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Vuelve a tu país!, nos espetaban las francesas cuando perdían en cualquier juego. ¡Fuera de aquí, españolas de mierda! Las palabras se hincan en lo más profundo y no sabes qué responder. Simplemente, se sigue adelante y una se prepara para el próximo ataque de ... ira, inculcándote el miedo a una expulsión. Que unas niñas sobradas supiesen humillar a cuantas extranjeras compartíamos su escuela, su sanidad, su suelo, nos unía en lo que nuestra directora, madame Reignée, llamaba defensa de los derechos humanos y respeto absoluto a los fundamentos de la República: libertad, igualdad, fraternidad.
En la infancia de Donald Trump no parece figurar una educadora que recondujese sus excesos racistas, xenófobos e imperialistas. La exaltación del odio racial y la posible incitación a la violencia en las últimas intervenciones del presidente estadounidense alarman sobremanera, incluso entres las filas de su propio partido. Los republicanos admiten que estas faltas de respeto al electorado alejan a los votantes independientes, tan necesarios en la convocatoria de 2020. En su repugnancia hacia todo lo diferente, especialmente lo distinto al perfil ario, Trump se ensaña ahora con cuatro mujeres, congresistas de 'color' tan estadounidenses como él mismo. Las envilecidas son las demócratas Ilhan Omar, nacida en Somalia y naturalizada hace 17 años representante por Minnesota; Alexandra Ocasio-Cortez, de ascendencia portorriqueña elegida por Nueva York; Rashida Tlaid, de raíces palestinas ganadora por Michigan; y la afroamericana Ayanna Pressley, electa por Massachusets. Para la primera corean las masas enardecidas el lema de esta precampaña: «Send her back!»; ¡Mándala de vuelta a su país! ¿Estrategias de campaña o consistencia de la incendiaria personalidad trumpiana?
El presidente Trump parece no percibir que los migrantes son seres humanos con absoluta necesidad de sobrevivir. En su primera gestión, el mandatario norteamericano tiene clavada la espina de no haber construido el muro en la frontera con México para impedir el acceso a Estados Unidos de los clandestinos. Sin financiación para la muralla, ha constreñido a los políticos mejicanos con sanciones económicas que se relajan en función del freno de los flujos de emigrantes que desde el sur del continente pretenden alcanzar 'la tierra prometida'. Los que consiguen pasar, en su mayoría, son detenidos y trasladados a los llamados 'campos de concentración'. Así ha definido Alexandra Ocasio-Cortez los centros de retención para migrantes.
Los enclaves de internamiento reúnen a decenas de miles de desesperados, que esperan a pasar ante los tribunales encargados de decidir sobre sus expulsiones. Sucede que la situación de estos campos es alarmante. Se cría mejor el ganado que lo descrito por investigaciones de periodistas y de algunos parlamentarios. Asistimos a universos sobrepoblados en los que las personas duermen de pie, en condiciones de higiene intolerables a la condición humana y siempre bajo la vigilancia de guardianes desbordados. Los «campos de la vergüenza» han calificado las demócratas, látigos de Trump, el panorama de estos asentamientos.
El grado de inhumanidad de los recintos culmina en la gestión de los menores: la innoble práctica de separar las proles de sus madres y padres en el momento de la detención continúa siendo habitual. Los guardias de frontera persisten en separar a niños y niñas, por más pequeños que sean, de sus acompañantes. Visitantes del centro de retención de Clint, en Texas, informan de que los funcionarios saturados por la avalancha dejan bebés a cargo de adolescentes en tanto se organizan las familias de acogida. Esta falta de escrúpulo a la hora de distanciar las unidades familiares y la norma de enjaular a los menores son, posiblemente, las dos pautas que nos diferencian de los sistemas de gestión estadounidenses en el manejo de las oleadas de migrantes venidos a Europa. Los europeos no estamos en condiciones de dar muchas lecciones en la otra orilla del Atlántico acerca de los campamentos de acogida de refugiados y emigrantes. Que ya no hablemos de 'crisis migratoria' en razón del descenso considerable de llegadas no significa que el problema haya desaparecido.
Si el número de migrantes que se aventuran en el Mediterráneo decrece es en parte porque el ministro del interior italiano, Matteo Salvini, ha cerrado todos sus puertos. Si las cifras de peticionarios de acogida merman en el 'espacio Schengen' es en parte porque los líderes europeos han subcontratado a Turquía y a falta de Estado a las milicias de Libia para el bloqueo de las migraciones en sus territorios. Evitamos así el lamentable espectáculo de los recuentos de víctimas de los naufragios o tener que tomar el sol en playas a prueba de imprevistos desembarcos de seres exhaustos, reventados de deshidratación.
¿Los valores que Europa se jacta de promover maridan con esta indiferencia u ocultamiento de las migraciones? Las redadas de Donald Trump contra inmigrantes, indocumentados o refugiados para su posterior deportación ¿detendrán los cadáveres que el Río Grande devuelve? Una política humana de inmigración debe ser algo ajeno a este cinismo occidental.
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