Josu Eguren
Jueves, 24 de marzo 2016, 16:34
No me hacen falta motivos para reivindicar la figura de Ken Russell, pero si me forzasen a elegir uno tomaría como excusa su tardía conversión al catolicismo (a finales de la década de los 50), o el contraste permanente de una filmografía compulsiva donde lo ... profano y los símbolos sexuales se intercalan con la iconografía religiosa en una ceremonia orgiástica de luces, sombra, música y color.
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En una fecha en la que la Iglesia de Roma nos recuerda la obligación de observar abstinencia y ayuno, les propongo un banquete de imágenes arrebatadas por obra y gracia de un cineasta bizarro, manierista, excesivo, estridente, bronco, barroco... despreciado por la crítica (es célebre su enfrentamiento a golpes con el crítico del Evening Standard, Alexander Walker) y tristemente desconocido en España: el león que rugió en sus memorias un amor profundo por la que fue su musa, Glenda Jackson, y la compleja relación con el que no dudó en señalar como su alter ego en la pantalla, Oliver Reed.
Russell labró su fama de autor polémico y controvertido con una serie de biografías documentales para la BBC que hoy siguen siendo referencias ineludibles para cualquier melómano interesado en la historia de la televisión: sus aproximaciones a la obra de Elgar, Delius, Debussy o Strauss ('Dance of the Seven Veils' fue retirada de la circulación como resultado de un pleito en el que los herederos de Strauss denunciaron la representación del músico austriaco como artífice de una sinfonía que silenciaba los gritos del Holocausto) son el ejemplo perfecto de una irreverencia documentada que tuvo continuidad en el largometraje con títulos como 'La pasión de vivir', en el que desnudó la identidad sexual de Tchaikovsky.
Aplicando un patrón similar, que varía en lo tonal adaptándose a la psicología y contexto de los personajes, filma obras tan interesantes como 'The Biggest Dancer in the World', con Isadora Duncan como centro de estudio, y 'El mesías salvaje', un biopic sobre el escultor francés Henri Gaudier-Brzeska, en lo que significó su primera colaboración con Derek Jarman.
Dejando atrás un par de experiencias interesantes, pero a la postre insatisfactorias (un compromiso previo con el productor, Harry Saltzman, le obligó a dirigir 'El cerebro de un billón de dólares' tras la negativa de Rudolf Nureyev a protagonizar la biografía sobre Vaslav Nijinsky, al que el divo ruso consideraba un talento menor), en 1969 presenta 'Mujeres enamoradas', la adaptación de la árida novela homónima de D.H. Lawrence que lanzó a Glenda Jackson al estrellato, aunque la película es recordada por la famosa escena de lucha homoerótica en la que Alan Bates y Oliver Reed sellaban una amistad más allá del amor.
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La escena de lucha de 'Mujeres enamoradas'
Tráiler de 'Mujeres enamoradas' (1969)
Pasan dos años y en 1971 se estrena 'Los demonios', el mundo se detiene, y la opinión pública conservadora lo declara hereje por su refundición de Los demonios de Loudun, de Aldous Huxley con la el texto de la obra teatral que John Witting escribió a partir de la novela del escritor inglés.
Con la puesta en escena del tormento y el éxtasis del sacerdote católico Urbain Grandier, que fue quemado vivo tras ser encontrado culpable de brujería por seducir y endemoniar a las monjas enclaustradas en un convento de Ursulinas de la villa francesa de Sainte Croix en Loudun (Poitiers, 1634), Russell ilustra la exégesis de su pensamiento, al tiempo que denuncia la instrumentalización de la religión y el proceso degenerativo de sus principios, abriendo el proceso inquisitorial a una lectura contemporánea sobre la fe y la razón. 'Los demonios' causó tal impacto que aún hoy sigue proyectando su sombra sobre la magistral 'Madre Juana de los ángeles', de Jerzy Kawalerowicz, porque incluso cercenada por la censura conserva intacta su capacidad de convulsionar las miradas más reaccionarias (la escena en la que Vanessa Redgrave se masturba con una imagen de Cristo es la punta de iceberg de una película que es todo santidad en la depravación).
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Tráiler de 'Los demonios'
Reuniendo a un equipo en el que destaca Derek Jarman como diseñador artístico, Russell dio a luz a una obra que ha superado la caducidad inherente a títulos como 'Lisztomania' (1975), una ópera rock que debe analizarse en el contexto histórico que hizo posibles 'El fantasma del paraíso' (Brian De Palma, 1974), 'The Rocky Horror Picture Show' (Jim Sharman, 1975) o 'El hombre que cayó a la Tierra' (Nicolas Roeg, 1976).
