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Es sabido, y celebrado por algunos, que empiezan a imitarlo en otras latitudes, que el presidente Trump ha optado por expresarse a menudo sobre graves asuntos políticos con un fuerte desparpajo y una coloración elevada y basta. No le va mal en la vida y ... tal vez por eso, o porque se considere de buen tono imitar al jefe, algunos altos representantes de su Gobierno hacen lo mismo y hay una suerte de epidemia trumpista que ahora parece querer llegar al sancta santorum de la política profesional y cultivada: la diplomacia. Mike Pompeo, secretario de Estado, es el último adepto, pero en la versión más convencional y más digerible.
El jefe de la diplomacia norteamericana, primer director de la CIA bajo el Gobierno Trump, fue nombrado para la Secretaría de Estado el 13 de marzo pasado, en sustitución de Rex Tillerson, que podría ser su contrarretrato, todo discreción y mesura. No era el hombre de la madera de Trump que el presidente busca y termina encontrando y Pompeo dio la talla. A decir verdad, la tenía bien ganada por sus éxitos en las Fuerzas Armadas (militar de carrera y primero de su promoción) y en la universidad (nada menos que doctor en Derecho por Harvard), y fue además diputado federal por el Partido Republicano en una de cuyas excrecencias, el Tea Party, de imborrable memoria, militó.
Este hombre notable es el que, sin duda con gran júbilo personal, acaba de hacer saber a China que Washington no aceptará el menor intento de implantación política y estratégica de Pekín en Asia-Pacífico. Le advierte además que se opondrá con toda energía a la emergencia allí de una potencia hegemónica y trabajará codo con codo con sus aliados regionales y, en particular, acelerará la relación estratégica con la India, percibida, de hecho, como el único país del área capaz de contener a China, una especie de valoración estratégico-cultural por su densidad de población y su condición de potencia nuclear.
Esta vuelta a lo que parece una especie de reflexión final sobre una gigantesca región del planeta donde China tiene un papel central, conecta con la gestión convencional del asunto por sucesivas administraciones norteamericanas. Un tal Henry Kissinger debió ir en secreto en su día a terminar allí como fuera la guerra (perdida por Washington) de Vietnam y eso hizo escuela y dejó un eco imborrable que ahora no se puede ni retro-interpretar ni venerar… ni festejar. Asia, el continente donde, qué casualidad, Trump quiere apuntarse un tanto a cómo dé lugar a cuenta de la normalización de Corea del Norte algo que, si no ocurre, Trump imputará en un tweet a China, la malvada China que describió tan claramente el secretario de Estado Mike Pompeo.
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