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En diciembre de 1978 yo no voté la Constitución española. Me abstuve. Pero hoy la siento como mía y la defiendo lo mejor que puedo. Es mi marco de referencia porque en ella están garantizadas mis libertades fundamentales -la libertad de conciencia y pensamiento, y ... como consecuencia la libertad de expresión, la de asociación y de participación política-. Es el marco que me permite ser vasco como lo crea conveniente, ser español como lo crea conveniente, compartir lo uno y lo otro con el ser europeo porque comparto un espacio de comunes valores constitucionales -no conozco otros valores europeos ni sé de qué se habla cuando se refieren a valores europeos que no sean los valores constitucionales-. Me abstuve en 1978 porque ETA mataba -iba a seguir haciéndolo de forma creciente en los años siguientes- y creía que era bueno fortalecer al PNV para que hubiera un centro sólido en la sociedad vasca. El PNV optó por la abstención. Yo había estudiado el texto constitucional y no tenía apenas reparos que ponerle.
Hice rápidamente mía la Constitución: era el marco que hacía posible el Estatuto, el restablecimiento del Gobierno vasco -me había criado repitiendo desde que podía hablar ¡Gora Jose Antonio, gure Lehendakaria!-, pero tenía mucho camino que recorrer, mucho que aprender. Comencé a comprender que no era lo mismo haber sido antifranquista que ser demócrata. También comencé a ver que de repente había muchos más antifranquistas de los que había conocido mientras Franco vivía. Se podía haber luchado contra Franco, arriesgado cárcel -yo estuve unos meses en el año 1968 acusado de pertenecer a ETA -fui juzgado ante el TOP a finales de septiembre de 1979 y absuelto por falta de pruebas (no podía haberlas)-, pero no saber nada o casi nada de lo que significa la democracia.
Uno de los primeros pasos de mi camino fue tomar en serio el pluralismo de la sociedad vasca, no el pluralismo de izquierdas y derechas, o de creyentes y ateos, sino el pluralismo de identidad, de sentimiento de pertenencia y en la manera de ver, entender y vivir la sociedad vasca. El segundo paso fue entender que ese pluralismo -matriz de la libertad de los diferentes- solo podía estar garantizado por el Estado de Derecho: Estado como monopolio de la violencia y Estado de Derecho como monopolio legítimo de la violencia.
Los siguientes pasos son consecuencia de estos primeros: democracia es gestión del pluralismo pues constituye el espacio que permite estar unidos en una comunidad política pudiendo ser diferentes y vivir nuestras particularidades, cada uno la suya, cada grupo la suya, defendiendo cada uno, cada grupo sus intereses particulares, porque lo común son las reglas, procesos y mecanismos que protegen las libertades fundamentales, el derecho. Entendí que la voluntad del pueblo, la voluntad constituyente puede ser, es, el punto de partida para formar la comunidad política, pero que la soberanía de la voluntad popular es antidemocrática si no se da el paso de someterla al imperio del derecho, de forma que solo la voluntad constituida, la sometida al imperio del derecho y su soberanía es democrática.
He llegado a entender que la ética posible en las sociedades plurales es la que está contenida en los principios que consagran las libertades y los derechos fundamentales en las constituciones democráticas como la española y que fuera de ahí todas las morales son, como las identidades, los intereses y los sentimientos de pertenencia, particulares. He llegado a entender que ese marco de libertades fundamentales consagrado en las constituciones democráticas es el gran bien que deben proteger los ciudadanos, que es un bien frágil, difícil de conseguir -¿cuántos años de lucha, de sufrimiento, de guerras, de violencia, de sangre ha necesitado Europa para llegar a concebir y ponerlo en práctica, aunque con defectos aún?-, y que por ello necesita, a pesar de lo que diga el TC, de militantes de la democracia, porque es un bien en peligro siempre. Y he llegado a ver, casi físicamente, que sin las constituciones democráticas, sin la Constitución española, la violencia acecha por todas las esquinas, porque la comunidad política se divide, comienza a desintegrarse, las libertades a peligrar, los derechos fundamentales a perder vigencia.
En la sociedad vasca, y en la española en general, hemos vivido el terror de ETA, el intento de acabar con el Estado de Derecho porque no se aceptaba el monopolio legítimo de la violencia, porque no se aceptaba la pluralidad de la sociedad vasca, porque no se aceptaba al otro. Hemos vivido la traición a la democracia y al conjunto de la sociedad vasca que supuso el pacto de Estella/Lizarra, que reservaba el derecho a definir la comunidad política vasca a los nacionalistas, hemos vivido el intento de materializarlo con los planes Ibarretxe -intentos de liquidar la Constitución española por la puerta de atrás, enmascarada en la reforma del Estatuto de autonomía, como ahora lo intenta el PNV y el lehendakari Urkullu-, hemos vivido las tensiones generadas por todo ello, la división de la sociedad vasca, el aprovechamiento que de todo ello hacía ETA, que continuaba matando.
En los momentos complicados de esta historia la voluntad de mantener mi dignidad, el recuerdo de las víctimas asesinadas y del resto de víctimas de ETA, y la figura de personas como Mario Onaindia y Juan Mari Bandrés, me han servido de guía y de norte.
Son estos momentos de miedo, preocupación, estupor e inseguridad, pero también de refundación y reafirmación constitucional; y por ello quiero poner de manifiesto mi convicción de que o apostamos por lo que nos constituye como ciudadanos, por lo único capaz de servir de fundamento de una comunidad política, el Estado de Derecho, los valores constitucionales, la garantía de las libertades fundamentales, o apostamos por los sentimientos, por las identidades, por los sentimientos de pertenencia, por los intereses particulares, es decir, por la división, por la desintegración de la comunidad política, por poner en peligro el bien más frágil, el bien común de la libertad en paz, por abrir las puertas a la violencia. Espero que sepamos a qué jugamos.
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