Fernando Belzunce
Jueves, 11 de febrero 2016, 16:28
La ignorancia es atrevida y solo el debú de un insolente de 26 años explica que en 1941, hace ya 75 años, se estrenara una proeza como Ciudadano Kane. Un huracán cinematográfico que obtuvo el respeto de la crítica y la indiferencia del público en ... Estados Unidos. Orson Welles, conocido por sus obras en el teatro y por su famosa narración radiofónica de La guerra de los mundos, firmó con 25 años una maravillosa rareza que combinaba de forma osada diferentes técnicas cinematográficas, planos en contrapicado, continuos saltos en el tiempo y en el espacio, geniales trucos de montaje, diferentes voces narrativas y toda una batería de argucias al servicio de los 119 minutos de metraje. Todo ello a un ritmo endiablado.
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La película es a estas alturas, sin duda alguna, una obra más analizada que disfrutada. Al fin y al cabo, se trata de una pieza virtuosa que ya en su momento pasó por las salas sin pena ni gloria, por tratarse de una obra adelantada a su tiempo y, como tal, incomprendida. También, por la escasa promoción que tuvo tras la enorme presión que ejerció en su contra William Randolph Hearst, el magnate de los medios de comunicación en el que se inspira la vida del protagonista. Un hombre, interpretado por el propio Welles, cuya vida se cuenta empezando por el final (el momento de su muerte), continúa después por el principio, cuando ese hombre pasa a ser un niño al que separan de sus padres, y avanza a medida que diferentes personajes van respondiendo las preguntas de un periodista que quiere saber qué significa la misteriosa palabra Rosebud que pronunció justo antes de morir.
Welles, que en la época era ya una estrella, sobre todo en el ámbito radiofónico, optó a un contrato con la RKO que le daba el control total de la película, algo impensable para un novato. Incorporó a actores que tampoco habían aparecido en el cine y que procedían de su compañía, Mercury Theatre, y preparó el guión junto a Herman J. Mankiewicz, hermano mayor de Joseph, el conocido productor y director. La historia, la de un hombre que, como tantos, quería que le quisieran y acabó confundiendo la búsqueda de ese cariño con la del reconocimiento, el dinero y el poder, es buena, aunque no deslumbrante. Lo que realmente deslumbra es la concepción técnica del filme, que logra que el tono de la trama, al principio casi un documental, vaya evolucionando hasta convertirse en un arrollador drama sobre un poderoso hombre de grandes ambiciones que en verdad no deja de recordar una infancia marcada por la austeridad. No hay una sola hazaña en particular, sino una impresionante mezcla de ellas.
El propio Welles contó que vio La diligencia, de John Ford, cuarenta veces seguidas para preparar el rodaje de Ciudadano Kane. Cada vez que la veía invitaba a la proyección a un profesional distinto para preguntarle cómo se había rodado una escena, cómo se había preparado la siguiente, etc El modo en el que un novato se apropia del arte del veterano Ford es aún uno de los mayores misterios cinematográficos por resolver. La intuición de Welles, y su capacidad para crear imágenes, es descomunal y en sus películas posteriores no llegó a alcanzar el mismo nivel. Cada plano, ayudado por la música de Bernard Herrmann, parece vital. Juega con las sombras y con los objetos, con planos tomados desde ángulos inverosímiles que muestran altos techos y enormes paredes, con espejos que devuelven imágenes o con una profundidad de campo que muestra en toda su complejidad una composición soberbia de los espacios, a menudo recargados y barrocos.
El personaje de Kane se basa en William Randolph Hearst, pero también en George Orson Welles, del que hereda algunos rasgos característicos, como su proverbial mal genio. La escena en la que el magnate emplea trucos de magia para conquistar a la que va a ser su mujer es significativa. Porque el propio Welles, que había sido ilusionista, en verdad hizo magia con este filme en el que empleó infinidad de trucos sin siquiera poder explicar después cómo había conseguido semejante resultado: «Mi confianza la obtuve de la pura ignorancia. No existe confianza que la pueda igualar. Solamente cuando conoces la profesión es cuando eres tímido o prudente», explicó en 1960, durante una entrevista con el presentador de la BBC Huw Wheldon.
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Seis años después de aquella conversación, cuando Welles ya había rodado otros filmes que no habían alcanzado la altura de Ciudadano Kane y cuando la película ya era considerada como la mejor de todos los tiempos, gracias a la influencia de la revista británica Sight & Sound, al fin se estrenó oficialmente en España. Fue el lunes 21 de febrero de 1966, la censura la revisó de cabo a rabo y la película pudo ser apreciada en un contexto muy diferente, con un Orson Welles que ya había visitado el país varias veces y era muy conocido. Habían pasado dos décadas desde que la crítica francesa la aclamara y motivara su reestreno en Estados Unidos y también dos décadas desde que se proyectara originalmente en algún cine de Madrid, un 11 de febrero, como consta en el IMDB, aunque entonces pasara como una exhalación.
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