Belén Funes (Barcelona, 1984) conoció a un preso mientras trabajaba en un proyecto que consistía en rodar un cortometraje con internos de la cárcel. Este le explicó que tenía una hija de diecisiete años que vivía en un centro de acogida de menores y que ... a los dieciocho debía buscarse otro sitio donde vivir. También le contó que su hija le odiaba. Fue el germen de su primer largometraje, 'La hija del ladrón', que obtuvo excelentes críticas en el pasado Festival de San Sebastián, así como la Concha de Plata para su actriz protagonista, Greta Fernández, que comparte la pantalla con su padre en la vida real, el enorme Eduard Fernández.
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Su protagonista es una chica de 22 años del extrarradio de Barcelona que cría sola a su bebé y trata de apartarse de un padre recién salido de la cárcel. Una heroína que vive en un piso de acogida, se mata a trabajar y no recibe cariño de nadie. La directora no muestra el motivo del rencor que mantiene hacia un padre tarambana, aunque intuimos que en el pasado hubo golpes, alcohol y delito. Belén Funes no carga las tintas. El drama de esta joven que sabe que no puede contar con los hombres (con su padre ni con el de su hijo) es el de tantas mujeres incapaces de salir de la pobreza pese a pluriemplearse. Lucha por no caer en la marginalidad.
En ese sentido, 'La hija del ladrón' es una radiografía urgente de una España de la precariedad donde se pasa hambre. «La clase media se ha convertido en una fortaleza infranqueable, en la que no está permitido que muchos entren», observa su autora. «En los barrios obreros de las grandes ciudades, la gente lucha por prosperar mínimamente, aunque la realidad es que el sueño de una vida sencilla se convierte en algo inalcanzable».
Sara, la protagonista, no descansa en ningún momento. La primera vez que la vemos barre una nave polvorienta con mascarilla en lo que se adivina un empleo insano. Después encontrará otra ocupación en unas cocinas con un jefe comprensivo y se abre un horizonte de cierta esperanza. Para complicar las cosas reaparece el padre, que la directora no dibuja con trazo grueso como un villano plano, sino como un hombre que quiere reencontrarse con su hija aunque en el fondo se sabe condenado a estar solo porque no sabe amar.
«La hija de la que me habló aquel preso se convirtió para mí, sin conocerla, en una especie de heroína moderna. Pensé que debía ser durísimo vivir sola y sin referentes, salir adelante sin el amor verdadero de nadie y crecer entre asistentes sociales y abogados decidiendo qué va a ser de ti», relata Belén Funes, formada en la fecunda ESCAC, la escuela de cine de Cataluña.
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'La hija de un ladrón' captura con rigor y sentido de la observación la supervivencia cotidiana en el barrio.Es una espléndida ópera prima, aunque también suena a película ya vista, a drama urbano asfixiante con la cámara pegada a la nuca de su protagonista, con escasos diálogos y fatalismo heredados de la 'Rosetta' de los hermanos Dardenne, una de las películas más influyentes de los últimos tiempos. Lo mejor es la ausencia de tremendismo y victimismo, no se juzga a los personajes y el espectador tiene que rellenar los huecos argumentales. 'La hija de un ladrón', que descubre a una actriz magnética, le habría encantado al Truffaut de la saga Antoine Doinel.
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