Oskar Belategui
Jueves, 22 de octubre 2015, 18:03
En 'Balada triste de trompeta' sonaba la canción homónima de Raphael, estremecedora y kitsch al mismo tiempo. Dos payasos competían por el amor de la misma mujer, liándose a tortas en una nada sutil metáfora de las dos Españas. Álex de la ... Iglesia unía dos de sus obsesiones en una tamborrada buñuelesca: la sordidez del mundo del espectáculo, lo jodido que resulta hacer reír, y una imaginería propia del tardofranquismo, del que el cantante de Linares es uno de sus iconos.
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Otra película suya, 'Muertos de risa', también convertía en horror y esperpento a una pareja de humoristas incapaces de aguantarse fuera del escenario. Las bofetadas que se propinaban despertaban carcajadas. En '800 balas', la querencia que el director bilbaíno siente hacia los perdedores y la fauna 'freak' tomaba forma en los especialistas de un poblado del Oeste en Almería, un espejo de su propia vida de cineasta, "siempre ajeno a la realidad, viviendo un sueño y escondiéndome en un reducto fantástico".
'Mi gran noche' reincide en algunos de los temas favoritos de Álex de la Iglesia, que nunca ha distinguido entre alta y baja cultura. Al mismo tiempo que estudiaba Filosofía en Deusto, dibujaba cómics en la casa familiar de Indautxu, superhéroes vascos que se caían en una poza de los Altos Hornos de Sestao y se convertían en mutantes, Burdinjaun contra el Gran Dakari. O criaturas que emergían de las entonces cenagosas aguas del Nervión, La Cosa de la Ría.
¿Frívolo? No exactamente. En su ópera prima, 'Acción mutante' (1993), ya aparecían encapuchados leyendo un comunicado que, por desgracia, nos resultan macabramente familiares. Nadie se había atrevido hasta entonces a tanto. Lo que nunca hará el autor de 'Crimen ferpecto' es pronunciar discursos con la voz engolada. Su discurso fluye subterráneo y sarcástico. Como en su obra magna, 'El día de la Bestia', donde Satán se encontraba con la España negra. 'El exorcista' conocía a Rafael Azcona.
Si en aquella aventura un Quijote salido de la universidad de Deusto y un Sancho Panza death-metalero de Carabanchel recorrían un Madrid apocalíptico sospechosamente parecido al Madrid real, en 'Mi gran noche' De la Iglesia encierra España en un plató rodeado de policía y manifestantes. Si el mundo del espectáculo es pura fachada, nada más falso que un programa especial de Nochevieja, que se rueda meses antes con un sinfín de figurantes simulando la felicidad y el desparrame de Fin de Año. Un escenario ideal para una comedia de un director especialista en celebrar el caos en farsas que son espejos deformantes de la realidad.
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El reverso macabro del mundo del entretenimiento ejemplificado en Alphonse, alias Raphael. El veterano cantante, en su vuelta a los platós después de cuarenta años, se ríe de su imagen de divo en la piel de un artista engreído y psicópata, un déspota al que vemos descubrimos vestido de negro como si fuera Darth Vader. Su némesis es Adanne, un joven artista, lelo y lúbrico, el rey del electro latino encarnado convincentemente por un Mario Casas que ha sabido refundir el carisma idiota de Zoolander y las maneras de estrellas como Bisbal y Enrique Iglesias.
La pelea entre Alphonse y Adanne es una más de las numerosas líneas argumentales de un filme aquejado de dispersión y coralidad. De la Iglesia se detiene en las peripecias de un figurante intepretado por Pepón Nieto, un pobre diablo con el que el espectador puede identificarse en una galería de personajes malvados, histéricos o directamente orates. Aparecen un un matrimonio de presentadores a la greña, capaces de todo por levantar la audiencia (Carolina Bang y Hugo Silva), el hijo de Alphonse, confabulado con un fan loco que quiere cargárselo (Carlos Areces y Jaime Ordóñez), un productor televisivo que solo quiere fugarse con la pasta (Santiago Segura)
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'Mi gran noche' no añade nada nuevo a la filmografía del realizador. Cumplirá su propósito de barrer en taquilla, pero cabe exigirle más al autor de 'Los crímenes de Oxford', que parece rodar con el piloto automático puesto y acaba contagiándose del caos y el humor chusco del que precisamente quiere mofarse. Se echan de menos más escenas entre Alphonse y Adanne en un enredo con el poderío visual marca de la casa, que no atrapa en su inicio con la contundencia de títulos anteriores del realizador, aquejado siempre del mismo mal: no saber cómo terminar la película.
Casi todos los personajes de 'Mi gran noche' son cretinos. Viven pendientes de sus móviles y de las redes sociales, ansían la fama a cualquier precio, se pirran por la telebasura, un ERE se cierne sobre sus cabezas y tratan de sobrevivir a cualquier precio. Ese conjunto de figurantes se parece sospechosamente a cualquier plató de Tele 5. La vulgaridad en la que se ha sumido un país -concluye el director-, que deviene un circo de cinco pistas en el que ruido no deja pensar y la fiesta (fingida) sirve para tirar hacia delante. Jamás ha resultado tan berlanguiano en su coralidad ni ha pisado tan a fondo el acelerador. Álex de la Iglesia, que no puede evitar el guiño a 'Star Wars', firma otro viaje catártico a las obsesiones de su infancia del que se sale aturdido y agotado.
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