Guillermo Balbona
Miércoles, 2 de diciembre 2015, 15:58
Ahora que regresan el mito y las metáforas de Moby Dick, bueno es recordar que el cine y el mar han estrechado sus tempestades, nuevas olas y procelosos paisajes, con una fructífera diversidad de miradas. Desde la épica a la aventura de lo insondable, ... desde el naufragio extremo a la travesía del exilio interior. En estas aguas turbulentas el cineasta alemán Wolfgang Petersen traza un cuaderno de bitácora, a modo de pesadilla bélica, que supone una inmersión en el horror vacui, en las entrañas de ese profundo pozo sin fondo del sinsentido de la guerra.
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Con cargas de profundidad dotadas de realismo sucio, visceralidad visual y un latido constante de angustia en sus imágenes la empatía del filme reside en su capacidad innata para dejar en suspenso la situación límite y la sensación finalista. El final, como el principio, es la muerte. "¿Qué se siente ahí abajo?", le pregunta un gerifalte de la marina hitleriana a uno de los mandos del submarino en una de las escasas escapadas a la superficie. "Lo oscuro, la oscuridad", le responde.
La obra de Petersen, fechada en los ochenta y aderezada en los noventa -esta vez con sentido y coherencia, con casi una hora más fruto del denominado montaje del director-, se desliza en esa línea inasible entre la vida y la muerte, su punto de vista humano nunca vira epatante y se dedica durante tres horas a bombear el corazón de las tinieblas. Petersen empuja al espectador al interior de un relato opresivo y pasional, desgarrado y físico. En la proa cinematográfica de la historia de la segunda guerra mundial asoma un episodio de perdedores (el factor humano fue el derrotado). En la popa de su mirada, un itinerario por las sombras de un puñado de hombres que se aferran a sus deseos y recuerdos en cuarentena, mientras afrontan un ejercicio terminal de supervivencia.
'El submarino' es en realidad un trasunto del ballenero Pequod, y su tripulación, que padece la locura de la guerra, y el fanatismo y la obsesión megalómana del régimen nazi constituyen la metamorfosis de un capitán Ahab colectivo, que encarna una autodestructiva persecución de su ansiedad vital. No hay salida.
Y cada plano y cada secuencia exprimen la cuenta atrás de un hundimiento moral, retratan la desesperación, estrechan ese exiguo margen entre la superficie de una prolongada decadencia y la hondura de una esperanza que se intuye entre los resquicios que deja el horror. Los travelling del director de 'La historia interminable' abren vías de cine entre silencios y vértigos de tal modo que el espectador se ve atrapado en una oquedad angosta, cuya reiteración se convierte en una simbólica travesía que discurre por la mentira de la acción, la verdad del desastre y la trampa de la victoria.
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El milagro de Petersen es resucitar un subgénero y dotarle de una personalidad visual potente, explotando los estereotipos y los códigos, depurando el ritual y sublimando ese lado oscuro del animal bélico mirándose al espejo cóncavo de su hombre solo.
'El submarino', con su magnífico arranque que recuerda al prólogo de 'El cazador' o al tiempo previo al descenso a los infiernos de 'Apocalipse now', es un preludio que en pocos minutos dibuja varios perfiles psicológicos y desvela el síntoma de un país y de un espejismo de imperio entrenado para el exterminio que empezaba a oler a derrota y mostraba ya las heridas abiertas de su bulimia fanática.
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Tenso, agobiante, con una puesta en escena de texturas detallistas, de diálogos fructíferos entre la fotografía y lo fieramente humano de un reparto (encabezado por el excelente Jürgen Prochnow), siempre expuesto y al límite, el cineasta que vio como se le abrían las puertas de Hollywood con su exitosa cinta, estruja un efectismo medido, cargado de fisicidad y pegado al cuerpo a cuerpo. Todo es inevitablemente húmedo, la muerte se presiente, el pánico es un sónar que advierte de que la luz puede ser una quimera y tras esa coreografía de escotillas, periscopios, mandos, decisiones erróneas y órdenes absurdas, solo cabe la sordidez y la crueldad que la película delata con machacona eficacia e insistente lucidez.
El director de 'Troya' que volvería al mar con 'La tormenta perfecta' y 'Poseidón', pero que se inundó de comercialidad, nunca recobró en Hollywood la excelencia estilística demostrada en 'Das boot'. El poderoso equilibrio de su clímax se sitúa en su facilidad para crear una burbuja de complicidad entre la convivencia crítica de las criaturas que retrata y la asfixia existencial donde la cámara se adentra como una transparente serpiente de agua.
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El filme más caro de la historia del cine germano hasta ese año 81, y el más taquillero de su país desde el final de la guerra, eligió como escenario una antigua base de submarinos nazi, en La Pallice, junto a La Rochelle, y para imprimir mayor autenticidad al sumergible protagonista de este relato fechado en 1941, se construyó un submarino en Alemania y se trasladó desmontado a La Rochelle. Como curiosidad basta recordar que tanto el artefacto construido como ese paisaje portuario fueron empleados también para las escenas en que los nazis se llevan el arca perdida en la aventura fundacional de Indiana Jones.
Las tripas del U-96 se mastican por su verismo. Una mezcla de sutil perfeccionismo formal y danza humana habitan en un espacio que se apodera del punto de vista y una creciente atmósfera crítica donde Hitler y el nazismo son la brocha gorda que tapa las vergüenzas de la sinrazón.
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Con seis nominaciones a los Oscar y un gran éxito económico, el filme basado en una historia original escrita por Lothar Günther Buchheim, singular oficial de marina, periodista, fotógrafo, historiador y coleccionista de arte, nunca deja que el virtuosismo de Petersen y el laborioso, eficaz, hábil y artesanal rodaje entren en colisión. Esta silueta cinematográfica del lobo de mar del Tercer Reich abre sus fauces sin los recursos del presente digital, pero revelando un intenso zafarrancho de combate narrativo. Compulsiva y bárbara, implacable e intensa, 'El submarino' se detiene tanto en el tedio y la rutina como en la tensión y en la asunción de que la vida, como un golpe de mar, puede acabarse en la próxima inmersión.
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