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Guillermo Balbona
Jueves, 25 de mayo 2017, 19:48
'Twin Peaks' ha regresado. Escrita y producida por sus creadores originales, el director David Lynch y el productor Mark Frost, este relato suspendido en el tiempo es uno de los referentes del ecosistema de un creador multidisciplinar pero cuyas inquietudes, interrogantes, exploraciones, entre el sueño y el deseo, confluyen en un territorio propio. Una sucesión de fascinantes texturas conforman el microcosmos de un enigma. Lynch dirige las 18 partes de esta nueva entrega que sitúa la ficción 25 años después de que los habitantes de un remoto pueblo del noroeste de EE UU quedasen afectados por el extraño asesinato de la chica más popular: Laura Palmer.
Al reencuentro con este imaginario adherido visualmente a varias generaciones, se suman otras dos propuestas que acercan tanto el proceso creador del cineasta de 'Blue velvet' como definen el mundo específico de 'Twin peaks', un antes y un después en el lenguaje de la ficción televisiva: la proyección de la película 'David Lynch: The Art Life', sobre los orígenes de un cineasta inimitable, y la publicación del libro colectivo 'Regreso a Twin Peaks'. En este volumen el director cántabro, Nacho Vigalondo, que el próximo mes de junio estrena en España su nuevo filme, 'Colossal', confiesa su devoción por el cineasta. A su juicio, Lynch fue lo suficientemente lúcido para ver las grandes posibilidades que la televisión ofrecía en una era en la que el cine de Hollywood estaba ya siendo dominado por las estrategias comerciales de los ejecutivos provenientes de otros sectores. El cine era «el gran angular», pero la televisión proporcionaba las ventajas del «teleobjetivo».
En una revisión por su filmografía, los autores de estos ensayos, entre ellos el director de 'Los cronocrímenes', apuntan que su debut, 'Cabeza borradora', posee «una factura atemporal llena de logros técnicos más propia de Kubrick». De 'El hombre elefante', sostienen que «pese a no abandonar la poética surrealista como bandera, obtuvo el respeto propio de un drama histórico» que consigue ocho nominaciones a los Oscar. Lynch se convirtió «en la fusión sin precedentes de un vanguardista y de un artesano en quien confiar la dirección de una hipotética película taquillera, y su cine resultante acabaría ocupando un espacio sin dueño anterior». Y subraya que se trataba, a la vez, de «alguien que parecía tener asimiladas todas las claves estilísticas y formales del cine clásico norteamericano, las herramientas para transportarlas a la modernidad y una bomba en el bolsillo para aniquilarlas». Alguien insiste «capaz de conjugar en sus ambiciones el acceso al olimpo de los auteurs, la complicidad de los amantes del cine de explotación y la agenda de los ejecutivos de televisión».
Su querencia onírica e hipnótica se presenta a menudo (y la serie no es una excepción) como un viaje circular, donde el itinerario es una pista de sueños y las señales son las propias imágenes fascinantes unas, ilustrativas, otras, de historias dramáticas y narraciones que esencialmente invitan a dejarse llevar. El cineasta David Lynch, al que se le desprecia o ama casi con idéntica radicalidad, ha mostrado siempre sus ansias de exploración, su mirada atormentada, su capacidad para envolver al espectador en una tela de araña oscura que, poco a poco, va cubriendo a quien actúa y a quien mira con la misma, sutil y diáfana fascinación de un enigma que no busca descifrarse, sino embarcarse en su recorrido hasta la región más transparente de los sueños. En el citado filme, recientemente estrenado y mal distribuido, Lynch descubre su filosofía y su método creativo mientras hace un repaso a los momentos más trascendentes de su infancia y juventud. El documental, dirigido a seis manos por Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm, también deja entrever la parte más desconocida de un Lynch que, aparte de entregarse al arte, «también fuma como una coracha, conduce su coche por las calles de Los Ángeles como un hombre de su edad 71 años y juega a las comiditas con su hija».
Lynch hizo historia en la televisión de los noventa. 'Twin Peaks' se convirtió en un fenómeno de masas que mantuvo a los espectadores en vilo. Ahora, 26 años después, tras el abrupto final de la segunda temporada, entre la complicidad y la curiosidad hay un deseo de regreso a un lugar mítico, «una auténtica mitología moderna». En el citado libro, que trata de responder a qué hizo de 'Twin Peaks' un relato televisivo revolucionario y cómo se ha convertido en el estreno más esperado en muchos años, el propio Lynch relata cómo surgió y cómo se hizo la serie, mientras Michel Chion, máximo especialista mundial en la obra de Lynch, propone un inmejorable umbral para analizar los diferentes temas de esta producción. Lynch es un universo en sí mismo, simple y desnudo, en el que Hollywood y su trasfondo subyacen como marionetas de la pesadilla de un cineasta. Libertad, rarezas, magnetismo innato a las imágenes, interpretaciones perversas de los cuentos de hadas, metáforas visuales, humor, sátira, guiñol, lo bufonesco, la revelación espontánea, el misterio prolongado, el metalenguaje, la autocita, el descenso a los infiernos...
Todo cabe en una particular «caja de pandora», siempre pendiente de una llave que enseñe los significados de una realidad superpuesta que descubre, poco a poco, el mundo de ilusiones y espejismos que late en el corazón de sus ejercicios románticos y misteriosos en el que nada es lo que parece. Frente a la crítica o el fracaso Lynch lo tiene claro: «La mayor protección es sentir que has hecho algo que te gusta. Eso te protege un montón. Cuando no te gusta lo que has hecho, y tampoco les gusta a los demás, entonces toda va mal». El territorio de Lynch es un tejido de identidades, sugestión, revelación, búsqueda, perversión, sensualidad, una abstracción del horror y el amor ligados por un mecanismo de ilusión, es decir, la propia caligrafía cinematográfica.
Lo relevante de la serie, tal como se ha subrayado, es que se atrevía, como antes ya habían hecho otras ficciones de culto como 'El prisionero', a llevar al espectador «más allá de las fronteras narrativas y geográficas de la ficción tradicional, adentrándole en otro mundo impredecible y misterioso», la Habitación Roja, un espacio simbólico que conectaba con los diarios del surrealismo o las obras teatrales de Samuel Beckett. «'Twin Peaks' nos acostumbró a contemplar el mundo cotidiano como si fuera una alucinación». Lynch, destacan en el libro, «se atrevió a insertar inquietudes personales en el seno de un producto destinado a luchar por los índices de audiencia, a través de una rica simbología poblada de troncos y abetos Douglas, diners con mesas de fórmica, desayunos con tazas de buen café, dónuts y tartas de cereza; y también padres terribles, hombres gigantes, enanos bailarines o hippies envejecidos que se convertían en la pura encarnación del mal».
El cineasta «encontró una forma de canalizar sus osadías vanguardistas a través del lenguaje de la comunicación de masas con la complicidad de Frost». En este volumen Carlos Losilla «ensaya un agudo retrato del rostro mutante de Laura Palmer »; o Raquel Crisóstomo «desmenuza la impronta simbólica de la serie a través de diversas imágenes fecundas», entre otras aportaciones de una obra coordinada por Crisóstomo y Enric Ros. Lynch ha navegado creativamente por el cine, la televisión, la fotografía, la publicidad, la música, la pintura, internet, la serigrafía, el diseño de muebles, las esculturas efímeras, la animación por ordenador... En el filme vivencial y confesional relata cosas sobre su familia, las malas compañías, la fascinación por la pintura, el gusto por el cine... mientras pinta y pinta y deja que fluya la vida en todas sus formas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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