Ventura Pons lo hizo todo en el cine catalán. Fue director, guionista y productor de ficciones, documentales y películas de televisión y hasta se atrevió con la exhibición abriendo salas para proyectar filmes en catalán en Valencia, Figueres y Barcelona, que tuvo que liquidar acuciado ... por problemas económicos. En 2020 cerró los Texas de la calle Bailén en Barcelona, que no superaron la crisis sanitaria. Ese mismo verano, el director había subastado su colección de arte «para poder seguir haciendo cine».
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«El país pierde a un gran cineasta, un referente indiscutible del audiovisual catalán y un trabajador incansable de la cultura y de la lengua», ha alabado la consellera de Cultura de la Generalitat, Natàlia Garriga, ante la muerte de Pons este lunes a los 78 años en su Barcelona natal. El título de su segundo libro de memorias publicado en 2019, 'He tastat molts fruits de l'arbre de la vida' (He probado muchos frutos del árbol de la vida), demuestra la intensidad con la que concibió su existencia y su oficio un cineasta prolífico, nominado cuatro veces al Goya, que casi rodó una película por año desde su debut en 1978 con 'Ocaña, retrato intermitente' hasta su despedida en 2019 con 'Be Happy!'.
Hijo de joyeros, Ventura Pons arrancó su filmografía con un documental sobre José Pérez Ocaña, pintor, travesti y precursor del activismo LGTBI que marcó en su época la vida en la Rambla y la Plaza Real de Barcelona. «Un precursor a la hora de vivir su homosexualidad con libertad», resumió el realizador, que en 2014 firmaría con 'Ignasi M.' otro emocionante retrato del museólogo Ignasi Millet, seropositivo desde 1996.
'El vicario de Olot' (1981) llevó al cine a más de 300.000 espectadores dispuestos a reírse en una comedia que mezclaba sexo y religión. Cinco años más tarde, Pons insistió en el humor con 'La rubia del bar', ambientada en el Barrio Chino de Barcelona y con música de Gato Pérez.
La mejor época creativa del director fueron los 90. Pons encontró en las adaptaciones de Josep Maria Benet i Jornet, Sergi Belbel, Ferran Torrent o Quim Monzó la materia de películas que siempre rodaba en catalán y que también se estrenaban dobladas al castellano. 'Què t'hi jugues, Mari Pili?', 'Aquesta nit o mai', 'Rosita, please!', 'El perqué de tot plegat', 'Actrius', 'Caricias', 'Amic/Amat', 'Morir (o no)' y 'Anita no pierde el tren' conforman la particular década prodigiosa del cineasta, que tuvo en Rosa María Sardà a su actriz fetiche y fue vicepresidente de la Academia del Cine Español.
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Firme defensor del Procés, en 2005 recibió el homenaje del Zinegoak bilbaíno y confesó que la etiqueta de cineasta gay le resbalaba: «Miro hacia atrás y compruebo que vuelvo a los mismos temas: la necesidad de afecto, la amistad, la muerte, Barcelona». El hombre que osó hacerle gritar «collons» al llorado Agustín González siempre tuvo clara la universalidad de sus películas. «Yo trabajo en catalán, que es mi cultura y mi identidad. Soy auténtico en mi lengua, y a partir de ahí mi obsesión es abrirme al mundo. No hago películas enarbolando una banderita, busco la verdad de la historia que cuento. Si las cosas son de verdad, acaban viajando».
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