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Las mujeres aspiramos a una vida libre de violencia. Una frase sencilla, pero que encierra un importante número de riesgos, discriminaciones y ámbitos de desigualdad que se ciernen sobre las vidas de las mujeres por su condición social de mujeres. Nuestra sociedad reconoce el 25 ... de noviembre (25-N) y se suma de forma mayoritaria al rechazo de la violencia que sufren las mujeres. Muestra de ello son los numerosos puntos lilas que solapas, comercios, medios de comunicación, escuelas, institutos, universidades, empresas e instituciones enarbolan contra la violencia machista y patriarcal. Esos puntos lilas gritan de forma silenciosa: «¡Rechazamos la violencia contra las mujeres!». Sin embargo, mucho me temo que cuando el 25-N nos sumamos a esa repulsa, la mayoría relaciona esa violencia con los asesinatos de las mujeres a manos de sus parejas o exparejas, y pensamos en Maguette Mbeugou, mujer asesinada ante sus hijas por su pareja en la calle Ollerías de Bilbao, o en la madre y la hija asesinadas por la expareja de esta última en la calle Julián de Arrese, en el barrio de Lakua Arriaga de Vitoria-Gasteiz.
Estos asesinatos, estos hombres matando a mujeres, son las formas de violencia más extremas, las que nos conmueven, las que nos aterrorizan, las que nos interrogan. No se trata de asesinatos provocados por una enfermedad mental, ni por una enajenación, ni por consumo de alcohol o drogas. Son asesinatos provocados por una perversa y perniciosa manera de entender las relaciones, que llevan a la cosificación de las mujeres y a su valoración como objetos que se poseen y de los que se dispone, incluso para quitarles la vida.
A 21 de noviembre de 2018, 44 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en España, 972 desde enero de 2003. Entre 2003 y 2018, veintisiete menores fueron asesinados por las parejas o exparejas de sus madres con el único fin de hacerles daño, de herirlas, de 'castigarlas'. En los últimos 15 años, ha habido 999 víctimas mortales de violencia machista en España. El dato es escalofriante. No se necesitan muchos más argumentos para legitimar el pacto de Estado contra la violencia de género, no se necesitan más datos para dotarle de los suficientes recursos para poder ser efectivo.
Mujeres libres de violencia, vidas libres de violencia. Es una petición fácil de comprender, fácil de asumir y tan difícil de llevar a la práctica. La violencia son los asesinatos, pero la violencia es también el maltrato psicológico, sexual y social que sufren muchas mujeres. Impactante fue escuchar en el programa de Jordi Évole, emitido el pasado 18 de noviembre, a un grupo de chicas jóvenes afirmar que se sometían a relaciones sexuales degradantes o peligrosas, aprendidas por los chicos a través de la pornografía, actos que se normalizaban y que no se atrevían a cuestionar. En un momento de la conversación, el periodista pregunta: «¿Y dónde queda el «no es no»?, y una chica contesta: «¿Dónde queda…?», encogiéndose de hombros. Por mucho que haya cambiado la sociedad, si una chica joven reconoce no saber cómo actuar ante una relación sexual que le provoca repulsión o rechazo, me temo que todavía estamos lejos de haber conseguido una educación en igualdad que desmonte los roles de género y que empodere a las mujeres.
El 25-N condenamos los asesinatos y condenamos también los abusos y agresiones sexuales, las violaciones, también las que se dan dentro de la pareja. Mañana, 25-N, también rechazamos sentencias machistas como la argumentada en el caso de 'la Manada' y reivindicamos una vida libre de violencia y libre de machismo. Una sociedad donde los roles de género y los prejuicios sexistas no dicten ni interpreten las normas. Una justicia que proteja también a las mujeres en los casos de agresión sexual. Porque el sexo solo puede ser libre y deseado. Hace poco un colega me comentaba una cuestión muy interesante: ¿Por qué estamos hablando de sexo consentido cuando hablamos de las mujeres? ¿Hablamos acaso de consentimiento en el caso de los hombres? Interesante reflexión que me lleva a la «mirada invertida», propuesta por Margaret Harrison; esa mirada que nos ayuda a desnaturalizar situaciones violentas, discriminatorias y desiguales. La mirada invertida ante un piropo, un comentario grosero, una actitud condescendiente. ¿Qué nos parecería que las mujeres piropeasen a los hombres por la calle? ¿Que les acosasen en el puesto de trabajo? ¿Que los ignorasen en los procesos de promoción? Hemos naturalizado muchos comportamientos, actitudes, formas de razonar y de legitimar decisiones que refuerzan y mantienen ámbitos de desigualdad y vidas convividas con la violencia.
Una vida libre de violencia también debe estar libre de acoso laboral sexista o por razón de sexo, también debe estar libre de la mutilación genital y de la trata de personas con fines de explotación sexual. Solo una real y efectiva igualdad entre mujeres y hombres que sea capaz de desnaturalizar la desigualdad, que rompa con la desigual atribución de roles de género y que cuestione la tradicional división sexual del trabajo, será capaz de poner fin a las violencias que las mujeres sufren por ser mujeres. Las cosas son así, pero podrían ser de otra manera, podrían ser vidas libres de violencia para las mujeres.
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