Su desatada y lujuriosa apropiación de la biografía del compositor austro-húngaro es un meteorito que a ojos del presente podría definirse como el cruce lisérgico entre 'Amadeus' (Milos Forman, 1984) y 'Casanova' (Federico Fellini, 1976) -con homenajes explícitos e implícitos a Chaplin y al tándem Powell & Pressburger- si no fuese porque en el tercer acto Russell desafía cualquier expectativa con un despliegue de imaginería barroca que viola el legado de Wagner (convirtiéndolo en un barón Frankenstein nazi) y la teoría del superhombre -si afinan la mirada, descubrirán a Ringo Starr coronado con la tiara papal y a Rick Wakeman (el teclista de Yes) empuñando el martillo de Thor-.
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Tráiler de 'Lisztomania'
La de 'Lisztomania' no será la última colaboración del director inglés con Roger Daltrey, que encadena su papel como estrella del rock sinfónico en el XIX con el protagonismo en la adaptación cinematográfica de 'Tommy', una ópera rock monumental en la que Russell dramatiza el álbum de estudio de The Who con la participación de Pete Townshend, Keith Moon, John Entwistle, Eric Clapton, Tina Turner y Elton John (años después, en el videoclip de 'Nikita', dirigido por Russell, el cantante británico introdujo un guiño a su papel de Pinball Wizard en 'Tommy').
Enlace al videoclip 'Nikita', de Elton John
Tráiler de 'Tommy' (1975)
Después de 'Tommy' llega 'Valentino', donde finalmente coincide con Nureyev, poniendo en escena un guion que especula sobre la sexualidad del gran mito erótico del cine mudo, antes de dar el salto a los Estados Unidos para hacerse cargo del rodaje de 'Viaje al fondo de la mente', en sustitución de Arthur Penn. La adaptación de 'Estados alterados', de Paddy Chayefsky, de la que el guionista y escritor se desvinculó por diferencias irreconciliables con el director (el propio Russell apuntó a las constantes apreciaciones de Chayefsky en relación a la iluminación y la puesta en escena como punto de fricción) significó su primer taneo a un género en el que desplegó sus dotes como ilusionista para enmascarar lo que en el fondo no era más que una profunda historia de amor. Haciendo del encuadre un tanque de aislamiento sensorial uterino, Russell planta la semilla de una experiencia mística y alucinatoria que indaga en el subconsciente a la búsqueda de Dios. En la progresiva y esquizofrénica regresión del yo (William Hurt) hacia un estado primitivo, la pantalla se convierte en un collage de formas dantescas y visiones surrealistas alimentadas por el consumo de una poderosa droga alucinógena. Un viaje psicodélico en el espacio tiempo que hace frontera con 'Phase IV', de Saul Bass, y con las investigaciones de Timothy Leary, el gran gurú del uso terapéutico del LSD.
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La crítica la recibió con tibieza, alabando sus efectos especiales, pero hoy es considerada una obra culto que forma un díptico irregular con el segundo largometraje de Russell en su etapa americana: 'La pasión de China Blue', otro controvertido drama en el que Kathleen Turner ejerce como prostituta de noche satisfaciendo las fantasías de John Laughlin mientras escapa de un sacerdote perturbado interpretado por Anthony Perkins.
Tráiler de 'Viaje alucinante al fondo de la mente'
El fracaso de 'La pasión de China Blue' en taquilla lo lleva a embarcarse en la dirección de un montaje de 'Fausto' para Ópera Estatal de Viena, como paso previo al rodaje de 'Gothic', que renueva su interés por el cine de época y empalma la historia de la noche en la que se gestaron 'Drácula' y 'El moderno Prometeo' en la Villa Diodati con una revisitación a 'La guarida del Gusano Blanco', de Bram Stoker, en clave de (auto)parodia revirada de la filmografía gótica de la Hammer (con especial atención a Peter Sasdy y Roy Ward Baker).
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La película marca el inicio de un declive que no logra atajar el estreno de 'El arco iris', una nueva adaptación de la obra de D.H. Lawrence que funciona como precuela de 'Mujeres enamoradas', y en la que Russell vuelve a reunirse con Glenda Jackson a quien había dirigido hace tan solo un año en 'Salomé' (de Oscar Wilde).
Tráiler de 'La guarida del Gusano Blanco'
Ken Russell a su paso por 'Big Brother'
La televisión vuelve a ser su refugio hasta la entrada en un nuevo siglo que no guarda memoria de su época de mayor esplendor. Reconvertido a la fe del cine low cost, en 2002 perpetra un refrito underground de historias de Edgar Allan Poe que lleva por título 'The Fall of the Louse of Usher: A Gothic Tale for the 21st Century'. La caricatura final (la necesidad le empujó a participar en la edición británica de 'Gran Hermano') no empaña la leyenda de un director que en sus últimos años de vida se recluyó en el garaje de su casita en Hampshire, junto a su cuarta mujer, Lisa Tribble, para experimentar con la imagen en un retorno a los años de infancia en los que imaginaba películas caseras de terror. Un cineasta único, ascendente de nombres totémicos como Tony Richardson, Stanley Kubrick, Lindsay Anderson o Derek Jarman y heraldo de una profecía incumplida que ha derivado en el presente aburrido, manso y canónico en el que agoniza gran parte del cine británico.
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