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Tristana no era el «quijote con faldas» que Buñuel dibujó en el personaje de Viridiana, una monja interpretada por Silvia Pinal que perdió su inocencia al descubrir el mundo. No, Catherine Deneuve y su Tristana eran más bien el espejo perfecto para reflejar el periplo ... desde la inocencia al desencanto, desde de la ingenuidad a la oscuridad y desde la sumisión a la maldad o la venganza. Y todo ello en un tránsito que aprovecha con contundencia la temática galdosiana para enseñar las viejas obsesiones buñuelianas: la hipocresía social, las convenciones de la España sempiterna, el anticlericalismo, las tradiciones que mueren o bostezan, la sumisión femenina y el patriarcado masculino, el sexo, el humor negro, la irreverencia como provocación y, naturalmente, el guiño surrealista que aquí es más sutil. Seguramente Fernando Rey interpreta en 'Tristana' uno de los mejores papeles de su extensa carrera, contradicción andante entre un libertino que también es refractario, un anticapitalista y anticlerical que asimismo es dominador e igualmente un caballero vetusto o un hidalgo castellano que no deja de lado su hipocresía y su moralidad pervertida. Todo una sublime descripción de los personajes que vincula la construcción narrativa al universo buñueliano, en una película quizás de mejor factura cinematográfica que las de su obra precedente, de denuncia social más sofisticada y también de surrealismo más vaporoso, aunque su rodaje fuera un revival nostálgico a los viajes vanguardistas de la Orden de Toledo y su estreno, hace 50 años en el cine Amaya -burguesía plena en la calle del General Martínez Campos-, otro guiño surrealista.
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