimos, porque ahora se ha transformado en espacio expositivo para objetos etnográficos donde el pasado habla del pasado, pero no del propio.

Tampoco importa demasiado porque visitar la localidad, fundada por el rey Sancho 'El Sabio' de Navarra en 1182, es un valor en sí mismo. La villa medieval y amurallada fue declarada Monumento Nacional de Euskadi. Aguarda sobre un montículo y sobre un antiguo fuerte, junto al cauce del río Ega. Del Medievo quedan una puerta al sur y el cubo al oeste. Solo un trío de calles principales atraviesa el enclave de norte a sur, calles donde los blasones de las casas recuerdan antiguos apellidos y gestas.

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Importantes entre sus inmuebles: la casa-torre de los Hurtado de Mendoza, Condes de Orgaz (XIII), y la casa palacio con torreón de los Elorza (XVI). De todas formas, la curiosidad mayor pasa por transitar los pasadizos y cantones cubiertos de madera, es como volver a ser niño y jugar al escondite. Además, si te aventuras por la senda del Agín hacia el monte Soila, hallarás un bosque de grandes tejos centenarios y dos árboles singulares, un tilo y un tejo. Y no muy lejos del núcleo poblacional también, la regadera del Aguaqué, donde otras las presas, esta vez naturales, forman simpáticos saltos de agua.

  1. Santo Domingo de la Calzada (La Rioja)

    Corregimiento y Cárcel Real

Justo Rodríguez

Un edificio barroco de 1763 funcionó como sede oficial del Corregimiento y de la Merindad de Rioja hasta su supresión por las Cortes de Cádiz de 1812. Y como Cárcel Real, en este caso la planta baja, casi desde el principio y hasta mediados del siglo XX. En sus paredes de piedra y muros del patio se aprecian inscripciones hechas por los reos. La prisión, de claro carácter represor, castigaba los delitos y trataba de disuadir a quienes pensaban cometerlos, no pasaba por la cabeza de nadie la reeducación.

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De ello se deduce que las condiciones ofrecidas buscaban intimidar, resumiendo, que no eran las mejores. Insalubridad y crueldad competían con abusos y torturas. Los presos no permanecían mucho en las celdas, máximo unos meses, hasta ser juzgados y esperar la ejecución de la sentencia que podía significar la muerte, destierro, trabajos en minas o caminos públicos, envío al ejército y a la guerra o presidio militar. Ninguna opción era buena. «Entonces no existía servicio común de comedor y los prisioneros se alimentaban en las celdas con la comida que les traían sus familiares, sus conocidos o gracias a la caridad de instituciones religiosas. Dormían sobre jergones de paja y, en algún momento, hubo camastros de madera», explican desde este espacio visitable (carcelreal.org).

Las estancias se conservan prácticamente tal y como se plantearon. Con vestíbulo, pasillo, celda individualizada, cuatro celdas comunicadas, letrina, depósito de cadáveres, habitación del pozo de agua potable y patio central. Sentirás el frío de los cantos rodados en el suelo, verás las gruesas vigas unidas para evitar que los internados pudiesen horadar las bovedillas de separación con la idea de huir. Notarás la escasa ventilación que pugna por atravesar ventanucos y huecos, la falta de luz. Quedan, asimismo, argollas en la pared para amarrar cadenas o grilletes; evitaban fugas y peleas.

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  1. Berrioplano (Navarra)

    Fuerte de San Cristóbal

La fortaleza militar, que en realidad lleva el nombre de Fuerte de Alfonso XII, espera en el monte Ezkaba, muy cerca de Pamplona. Aunque fue levantada entre los años 1878 y 1919 para proteger la capital navarra durante las guerras carlistas, el hecho más famoso del que se convirtió en escenario acaeció el 22 de mayo de 1938. Tras un motín, 795 reclusos políticos, de los casi 2.500 que permanecían encerrados allí, lograron fugarse, aunque muchos morirían (el documental 'Ezkaba. La gran fuga de las cárceles franquistas' narra la escapada). En esa época, concretamente entre 1934 y 1945, el edificio funcionaba como cárcel.

Construido bajo la dirección del comandante de ingenieros José de Luna y Orfila, los expertos hablan de un diseño novedoso, octogonal. El aspecto gustó tanto al monarca que ascendió de categoría a su creador. Pero no todo fueron aplausos para esta fortaleza. Aunque bien escondida y defendida gracias a los fosos exteriores y los fusiles instalados en las murallas, enseguida quedó obsoleto. Era complicado para el enemigo acceder andando, pero la aviación acabó con esa ventaja.

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Para llegar hasta él y verlo desde fuera existe una ruta circular fácil, de 12 kilómetros, desde Ansoáin. Puedes consultarla en wikiloc. Toma el camino de Villaba, déjalo más adelante para subir por el de las Canteras, que abandonarás para llegar a la cresta del monte, cerca del Polvorín. Sigue esa creta gracias a las marcas del GR-220 y SL-NA 171 hasta el buzón del Ezkaba (895 metros), fuera del fuerte. Para bajar, rodea el edificio por el norte hasta el GR. Más adelante, obedecerás la pista hasta la carretera. Desciende por sendero que conecta con senda balizada entre bosque, te toparás nuevamente con la carretera que has de usar unos metros para luego elegir pista hasta el Sagrado Corazón y el sendero al punto de partida. Si quieres caminar más y llevar en tu mochila el peso de la historia, el GR-225 marca el probable itinerario de Jovino Fernández, uno de los fugados que alcanzaron la frontera.

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