Treinta y tantos años después, el Congreso aprobó ayer por amplia mayoría una ley de eutanasia. Es curiosa la política española. Ni cuando puede saca pecho. Lo digo porque la nueva ley llega medio de tapadillo y como con prisa. Ojalá llegase tras un debate ... de altura en el que los primeros espadas hubiesen demostrado qué tienen en la cabeza y en el corazón. Y con los grupos dando libertad de voto a los diputados.
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Otra opción es que la política española conozca la solidez de sus propias costuras. La tramitación de la ley de eutanasia dejó en los últimos meses momentos asombrosos, desde el tacticismo al chantaje electoral, pasando por debates sanguíneos, desalentadores y profundamente tramposos. Ayer pareció que iba a reeditarse el lío atroz de febrero, cuando Juan José Aizcorbe, de Vox, notó desde la tribuna del Congreso «el hedor de la guadaña paseando por estos pasillos». De eutanasia ni había empezado a hablarse. Estaba el hombre con un tema de fiscalidad.
Que el PP abandonase el argumento aquel de que la eutanasia es un método socialista para ahorrar en pensiones ayudó a que el Congreso tampoco se convirtiese en un manicomio. Aunque Lourdes Méndez-Monasterio, también de Vox, anunció la instauración en España de una «industria de la muerte» y también la destrucción de «nuestra cultura». Esto último tiene gracia porque tú vas a los orígenes mismos de esa cultura y no cabe un filósofo más pensando sobre la muerte buena y oportuna. Y actuando en consecuencia.
Todos los grupos menos el PP, Vox y UPN apoyaron la ley de eutanasia. A diferencia de tantas otras veces, sí fue histórico. España es el sexto país del mundo que regula un asunto decisivo cuyo debate casi nunca se aborda rectamente. Contraponer la eutanasia a los cuidados paliativos es una trampa similar a arrogarse en la discusión la defensa de la vida. No debe de haber un solo partidario del derecho a la muerte digna que no apoye con fiereza los cuidados paliativos. Y no sé si es posible defender en serio la vida sin entender que es posible elegir morir precisamente por eso, por amor a la vida. Porque puede llegar un momento en el que morir no es huir, sino saber irse. Lo escribió Séneca, nuestra cultura.
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NAVIDAD
Lo de la cogobernanza parece que no, pero está llegando a niveles de gran sofisticación. El Gobierno y las autonomías bordean ya la automatización de la discrepancia unánime y la consecución consensuada del desacuerdo. Con maestría. Ahora en el entorno del lehendakari están enfadados con Moncloa. Creen que la decisión de permitir a las comunidades endurecer a su aire las medidas de cara a Navidad les deja «a los pies de los caballos». Porque la Nochebuena casi está aquí. Y porque mucha gente ya ha hecho los planes y los menús, puede que también los desembolsos. Si toca cerrar la mano, el enfado caerá sobre el lehendakari. Para gozar de cada matiz contradictorio, conviene recordar que otras veces al lehendakari le gusta mucho recordar que manda él. O que no hay últimamente Interterritorial de la que el ministro Illa no salga celebrando los enormes acuerdos y el clima, increíble, de colaboración.
MACRON
El positivo por Covid de Emmanuel Macron ha transformado su agenda en una emergencia: el presidente francés se ha reunido últimamente con media Europa. Pedro Sánchez, que comió el lunes con él, ha dado negativo y no se ha desencadenado en el Gobierno una cadena de contagios que igual termina con Màxim Huerta a los mandos del país. Es cuando surge el positivo en las altas instancias cuando sorprende que los líderes se expongan así. Igual tampoco es fácil convencerles de que por Zoom conservan intacto todo ese magnetismo.
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