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Josep Borrell deberá afrontar el tramo final de su fructífera carrera política con una mancha importante en su currículo. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) le impuso ayer una multa de 30.000 euros por usar la información privilegiada de que ... disponía como consejero de Abengoa y vender 9.000 euros de acciones de la compañía de su exmujer la víspera del hundimiento de la firma en la Bolsa.
La multa era esperada desde que el ministro de Exteriores dijo en septiembre en el Senado que la acusación era falsa, pero que no recurriría. ¿Razón? Evitar un conflicto de intereses con el encargado de resolver en primera instancia estos recursos: el Ministerio de Economía.
Lo sucedido le hubiera costado el puesto al jefe de nuestra diplomacia en media Europa. No parece que vaya a ser su caso. El grado de debilidad del presidente Sánchez es tal que no podría entregar la cabeza de ninguno más de sus ministros sin tener que convocar elecciones anticipadas.
Borrell es, además, uno de los 'pesos pesados' del Consejo de Ministros. Un político singularmente culto con una trayectoria notable. Toda una pieza de caza mayor que sus muchos adversarios estarían encantados de abatir y luego exhibir públicamente.
Encarnizado adversario en su día del expresidente Felipe González y del 'felipismo', Borrell ha sido uno de los fieles a Pedro Sánchez desde el principio. Desde que se hizo con el poder en el PSOE, cuando los 'barones' y la 'vieja guardia' forzaron su salida, y durante la larga travesía del desierto que concluyó con su regreso triunfal a Génova.
Pero, además, el ministro siempre fue una 'bestia negra' para el nacionalismo, incluido el PNV, por su pensamiento jacobino. Un rechazo que se ha multiplicado desde que se convirtió en el primer socialista en unir sus fuerzas a constitucionalistas del PP, de C's y sin filiación para plantar cara al independentismo catalán en la calle sin complejos y con argumentos.
Sánchez es plenamente consciente de todo ello. En especial de cómo le sirve de coartada frente a las críticas de la derecha que le reprocha haberse entregado a ERC, PDeCAT, PNV y hasta a EH Bildu para alcanzar La Moncloa.
Por todo ello sospecho que no habrá cese. Aunque insista un Pablo Iglesias metido de hoz y coz en precampaña, convencido de que las generales serán en febrero o marzo de 2019. Estamos ante una pieza demasiado valiosa.
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