Perdimos el tren de cercanías con las víctimas, y se marcharon solas por la vía del olvido, no para siempre, pero casi. Afortunadamente, nos dimos una segunda oportunidad y empezamos a mirarlas: fue darnos cuenta de su soledad doliente e injusta y nuestras manos abrazaron ... las suyas. Relatos inéditos e impúdicos, de tanto dolor que asomaba y que nadie quiso ver. Cuántas viudas jóvenes, y no tanto, quedaron al albur de nuestra desgana y por ello nuestras miradas no quisieron toparse con las suyas. Eran tiempos de racanería humana y de prejuicios sobre personas y uniformes, con ánimo de absolver nuestra conciencia. Mirábamos para allá por no mojarnos, o para acá, que era peor porque dábamos razones para lamentar esa muerte que si quisieran de verdad se podría haber evitado (sic).
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Acerca de todo ese dolor, creo que inabarcable y del que somos incapaces de darnos cuenta, hay que, primeramente, conocer y saber no solo que existió, sino que unos pocos, todas esas personas asesinadas, pararon con sus cuerpos las balas, las bombas y los golpes... que se dirigían contra casi todos nosotros. Después, hay que reconocer a esas personas sufrientes el mérito de la no venganza; la mayoría tuvo motivos para odiar infinitamente y solo lo hicieron un rato y no lo transmitieron a sus hijos, ni lo sacaron a pasear. Por último, hay que reivindicar el carácter de absolutamente injusto el daño padecido por esas personas. Reparación imposible, pero sí, al menos, el consuelo de que, aun tarde, ahora les miramos de frente y con profundo respeto. Lo del cariño sería ya fantástico. Todas ellas son víctimas: Edurne, Dori, Mari Jose, Inés, Emilio, Marisa, Iñaki...
Este miércoles pasado, en Bilbao, el Foro por la Convivencia invitó a dos víctimas a contarnos qué les sucedió, o sea, sus relatos: Inés nos habló de que se quedó sin padre a los tres años, sin justicia, sin reconocimiento, sin ayudas y con el baldón de ser ese tipo de víctimas que nadie apetece. Relato sentido, brutal, contundente y comprometido. A Mari Jose, por su parte, la dejaron sin hermano y con el presente roto y el futuro renqueante, porque una de las horribles consecuencias de que te victimicen en octubre es que te revictimicen en diciembre por ese vacío social que sientes alrededor. Ser víctima está (y sobre todo estaba) mal visto en esta tierra nuestra. Vete a saber qué habrá hecho ese.
Hace un par de semanas, me llegó la noticia del encuentro y charla entre víctimas de las «distintas violencias» que ha organizado el Foro Social Permanente para hoy, sábado. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de sur a oeste al leer el plantel de invitados: compartían mesa la hija de un asesinado por ETA con el hijo de un etarra que murió en el gimnasio de la cárcel: equiparación de situaciones, disolución de responsabilidades, injusticia al canto, todo es uno. Tabla rasa, todo el mundo ha sufrido aquí. Esa es la mejor manera de ignorar y despreciar el dolor y el calvario por el que han pasado las víctimas de la violencia y el terrorismo de este país. Decir que todos hemos sufrido es, además de insultantemente falso, querer menospreciar el dolor de quien ha padecido en carne propia el asesinato de su pareja, hijo, madre... dolor que solo tiene comparación con una situación similar. Pero iguala que algo queda, debieron de pensar muy interesadamente los de esta asociación cuya trayectoria está marcada por su interés en reivindicar los derechos de los presos de ETA, y se pusieron a rebuscar en otros caladeros del «conflicto» y echaron sus redes a ver qué pasaba en esto de las víctimas. Cacharrean como elefantes: ¿cómo se puede ser tan insensible -o perversamente interesado- de presentar al mundo que el hecho victimizador es, mutatis mutandi, el mismo entre una persona (María) a la que con 19 años le han aniquilado el padre, y otra (Peio) cuyo padre muere accidentalmente en la cárcel mientras hacía deporte, cumpliendo condena por haber asesinado a dos personas? La diferencia es abismal: ella es una víctima directa, es decir, ha padecido un dolor brutal e injusto, han asesinado a su padre; y él, por el contrario, ha tenido un padre que libremente eligió matar y provocó ese tipo de dolores injustos. ¡Es el victimario!
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