El último boom que han vivido las series ha generado notables cambios en la forma en que consumimos este tipo de formatos. Se acabaron los tiempos en que aguardábamos pacientemente cada semana frente al televisor para ver un nuevo capítulo y en los que nos ... tocaba esperar meses hasta que llegaban a nuestro país las temporadas más recientes estrenadas en Estados Unidos o Inglaterra. A esto debemos sumar la multiplicación de ofertas que empuja a que sea más frecuente que las series se visionen al completo en pocos días. Cada semana se erige un título de moda y es necesario ponerse al día con él sin desperdiciar un segundo.
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Estas circunstancias han tenido una consecuencia más, los espectadores somos más impacientes que nunca. Agotamos las series a gran velocidad para echar mano a las siguientes cuanto antes y no quedar así descolgados de conversaciones o de los múltiples reportajes que se publican al respecto. Esta podría ser una de las razones por las que las miniseries funcionan tan bien últimamente, se componen de pocos episodios y no dejan la resolución en el aire a la espera de temporadas venideras. Recordemos que algunas de las producciones más valoradas este año -como 'Years and years', 'Chernobyl', 'Así nos ven' o 'The virtues'- responden a estos criterios: están muy bien planteadas, enganchan rápidamente, mantienen la fuerza durante cada una de sus escasas entregas y son finitas. Esto último es fundamental. Se acaban, las celebramos y pasamos a otra cosa sin dilación.
Esta falta de paciencia y la capacidad de olvidar rápidamente complica que algunos títulos sean retomados por su público habitual cuando estrenan nuevas temporadas, con algunas excepciones (como lo fue 'Juego de Tronos', por supuesto). En general el espectador es implacable en su juicio y ante la duda concede pocas oportunidades. Si una segunda temporada no termina de convencer es raro que se otorgue la posibilidad de redención. La oferta es tan amplia que resulta sencillo buscar sustitutas fácilmente. Los espectadores nos mostramos más impacientes y más infieles que nunca. Somos capaces de condenar al ostracismo a las mismas series que el curso anterior habíamos adorado.
Y todo esto viene a cuenta del escaso eco e interés que ha suscitado el regreso de 'The affair', que acaba de estrenar su quinta tanda de episodios con la que se cerrará para siempre una propuesta que llegó a las pantallas en 2015 y ganó incluso el Globo de Oro a la Mejor Serie Dramática. En su día se habló mucho y muy bien de la propuesta formal ideada por Sarah Treem y Hagai Levi para narrar la aventura que viven fuera de su matrimonio un hombre y una mujer durante un verano en Montauk. La originalidad del relato residía en que el espectador asistía a la misma historia narrada desde dos puntos de vista diferentes, según la recordaba él (Dominic West como Noah) o ella (Ruth Wilson como Alison Lockhart).
La buena recepción entre la audiencia y las posibilidades que ofrecían los personajes garantizaron la continuidad de esta producción, que en su segunda temporada amplió el número de miradas e incorporó las de Helen y Cole, las respectivas parejas del dúo protagonista. 'The affair' en 2016 interesó menos, bastante menos. La puntilla le llegaría con una fallida tercera tanda de capítulos, en la que todo el protagonismo recaía en un Noah atormentado por sus fantasmas del pasado. Afortunadamente la cadena Showtime renovó su confianza para una cuarta parte en que la serie conseguía retomar el rumbo a costa de volcarse y rendirse ante unos personajes perdidos, inmaduros, atrapados entre dudas y temores. Y le salió bien, el problema es que para entonces ya quedaba poca gente frente a la pantalla para admirarlo.
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Si hubiese sido una miniserie 'The affair' habría permanecido para el recuerdo posterior como un experimento original, bien interpretado. Pero se habría quedado en eso, en un relato sobre una infidelidad con una puesta en escena distinta a las vistas anteriormente en televisión. 'The affair' como obra con cinco temporadas ambiciona más. Aspira a reflejar a una generación que se ha quedado instalada en la crisis de los cuarenta, que se niega a madurar, que ha descubierto que los años no siempre traen consigo la estabilidad. Visto al completo es verdad que resulta una serie irregular, pero también más interesante y arriesgada de lo que pudiera parecer en un principio.
Ahora toca darle un final a este proyecto, despedir a aquellos personajes que conocimos una década atrás (es el tiempo en el que se han desarrollado las tramas) y ver qué les depara el destino. A continuación va un espoiler, que nadie se asuste. La violenta muerte del personaje de Alison marcó el final de la cuarta tanda de episodios. Y la del doctor Vik lo va a hacer en el comienzo de la quinta. La muerte como elemento que zarandea vidas. Esto ya lo vimos en 'A dos metros bajo tierra', producción con la que guarda similitudes (salvando enormes distancias). Las vidas zarandeadas son las de Noah y Helen, vapuleados por las pérdidas y obligados a sobreponerse y entenderse una vez más.
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En torno a ellos se han articulado los primeros episodios estrenados y parece que sobre su enésima reunión discurrirá la quinta temporada. Pero hay un personaje más que ha entrado con fuerza este año, y que hace que la serie de un salto más (temporal y en cuanto a reto narrativo), el de la hija ya crecida que tuvieron Alison y Cole, que nos va a mostrar la repercusión que tiene en la forma de ser el comportamiento y las decisiones que tomaron nuestros antecesores. Ella además permitirá que descubramos qué fue de los protagonistas de 'The affair' varias décadas después.
Necesitamos recuperar la paciencia a la hora de ver las series porque sin ella tal vez títulos como 'The Wire', 'A dos metros bajo tierra' o 'Mad Men' (hoy ponderados, pero que en su día también sufrieron altibajos) no habrían conseguido auparse en lo más alto de la historia de la televisión.
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