Guillermo Balbona
Jueves, 9 de febrero 2017, 19:57
Hay algo visceral en esta cinta de desolación y pobreza, de tremendismo humano e incertidumbre vital. Es su clima tenso o quizás su desgarradura negra, entre lo social y lo primario, la estrategia de una ambición y el instinto, el inconformismo y la supervivencia. Como ... en La ley del silencio de Kazan, hombre y entorno colisionan en una atmósfera que Clouzot disecciona y desnuda a través de las vivencias de cuatro trabajadores de una compañía petrolífera envueltos en su particular viaje a Itaca, que discurre anclado en un peligroso trayecto durante el cual transportan nitroglicerina. Entre el retrato sociológico y el psicológico, el cineasta de 'Las diabólicas' cuela el suspense, la tensión y la trampa de una posible explosión como columna vertebral de atención en torno a las criaturas que habitan esta vuelta de tuerca existencial ambientada en un país latinoamericano.
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'El salario del miedo' es un trayecto nihilista que se abre con la imagen de tortura de unos bichos acorralados y los golpes que recibe un perro. La violencia, más o menos soterrada, los contrastes, las continuas colisiones entre diálogos, escenarios y personajes conforman el mundo visual de Henri-George Clouzot quien juega con inteligencia y con el espectador mediante ese duelo permanente entre una trama sencilla, suspendida en un posible y esa enérgica demostración de fuerza concentrada en un puñado de personajes que se clavan en la médula espinal de cada fotograma como sucede en ese preludio descriptivo hasta que comienza la explotación de la aventura. Entre el aliento salvaje que subyace en la trama y el recurso eficaz que fundamenta el entretenimiento, el filme exprime la novela de Georges Arnaud y en cierto modo aporta cierta mirada realista, falsamente documental que anticipa algunos detalles de la nouvelle vague.
Clouzot había debutado una década antes con Manon, primero fue depurado y después recibió el León de Oro del Festival de Venecia. En su enredadera argumental in crescendo el filme, bien por sus planos o por su insistencia, transmite una extraña sensación de brutalidad, de mirada implacable o de inevitabilidad. Le salaire de la peur, pese a la escasa referencia situacional de la ficción, genera una geografía propia, un lugar en el mundo, en el que se sucede y solapa la violencia, y asoman la traición y el asesinato. El miedo es una corriente de aire contaminado que discurre como un manto de oscuridad sobre lo cotidiano.
Se dice, entre las leyendas del cine, que Hitchcock trató de hacerse con los derechos del libro que cuenta esta historia y que, finalmente, se quedaría en manos de Clouzot. El sistema, el capitalismo, la mezquindad, las humillaciones, en una envoltura dura en la que se mastica el sudor y la suciedad, la degradación y la náusea, integran el corpus de esta odisea entre la miseria y el pesimismo. Casi tres décadas después William Friedkin, el cineasta de El exorcista firmó una nueva versión de la novela de Arnaud, Carga maldita, con aires de renovación y dedicada, no obstante, a Clouzot. Con Yves Montand a la cabeza y una progresión de ritmo, suspense y misterio, el filme es una seca travesía en la que cabe lo antropológico, la intrahistoria, las huellas del folclore y los perfiles de los personajes.
Entre la austeridad y la sombra de muerte el cineasta, que incluyó a su mujer, Véra Clouzot, como contrapunto femenino en una historia de hombres, combina algunas de las leyendas del thriller con los simbolismos en torno al poder, la naturaleza y la ambición, o la sombra de tragedia. El cineasta explota ese retrato entre la exclusión, lo marginal, lo periférico y también el sentido de lo siniestro. Lo que potencia el atractivo es la hondura emocional y el desgarro abierto entre el paisaje y lo íntimo e intransferible, entre la peripecia y las historias personales inmersas en la desesperación y el desarraigo, uno de los factores principales de la historia. La miseria y el fatalismo son los ejes de una cuerda floja y un tour de force sobre el que pasean la aventura, la amistad y el destino. Hay instantes y latidos que pueden recordar a Peckinpah y Fuller. Un colectivo humano diverso y heterogéneo, integrados todos quizás por un aire de perdición, que se mueve entre intereses comunes pero lazos inestables. El espectador se ve sumido en una cuenta atrás y siente la angustia, la desazón, la desesperación y la presión. Una huida hacia adelante reflejada en un filme con carácter que exuda pasión y trasmite la sensación de impotencia y vacío, de fuga y destino incierto.
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Ganadora de los dos grandes festivales mundiales de referencia, Cannes y Berlín, la película de Clouzot retrata ese magma gris de una sociedad enquistada y habitada por criaturas sufrientes. La fotografía de Armand Thirard, habitual colaborador del cineasta, el toque costumbrista y la utilización del ritmo, el flujo de las situaciones límites y la disección de la condición humana que generan una sucesión de situaciones sostenidas sobre ese imposible equilibrio entre el azar existencial y la decisión final. El dolor en el corazón de una aventura: la del hombre hundido en su propia desesperación.
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