Gran parte de la película juega con un formato redondo.

Un divorcio del revés

Llega a las pantallas 'Yo no soy Madame Bovary', una fábula adulta que puso de acuerdo al jurado de San Sebastián, que le otorgó la Concha de Oro

Ricardo Aldarondo

Jueves, 9 de marzo 2017, 16:55

La amplia comunidad china que asistió al pase en el Kursaal de 'Yo no soy Madame Bovary', cuando se estrenó a concurso en el pasado Festival de San Sebastián, incluyendo los adolescentes y niños que gritaban "¡¡Fan Bing Bing!!" a la protagonista sentada ... en la fila de invitados, confirmaba el grado de popularidad que la actriz tiene en su país, como ya había sido advertido por el propio Zinemaldia, que como es lógico incluyó a la joven de tez tersa entre las máximas estrellas de la edición. Quizás ese público esperara otra cosa, más en la línea de las películas de acción y fantasía juvenil que ha protagonizado, tanto en China como en Estados Unidos, 'X-Men: Días del futuro pasado', entre ellas. Pero 'Yo no soy Madame Bovary', con su intrigante título, se plantea en términos más adultos, y sociales, aunque conservando un cierto tono de fábula, con reminiscencias tradicionales que comienzan ya en los dibujos de los créditos.

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Esos dibujos de forma circular, como de medallón, se contagian al formato de la película, que durante la mayor parte del metraje es redondo. El cine digital ha traído esta posibilidad de cambiar de formato a lo largo de la película, y los experimentos recientes de Xavier Dolan, Jia Zhanke y Hou Hsiao Hsien han deslumbrado o dado que hablar con sus connotaciones expresivas. En el caso de 'Yo no soy Madame Bovary' parece más capricho, que otra cosa: pantalla redonda para toda la acción que se desarrolla en la ciudad de la protagonista, cuadrada durante los dos viajes a Beijing, y ancha para el epílogo, sin que ninguna de esas dimensiones se engarce realmente con el relato, ni haya un verdadero trabajo de encuadre 'ad hoc' por parte del director Feng Xiaogang. Parece más una elección puramente estética, decorativa, aunque a menudo las imágenes que encierran están cargadas de delicadeza y con un equilibrio visual muy trabajado.

En todo caso ese formato circular se puede equiparar con las vueltas que da sobre sí mismo el planteamiento inicial. Una mujer reclama a las autoridades que anulen su divorcio porque es falso, una treta que había urdido con su marido para conseguir un piso mejor y volver a casarse después. Pero el marido aprovecha para irse con otra. Comienza así una insistencia sobre la cuestión digna del cine iraní, con la mujer inasequible al desaliento, y enfrentándose al alcalde, el poder judicial y quien haga falta con tal de que escuchen su voz. En su pelea, que dura un decenio, la burocracia institucional va revelando su cara más absurda, aunque con un talante más amable, casi cómico, que con voluntad de denuncia. De hecho, esas autoridades tienen conciencia de que quizá se deban a su pueblo y tengan que escucharle, aunque justo entonces la terca protagonista cambia de parecer.

Esa distancia entre el pueblo y sus gestores que se va poniendo de manifiesto como telón de fondo del drama de la protagonista no es liviano a pesar de ese tono aparentemente amable. Las autoridades chinas no vieron con buenos ojos ese trasfondo de crítica política y 'Yo no soy Madame Bovary' tuvo problemas para ser estrenada allí.

La entregada actuación de Fan Bing Bing, que da un paso importante hacia un cine más humano y adulto, muestra las posibilidades de la actriz para manejarse entre la suave comedia y el melodrama de aliento clásico. No es la única ambivalencia de una película que puede crear cierta polémica, o al menos extrañeza, cuando la protagonista siente que lo que le hizo su marido la noche anterior fue una violación pero se retracta inmediatamente cuando él le quita importancia al hecho. En cualquier caso 'Yo no soy Madame Bovary' se aprecia como reivindicación de una particular lucha femenina aunque al final opte por las sensibilidades melodramáticas para dar sentido y profundidad a ese personaje. El filme de Feng Xiaogang, autor de una amplia obra demasiado desconocida en España, puso de acuerdo al jurado de San Sebastián, que le otorgó la Concha de Oro, y también premió a Fan Bing Bing.

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