Paso gran parte del verano en un precioso pueblo de la costa de Bizkaia. Son días de playa, de paseos, de encuentros y de cenas en cuadrilla en las que habitualmente surgen temas de conversación y de debate interesantes. La otra noche, un buen amigo ... rescataba del euskara bizkaino la expresión 'emakume-haize, andra-haize' y rápidamente nos enzarzamos en una encendida discusión. Los hombres, sentados esta vez a la derecha de la mesa, insistían en el sentido poético de la expresión. Las mujeres, sentadas esta vez a la izquierda de la mesa, enseguida sospechamos que, si el viento era un 'viento-mujer', podía esconder un significado peyorativo y misógino. Como en el local había poca cobertura, no pudimos recurrir a Google, de donde emergen todas las respuestas, y la conversación fue decayendo hasta dar paso a otros temas más banales o más interesantes. Pero internet no descansa y, al día siguiente, en el whatsapp del grupo se hizo la luz. Una de las mujeres de la cuadrilla, que había permanecido más bien callada en la discusión, nos envió la definición de un diccionario donde se hacía constar que 'andra-haize', 'viento-mujer', es sinónimo no solo de 'viento sur', sino de 'mal viento' o 'mal tiempo'. Una vez más, misoginia en el lenguaje.
Quiso el azar o el descanso veraniego, que nos permite hilar momentos que en otro tiempo se habrían perdido en el frenesí de una actividad más estresantes, que, al poco tiempo, el mismo día que me enteraba de la violación múltiple en Bilbao, leyera en la novela de Meg Wolitzer 'La persuasión femenina' un interesante diálogo entre mujeres que decía: «¿Por qué odian los hombres a las mujeres? El idioma inglés está lleno de palabras que usan los hombres para describir su odio a las mujeres. 'Arpía', 'bruja', 'zorra'...» Palabras que, a la traductora de la novela, Laura Vidal, no le había costado encontrar en castellano.
Creo que en esa pregunta se contiene gran parte de la rabia e impotencia que sentimos muchas mujeres y muchos hombres cuando conocemos noticias como la de la violación múltiple y cuando nos enteramos de los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas. ¿Por qué odian los hombres a las mujeres? O como rezaba el título de la novela de Stieg Larsson, ¿por qué hay hombres que no aman a las mujeres? En definitiva, algunos hombres no las perciben ni conciben como seres con humanidad: las cosifican y las poseen, las maltratan o las matan.
Yo sentí mucha impotencia. Se habla de la cuarta ola del feminismo, una ola que ha venido marcada por la denuncia de la violencia machista, el maltrato, el acoso, la agresión y, sobre todo, las violaciones. Denuncias que han supuesto mares de solidaridad en las redes sociales y en las calles y que, en España, aunque ha costado, han propiciado una sentencia ejemplar por parte del Tribunal Supremo en el caso de 'la Manada'. Y hemos visto cómo 'manada' se convertía en un concepto con el que definir las violaciones múltiples. Es un nuevo concepto, pero no es una nueva realidad. Lamentablemente, las agresiones sexuales a mujeres son una triste constante en nuestra sociedad. Atendiendo a los datos del Eustat, cuya fuente es el Departamento de Seguridad de Gobierno vasco, el número de casos de violencia contra las mujeres en la Comunidad Autónoma de Euskadi en 2018 se distribuyó del siguiente modo: 3.974 casos de violencia ejercida por la pareja o la expareja; 953 de violencia intrafamiliar y 388 de violencia sexual cometidos por autores de fuera del ámbito familiar. Más de una agresión sexual al día.
Según el quinto Informe anual 2017-2018 del Observatorio Noctámbul@s de la Fundación Salud y Comunidad, que analiza violencias sexuales en contextos de ocio nocturno, la gran mayoría de las mujeres consultadas (97%) había experimentado formas reiteradas de violencia verbal relativa a su corporalidad o sexualidad; tocamientos no consentidos (80%) e insistencias sexuales masculinas cuando estaba de fiesta (86%). Además, un 44% de estas mujeres reconoce haber sido acorralada por varios hombres, un 17% declara que sufrió violación sin fuerza y un 5%, que sufrió violación con fuerza. El mismo informe recoge el dato de que el porcentaje de hombres que se han sentido acosados, violentados o violados es prácticamente nulo.
La información sobre las violaciones ha entrado en la agenda mediática como problema social y público que merece portadas y titulares. Está muy bien su rechazo social e institucional, pero este protagonismo, mal entendido, también puede tener un efecto nada deseado en la vida de las mujeres: el miedo. El miedo crece, el miedo se amplifica, el miedo es solo de las mujeres y la respuesta al miedo es solo protección. No puede ser que la solución a las agresiones sexuales en el espacio público sea únicamente la protección masculina de las mujeres.
Las recientes recomendaciones emitidas por la Ertzaintza para prevenir agresiones sexuales son de sentido común, pero no pueden dirigirse únicamente a las mujeres. Si hay zonas poco iluminadas, iluminémoslas. Si hay zonas peligrosas, vigilémoslas. Pero también debemos dotar a las mujeres de fuerza y confianza y de medios para defenderse por sí solas. Necesitamos espacios libres de violencia que no conseguiremos nunca si nuestras medidas y nuestro discurso promueve que se generalice el miedo entre las mujeres.
Sé que la solución no es sencilla, pero hay una distinción del propio pensamiento feminista que puede ayudarnos. Se la debemos a Caroline Moser y a Kate Young. Estas autoras hablan de necesidades prácticas e intereses estratégicos de género, en función de si una medida resuelve un problema o solo la manifestación del mismo. Por ejemplo, acompañar a las mujeres a su casa es una necesidad práctica puesto que previene la agresión sexual, pero no resuelve su causalidad. Un interés estratégico implicaría subvertir el rol de género, empoderar a las mujeres y crear espacios libres de violencia que no pasaran por incrementar el miedo de las mujeres, sino de quienes las agreden. La sentencia del Supremo en el caso de 'la Manada' es un interés estratégico porque es ejemplar. Una política cortoplacista suele pensar en clave de necesidades prácticas. Una política (feminista) a largo plazo pensará en intereses estratégicos.
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