Ricardo Aldarondo
Jueves, 6 de octubre 2016, 17:45
Artistas excéntricos, genios locos, iluminados que ven lo que los demás no alcanzamos... qué gran atractivo tienen. A veces basta con ponerles la cámara, observarlos, escucharlos, para sentirse subyugado por su discurso insólito, por sus manías, por su forma de vivir el arte. En esos ... términos colocamos desde la primera imagen, desde las primeras palabras, al pianista Oleg Nikolaevich Karavaichuk, protagonista total y único de 'Oleg y las raras artes', la última película de Andrés Duque, tan afecto también a los raros y excéntricos. Aparece la figura desgarbada, desvencijada, tocada con melena y boina, de Oleg avanzado por un pasillo exhuberante de figuras y artesonados del Hermitage, el mítico museo de San Petersburgo. En medio de la perfección geométrica de la arquitectura, las manos de Oleg, y su mirada, tienden a volar sin reglas, como su imaginación, sus comentarios y su música, que interpreta también en otros de los sencillos planos secuencia que forman el filme de una hora en el que el pianista se presenta y se expresa tal cual, sin presentaciones, preámbulos ni explicaciones. Una pieza de cámara que se estrena hoy de forma también especial, escalonadamente, en unos pocos cines convencionales y en unas cuantas programaciones exquisitas de distintas ciudades.
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Conocer a Oleg a través de este pequeño y fragmentario filme es acercarse al misterio de la comunión total con el arte, como forma de expresión, aunque el pianista hable también ocasionalmente de dinero y supervivencia. En su inagotable expresión verbal advierte que no es un genio, sino "una criatura sentimental". Muestra sus obsesiones con el emperador Nicolás de Rusia, quien decidió convertir el Hermitage en museo, un lugar que Oleg siente como su propia piel. Sobre todo cuando se sienta al impresionante piano que perteneció al propio Nicolás y que a Oleg le permiten tocar siempre que quiere, con su manera impulsiva, a veces violenta, de desmontar el clasicismo. Oleg también puede disertar ampliamente sobre las influencias de las mucosas, los fluidos y los tejidos en el hombre y su música.
La dedicación de Oleg en cuerpo y alma al piano y el arte nos recuerda a otros pianistas mucho más conocidos, también tocados por ese punto de excentricidad genial. Glenn Gould y su pequeña silla que mantuvo durante décadas como único asiento posible para entregarse encorvado y tenso a la interpretación más fluida imaginable, que dio lugar a numerosos documentales o a un filme ficcionado tan curioso como 'Sinfonía en soledad: un retrato de Glenn Gould (Thirty-two Short Films About Glenn Gould)', de François Girard (1993). O a Sviatoslav Richter, que cuando tocaba en directo exigía que el auditorio se mantuviera completamente a oscuras, solo encendida una pequeña bombilla sobre las partituras. Así solo quedaba la música, él no se consideraba importante ante ella. Así le vimos, o solo le intuímos y escuchamos, hace un par de décadas en el Victoria Eugenia de San Sebastián.
El propio cineasta Andrés Duque, que sigue una trayectoria que cabría calificar de unipersonal en la creación de películas mínimas en medios, pero amplias en sugerencias y descubrimientos, ha sentido la atracción de ese punto de excentricidad desde sus comienzos: su primer filme fue 'Ivan Z', en el que colocaba su cámara en medio de la intimidad hogareña y un punto decadente del cineasta donostiarra Iván Zulueta y dejaba que el artista y su entorno hablaran por sí mismos de su reclusión, de su pausa de décadas tras haber logrado una de las mejores películas de la historia del cine español, 'Arrebato' (1980). Una forma de documental desnudo que se viste de la ficción propia de la imaginación de los retratados.
Ahora en 'Oleg y las raras artes' Andrés Duque descubre a un personaje igualmente fascinante, no siempre comprensible en sus derivas musicales y mentales, pero de una lucidez tan rara como emotiva. Y con insólitas ráfagas de opinión sobre su país y sobre una figura como Stalin. Uno de los mejores momentos del filme es el recorrido de Oleg por Komarovo, y los restos de esas casas que Stalin puso a disposición de los artistas, donde vivieron el cineasta Andrei Tarkovsky, la poeta Anna Akhmatova o el compositor Dmitri Shostakovich, entre muchos otros. En los vestigios de esa pasión por el arte renace y refulge el enigmático genio de Oleg Nikolaevich Karavaichuk por última vez, ante la cámara de Andrés Duque: en el pasado junio, pocos meses después del estreno de 'Oleg y las raras artes', el pianista murió. Pero buena parte de su misterio, de su inspiración, de su vitalidad han quedado atrapados en este pequeño y sugerente filme.
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