borja crespo
Jueves, 13 de octubre 2016, 17:21
El festival de Sitges celebra su 49 edición, a un año de cumplir medio siglo, ahí es nada. Un año más confirma con fuerza su condición de estandarte del cine de género, aunque lo más interesante de la Sección Oficial no está siendo, precisamente, el ... fantástico. Las producciones orientales se llevan la palma, como si jugasen en otra división, y tocan más el thriller, la acción o la comedia retorcida, antes que la ciencia-ficción o la fantasía. Si algo destaca en el evento catalán es la fiel asistencia de público, no necesariamente seguidores entusiastas del terror y aledaños. Se nota cuando la gente aplaude con mayor devoción al final de los pases. Triunfan los filmes con momentos dramáticos, políticamente correctos, sin excesos ni idas de olla, aunque siempre hay esperanza en el Premio del Público, que se conocerá este fin de semana. Por ejemplo, la última propuesta del artista multidisciplinar Rob Zombie, presente en la sala para presentar 31, un divertimento sin complejos, lleno de guiños a su propia filmografía, un tebeo despendolado -con el meor Joker de la historia del cine-, no convenció a la gran audiencia, aunque el fandom no ha dudado en defenderla en la redes sociales. Sitges inició su andadura con Inside, de Miguel Ángel Vivas, un remake soft de la cinta francesa À l'ntérieur. Precisamente la nueva versión edulcora el material de partida, elimina todo el imapagable non sense de su predecesora, el gore y el gran guiñol, quedándose en una adaptación descafeinada, consciente de su condición. Busca al gran público, la comercialidad, erigiéndose como curiosa metáfora de lo que ocurre en el patio de butacas del festival.
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Sitges es un auténtico generador de hypes. Hay que recomendar una película antes que nadie, lo que da pie a muchos fiascos, o todo lo contrario. Colossal, de Nacho Vigalondo, llegó algo tocada de San Sebastián, pero en los brazos de Festival Internacional de Cinema de Catalunya ha sido acogida con más ganas, y no es de extrañar. Es un mejor hábitat para ofrecer cine de autor con monstruos. Estamos ante la mejor obra de Vigalondo tras su debut con Los Cronocrímenes. Ha dado un giro espectacular a su filosofía cinematográfica apostando por un personaje femenino cuya evolución no puede si no ser aplaudida a rabiar, como ocurrió en el Auditorio de Sitges. Train to Busan demostró que todavía se puede hacer cine entretenido de zombies, incluso descubrir ideas originales, como el llamativo inicio de Melanie. The girl with all the gifts, que abre fuego exultante para perderse en su desarrollo. Es habitual que encontremos producciones que parten de ideas brillantes para perder fuerza a medida que avanza el metraje. The Void, uno de los títulos más esperados, cruce entre Carpenter, Cronenberg y Fulci, no aguanta mecha. Comenzar con una traca no asegura él éxito. Hay que dejar algo de pirotecnia para el final, un cuento que no se aplica Proyecto Lázaro, lo nuevo de Mateo Gil, en ningún momento, ofreciendo al espectador una versión -la enésima- de la historia del Moderno Prometeo, sensiblera y anodina a pesar de los trabajados efectos visuales.
Ha gustado mucho a los fans fatales del género Love Witch, una propuesta vintage no apta para profanos, todo lo contrario a Blair Witch, otra con bruja pero ruidosa y trillada. Se trata del remake de la cinta de culto Blair Witch Project, que comete el error de obviar las virtudes de su predecesora: mostrar de un modo tan hueco como efectista en vez de sugerir. Uno de los bluffs de Sitges, aliviado con la modesta pero efectiva La autopsia de Jane Doe, un cuento asombroso que empieza de quitarse el sombrero y transcurre únicamente en una sala de disección de cadáveres. Un a locura, Karaoke Crazies, se antoja un buen ejemplo de lo desvergonzados que son los cineastas asiáticos, que han partido la pana con la inquietante y sórdida Creepy, el instant classic El extraño y The Handmaiden, lo último de Park Chan-Wook, una bestia del séptimo arte que deja claro el nivel del que gozan los directores orientales, muy por encima de la media. El maestro Paul Schrader, presente en Sitges, ha traído bajo el brazo Dog Eat Dog, un título menor en su filmografía, con un William Dafoe en plenas facultades dándole la réplica a Nicolas Cage. Son varios los rostros populares que están estos días pululando por el festival, entre ellos Bruce Campbell, quitándose a los fans de encima, y el gran Christopher Walken. Los veteranos Max von Sydow y Terele Pávez han recibido sendos premios homenajes en un evento que va a por todas, ofreciendo una programación excesiva. Es imposible verlo todo. La parrilla puede ser estresante, con maratones nocturnos que acaban al amanecer y una primera sesión a las 8 de la mañana. De locos.
En Sitges ha podido verse también el documental Los herederos de la bestia, sobre El día de la bestia, veinte años después. El filme de Alex de la Iglesia marcó una época y pasó por el festival. Si hablamos de cineastas vascos, el reconocido cortometrajista bilbaíno Haritz Zubillaga ha presentado por primera vez al público su ópera prima en formato largo, El ataúd de cristal, que no ha dejado indiferente a la audiencia. Una de las propuestas más aplaudidas ha sido Swiss Army Man, un delirio escatológico sobre la soledad y el hermetismo existencial muy aplaudido por el público entregado. Sitges sigue manteniendo el tipo, conservando el cetro de mejor festival de cine fantástico del planeta.
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