Guillermo Balbona
Jueves, 24 de septiembre 2015, 12:40
'Quedaron estas cosas' es el epígrafe de su nueva incursión literaria. Doce relatos que verán la luz este otoño y que certifican la fidelidad creativa de quien ha mirado al mundo, muchas veces a través de la palabra ajena, y lo ha narrado ... sin olvidarse de imágenes esenciales. En el fondo su oficio es el de forjador de historias, las que contamos y las que necesitamos que nos cuenten. Por ello Mario Camus (Santander, 1935) es un hombre de escritura y relato, proyectado o no, adaptado o reinventado. Acaba de cumplir 80 años. El cineasta de 'Los santos inocentes' si viviera en Francia continuaría haciendo cine. Solo el desdén de un sistema que desprecia el talento y la profesionalidad ha impedido que siguiera rodando. Tras sus 'Apuntes al natural' y 'Fuego oculto' llegan sus nuevos relatos. «Siempre me ha gustado escribir, inventar historias, me he sentido más cómodo creándolas que haciéndolas porque no sabía si podía enfrentarme a un equipo. Milagrosamente, he podido hacerlo». Adaptar a Baroja tras visitar la escritura de Delibes, Cela, Barea, Galdós, es una de sus asignaturas pendientes.
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En el Cantábrico natal se sumergió la pasada década en un silencio roto por algunos premios, las buenas palabras, las retrospectivas y los homenajes. Frente a las barreras y los campos minados de buro-burrocracia optó por meter en un cajón sus 'Historias de la bahía'. Un guión que se postulaba no ya como testamento rotundo de quien ha rodado algunas de las mejores adaptaciones del siglo XX ('La colmena' y 'Fortunada y Jacinta') sino como querencia por rubricar en su ciudad, Santander, su apasionada entrega artesanal a la profesión de contar.
Entre sus referentes y complicidades literarias el narrador Robert Louis Stevenson y el poeta Claudio Rodríguez, con el friso siempre presente del universo de Chejov, el cineasta de 'Los días del pasado' es un creador que se mueve entre afectos y fragmentos de vidas y paisajes. Camus, como dijo en su día el profesor y ensayista José Luis Sánchez Noriega, refleja ante todo «la entregada dedicación del cineasta a un oficio que le absorbe». Tras recibir el Goya de Honor hace cuatro años, el santanderino ha dejado claro en una carrera de más de seis décadas que el cine es un perfecto artefacto para mostrar una visión del mundo, «una plasmación de valores, un juicio acerca de la sociedad o la historia inmediata».
El crítico Angel Fernández Santos ya dijo que «Camus es un caso ejemplar de este viejo axioma del acomplamiento entre el arte de hacer cine, el arte de vivir de él y la capacidad de descubrir el mundo a través de su práctica e incluso su rutina continuada».
Abandonó, no sin disgusto, la estela del cine con 'El prado de las estrellas' Mario Camus vive entre la resignación inquieta, la mirada crítica, la lectura, la revisión hogareña de, al menos, dos películas diarias, los encuentros con los amigos y sus esporádicas comparecencias en muestras, cursos, foros y festivales. No conduce, escribe a mano y no tiene correo electrónico...Y, sin embargo, sabe lo que supone «tener una historia convincente y creíble que hable de gente próxima en un tono conmovedor».
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Y, entre la nostalgia y una buena conversación, la memoria privilegiada y una cultura humanista, los relatos del cineasta ahondan en esa escritura que ha marcado la trayectoria de un hombre siempre tímido, que ha cuidado tanto las palabras como la imagen. «Paisajes, amigos, profesores, casas, sensaciones y cualquier otra cosa que se haya quedado prendida en el recuerdo» han habitado sus Memorias y sus cuentos, editados por Valnera gracias al empeño de su editor Jesús Herrán.
De su capacidad de síntesis y solidez para contar bastaría revisar su documental realizado en 1984 sobre la capital de España. Coproducido por TVE y la RAI, formó parte de la serie 'Capitales culturales europeas'. En él se retrata un día en la ciudad y representa «una auténtica joya» para todo aquel que quiera ver los cambios vertiginosos producidos en los últimos 30 años».
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Camus, que repite siempre su rechazo a «esa manía de los viejos de dar consejos y ser dogmáticos», es adalid de una filmografía sólida, consistente y coherente que arrancó en 1963 con 'Muere una mujer', 'Young Sánchez' y 'Los farsantes', aunque en los 50 ya trabajó para Carlos Saura como guionista. Ha eludido modas y su cumbre popular, mediática y crítica quedó unánimemente celebrada por su adaptación del Delibes de 'Los santos inocentes'. Entre la lucidez y el escepticismo después de una treintena de películas, varias series, guiones propios y ajenos, Camus, que siempre ha preferido el término «artesano» al de «autor», nunca demostró ansiedad por hacer una carrera: «Yo tenía 25 años cuando rodé la primera, y me consumí pensando si iba a poder terminarla». Incluso ahora que Alex de la Iglesia sube a Raphael a las pantallas del siglo XXI, el cineasta santanderino ya lo hizo en los 60 con 'Digan lo que digan', o con Marisol, en un cine más que alimenticio.
En su interior reside una confesión emocional: «Cuando terminé mi última película ('El prado de las estrellas', en 2007) pensé que le debía una película a Santander. El proyecto al final se frenó porque no encontramos subvención económica por parte de la Consejería de Cultura y del Ayuntamiento; es algo que sucede constantemente en el cine. Primero leen la historia y luego deciden si la apoyan o no, si financian otra iniciativa u otra. En este caso no salió adelante».
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Dentro del cine presente se ha sentido un dinosaurio, pero cree que se adaptaría a trabajar con los nuevos medios. Una cosa tiene clara: «Las gafas, los efectos especiales, el rayo azul, los Oscar, los candidatos... Todo eso son distracciones. Lo importante es la historia».
Su último trabajo en televisión fue 'La forja de un rebelde' en 1988, sobre la novela de Barea, tras otras muchas incursiones como 'Curro Jiménez' y la celebrada 'Fortunata y Jacinta'. Ahora Camus lo cree «imposible. Ahora no se atreven a proponer eso, eran formato de cine».
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Entre el oficio y la emoción, entre el artesano y el creador, entre la escritura y la mirada, no obstante, nunca tuvo conciencia de cuándo se convirtió en cineasta. Arropado bajo las sombras generacionales de Marsé, Aldecoa, Hortelano, Matute, Ferlosio, Fernández Santos, y el compromiso con la literatura, el mundo creativo de Camus ha discurrido por el realismo literario, el cine de género, la parábola política, el amor y el desamor, las adaptaciones, la utopía y el desencanto, en un trayecto de batallas y ficciones comprometidas ha diseccionado de manera diáfana su aportación creativa por encima de estudios y visiones críticas: «Digamos que en mi cine hay una idea con respecto a la vida y cuando la he podido desarrollar lo he hecho. También pienso que no he maltratado personajes, es raro encontrar en mis películas personajes que no sean listos. Y he aportado cierta seriedad. Jamás he rodado más de las horas precisas».
Y frente a milagros una receta muy casera: «Trabajar mucho. Mi concentración y dedicación han sido al cien por cien. Seguramente en todas mis películas hay pequeñas manías, un toque personal. Y esa persistencia se llama personalidad. Por eso siempre digo que mi máxima aspiración sería que alguien viera una obra sin títulos de crédito y supiera que era mía».
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