El voto y el estío

Ocho semanas después, y con el diluvio remitiendo, el lehendakari firmó ayer el decreto con la nueva convocatoria electoral. Los vascos votaremos el 12 de julio, con permiso de la autoridad y si la Covid-19 lo permite. Al respecto de la fecha, quiero anotar que Urkullu le dijo ayer a un periodista que «el 12 de julio es el 12 de julio», afirmación que, en mi opinión, no presenta un solo flanco débil. El otro día el ministro Illa aseguró que la fase cero «es la fase cero». Igual la clase política sale de esta crisis eligiendo mejor: la frase, siempre breve; la navaja, siempre de Ockham.

Pero centrémonos en el 12 de julio. Es el domingo en que debía celebrarse la final de la Eurocopa en Wembley. La víspera, actuaban los Pet Shop Boys en el BBK Live. ¿Lo notan? El calendario se nos ha llenado de cosas que no van a pasar. En medio de esta incertidumbre, el Gobierno vasco cuenta con que en verano la epidemia alcance su cota más baja, mientras los expertos advierten de posibles rebrotes en otoño.

Se trata, por tanto, de aprovechar la ocasión. Y de buscar el modo de mantener la seguridad sanitaria en un domingo electoral que mueve multitudes. Va a ser digno de verse: las notificaciones para presidir mesas electorales van a llegar a los buzones como debían de llegar las cartas de reclutamiento para la guerra de Cuba. El Gobierno vasco insiste en que todo se hará con plenas garantías sanitarias y prepara un plan del que solo conocemos líneas generales. Eso sí, en el decreto de convocatoria de elecciones el Ejecutivo escribe «estío» por no repetir «verano», lo que en mi opinión demuestra una gran sensibilidad.

Los efectos de votar en pleno verano son desconocidos. Aunque en 1836 se celebraron unas elecciones en julio y Larra salió diputado por Ávila, provincia que el hombre debía de conocer más o menos como Javier Maroto Segovia. O sea, que puede pasar cualquier cosa.

La realidad ofrece una especie de contraste para la desescalada. Sucede porque, superada la anomalía extrema del confinamiento, la vida es más veloz que la norma. Pronto las autoridades correrán el riesgo de autorizar a posteriori. Un ejemplo: parece más sencillo conseguir que los adolescentes mantengan la distancia social dentro de las instalaciones de un colegio semivacío y bajo la supervisión de adultos malhumorados que en los parques y las plazas, donde los muchachos se juntan ya de un modo consuetudinario cuando llega la hora punta de la franja «paseo o deporte» o el periodo más extenso e incontrolable del ocio y el comercio. La separación del día en cuadrículas comienza a no tener sentido. Quizá tampoco lo tenga que chicos en cursos peliagudos no puedan verse con sus profesores, mientras cualquiera puede verse con los amigos en una terraza o con el lotero, al fin, en la delegación, para resolver lo del Euromillón.

Macron explicó ayer que Francia le ha impuesto a los viajeros españoles la cuarentena por pura reciprocidad y que él en ningún caso cree que sea esa una medidad «eficaz» o «realista». El presidente francés defendió que la solución para el verano europeo, antes que con las fronteras, debe tener que ver con la coordinación y la confianza. Hay que estar listos para convivir «con el virus». En términos veraniegos, la verdad es que sonó todo muy apropiado. Supongo que la razón fue subliminal: Macron estaba ayer asombrosamente bronceado.