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César Coca
Jueves, 3 de diciembre 2015, 15:37
Sergéi Prokofiev. Su nombre está inscrito con letras de oro en la música clásica del siglo XX. También figura en el grupo de compositores que más sufrieron por causa de su obra. Su biografía es el relato de un éxito inicial y duradero que deriva en amenazas y temor y termina con el peor golpe del destino: la muerte le llegó el mismo día que al gran hombre que le martirizó durante sus últimos años. El gran hombre era, por supuesto, Stalin. Y su desaparición fue tan importante para la URSS y para el mundo que los diarios apenas pudieron prestar atención al fallecimiento del compositor que había admirado a Europa y América no tantos años antes.
A un artista de su tiempo, el cine no le podía resultar indiferente. Prokofiev había asistido a la llegada del sonoro en Europa, donde vivió desde 1918 hasta mediados de los treinta, con algunas estancias en EE UU. Desde la distancia, manteniéndose prudentemente alejado de la política de su país, había colaborado con los ballets rusos mientras escribía una obra 'clásica' que deslumbró a críticos y aficionados. Su música sonaba moderna sin acercarse para nada al dodecafonismo. Había en ella una intensidad, un lirismo austero y a veces áspero, que la hacía distinta. Prokofiev exploraba sonoridades y forzaba los timbres. Algunos asistentes a sus interpretaciones de los dos primeros conciertos para piano llegaron a pensar que rompería las cuerdas del instrumento, tal era la violencia que desplegaba ante el teclado (y que requería la partitura).
Pero aunque presenció en una posición privilegiada las primeras colaboraciones entre músicos y cineastas, su interés por la composición para los filmes surgió más tarde y está vinculada a su regreso a la URSS. En el extenso catálogo de Prokofiev se encuentran las bandas sonoras de una decena escasa de filmes. Todos ellos fueron estrenados en solo ocho años, entre 1934 y 1942, y tienen el denominador común de que tratan acerca de figuras heroicas, históricas o literarias, de su país. Ahí están, por ejemplo, 'Tonya', un filme de propaganda en plena Segunda Guerra Mundial sobre el heroísmo de los más modestos; 'Los partisanos en las estepas ucranianas'; 'Kotovsky', sobre un héroe de la guerra civil; y también 'Lermontov', sobre el gran escritor del XIX y 'Reina de picas', a partir del cuento de Pushkin sobre el que Chaikovski escribió una ópera.
Sus tres trabajos más célebres, los que han trascendido fuera de la pantalla, son 'Teniente Kijé' (1934), su debut cinematográfico, y las dos colaboraciones con Sergéi Eisenstein, el gran director soviético que con 'El acorazado Potemkin' (aún muda, es de 1925) había entrado en la historia del séptimo arte. Se trata de 'Alexander Nevski' (1938) e 'Iván el terrible' (1942).
La música de estos tres filmes se interpreta con frecuencia en las salas de concierto, porque fue 'reconvertida' en suite orquestal o en cantata. En todos los casos, está la 'marca de agua' de los trabajos del compositor: una sonoridad densa y un extraordinario sentido de la épica. En el ballet 'Romeo y Julieta' (escrito entre 1935 y 1936) Prokofiev había compuesto una música de una fuerza tal que los bailarines parecen quebrarse ante el dramatismo de una música que rompe el corazón. Algo parecido sucede en estas tres partituras para la pantalla. Además, consigue algo que en las versiones de concierto es imposible percibir: se adapta de una manera extraordinaria al relato, proporcionándole una fuerza que supera la de las imágenes.
El lenguaje musical de Prokofiev es perfecto para el cine de Eisenstein. Esos rostros a veces hieráticos y a veces desgarrados, la violencia y el dolor, el heroísmo y la victoria, plasmados en planos diseñados para reforzar el carácter mítico de lo narrado, encajan como anillo al dedo con las creaciones del compositor. Vistos con los ojos de hoy, para los que sus grandes avances en la construcción del relato cinematográfico ya no parecen tales por lo que ha evolucionado ese lenguaje, los filmes de Eisenstein pueden parecer grandilocuentes, con esas escenas de movimientos de gente que parecen seguir una coreografía. También se puede pensar, en no pocos casos, que van sobrados de metraje. Pero la música es de una grandiosidad tal y de una perfección tan apabullante que arregla algunos de esos problemas.
El caso de 'Teniente Kijé' es diferente. Esa historia de una impostura con final dramático sirve para que Prokofiev muestre su faceta más sarcástica y paródica. Como si intuyera que todo lo que le habían prometido para convencerle de que regresara a la URSS renunciando al lujo y la fama de Occidente sería pronto papel mojado y la admiración pública se transformaría en frialdad primero, marginación después y más tarde una ducha escocesa de premios y amenazas que habría enloquecido a cualquiera. Como si quisiera mostrar la farsa de un régimen que había prometido el paraíso y terminó por construir el peor de los infiernos.
Con 'Iván el terrible' acaba su colaboración con el cine. Tampoco es casualidad. La segunda parte de la historia fue rodada en 1946 pero no pudo estrenarse hasta después de la muerte de Stalin. Y la tercera quedó sin concluir por el fallecimiento del director. El mundo se derrumbaba alrededor de Prokofiev. Incluso su vida personal se transformó en un tormento. Abandonó a su esposa, la española Lina Codina, para casarse -convirtiéndose de hecho en bígamo- con una joven muy bien relacionada en el partido llamada Mira Mendelson. Perdió toda relación con sus hijos y con sus amigos, se encerró en sí mismo y la persecución sufrida le causó un grave deterioro de su salud física y psíquica. Para entonces, otros grandes compositores triunfaban en Hollywood.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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