Baiona es una pero son varias al mismo tiempo. Hay una Baiona capitalina a la izquierda del Errobi, con su hermoso Ayuntamiento vigilando el abrazo fluvial con el gran río Atturri, con sus callejuelas subiendo a la catedral y con el alma comercial. Y otra ... a la derecha del Errobi, con el singular y apretado casco histórico. Hay otra Baiona a la derecha del Atturri, marcada por la frontera del enorme puente de siete arcos de Saint-Esprit, que es la de los inmigrantes, un zoco peculiar donde los aromas callejeros recuerdan tierras de África o de Oriente. Allí hay una discreta sinagoga y, encerradas en un pentágono de muros, 3.000 lápidas miran al cielo.
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Al otro lado del puente echaron a vivir a los judíos que, en el siglo XV, encontraron en Francia un refugio tras su expulsión de la Península. Baiona, Bidaxune y Bastida en Iparralde, Peyrehorade en el Bearne, fueron sus destinos. Se asentaron, expandieron sus negocios, trajeron el chocolate, el famoso chocolate de Baiona, pero todo desde el otro lado del puente, que podían cruzar para servir y de regreso para vivir y dormir. La Baiona intramuros era solo para «los de casa».
Todavía hoy cruzar el puente supone sumergirse en el barrio de Saint-Esprit por un laberinto de callejuelas donde afloran rótulos de tiendas regentadas casi siempre por extranjeros. Fue en otros tiempos la «nación de los israelitas», más tarde «la de los portugueses.
Más al oeste, en el barrio de Saint-Étienne, se encierra entre muros de tres metros de altura el cementerio judío. En dos hectáreas, cerca de 3.000 tumbas se disputan un espacio cerrado a los extraños. Apenas una hilera de árboles y la ruta D107 lo separan del cementerio cristiano. En este se eleva al cielo un bosque de cruces y panteones. En el judío, solo hay tantas lápidas como enterramientos, lisas y gastadas por el tiempo, el sol y la lluvia, envejecidas después de varios siglos mirando al cielo. Las más antiguas casi semienterradas a ras de suelo, las más tempranas elevadas en función del rango social del difunto. Las primeras en lenguaje hebreo y portugués, en francés las últimas. Desde su creación en 1689 el cementerio creció al mismo tiempo que la población judía en Saint-Esprit, que, como un auténtico gueto, albergaba casi la cuarta parte de la población bayonesa en la época.
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Los judíos franceses solo pudieron ser ciudadanos de pleno derecho después de la revolución francesa (1792) y pudieron comenzar a marcharse a vivir donde quisieran, por lo que la población de judíos fue disminuyendo progresivamente. La persecución nazi entre 1933 y 1945 hicieron después, con masacres y exterminio, lo suficiente para que muy pocos quedaran en el País Vasco.
En un intento de reconciliarse con el pasado judío, hace un año se inauguró el Museo del Judaísmo Suzanne et Marcel Suarès en Saint-Esprit, allí se puede descubrir este singular retazo de historia que tiene como testigos la sinagoga y un enorme mosaico de 3.000 lápidas que miran al cielo.
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