Hoy comienza la Eurocopa y la vacunación del equipo nacional ha ido como la seda: casi ni se realiza. Iba a encargarse el Ejército, pero ayer el sainete era ya de tal envergadura que resultaba inadmisible que no apareciese además la Conferencia Episcopal, una banda ... tocando pasodobles y quizá también una colla castellera que levantase un 'castell' a cuya cima subiese, tras ser inmunizado, el jugador más chiquitín de la selección: Jordi Alba, el primer demonio de Tasmania criado en Hospitalet de Llobregat.

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La chapuza está siendo fenomenal. Dan ganas de conocer a los ministros implicados, a los expertos, al seleccionador, al simpar autócrata federativo que siendo calvo se apellida rubiales, y preguntárselo: «Oigan, ¿ustedes no saben conspirar y dejarnos tranquilos?». Porque habría bastado con prever la situación, tomar una decisión y mantener después el tipo con transparencia, o sea, comunicando abiertamente solo aquello que fuese a terminar sabiéndose de todos modos.

Nada se hizo así y ayer, quince días después de que se anunciase la convocatoria, cuatro días después de que el capitán Busquets diese positivo por covid y dos días después de que el Gobierno se decidiese a vacunar al equipo, la selección dice que no, que no quiere la vacuna que le asignaba el Gobierno (Pfizer) porque quería otra que es monodosis (Janssen), aunque no está indicada para la edad de los jugadores.

Voy a decirlo claro: el Gobierno solo debe tener en cuenta la salud de los jugadores. Piensen que cargarse a uno de esos futbolistas buenísimos que juegan en el PSG o el City terminaría saliendo en términos económicos como cargarse a una comunidad autónoma pequeña. Ahora al Gobierno le va a costar explicar por qué no es un privilegiado quien tiene el privilegio de elegir. La selección impuso Janssen con la amenaza de jugar sin vacunar. Es aquí cuando el equipo de prospección de Moncloa imaginó el futuro («No los vacuno, rompen a jugar de miedo, llegan a la final, el país enloquece y me pilla media selección el covid…» ) y salieron corriendo y gritando del despacho, chocando entre sí, atravesando las paredes, saltando por las ventanas, como si lo que llegase no fuese otra Eurocopa sino una crisis nuclear.

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COVID-19

Tenía razón

La víspera del G7 sirvió para que la Unión Europea se sitúe junto a Estados Unidos en la exigencia a China de claridad sobre el origen del covid. «Transparencia total», dijo Charles Michel. «Acceso completo», dijo Von der Leyen. Más allá de lo que pueda llegar a importarle a China, asombra que haya quien aproveche para soltar ahora que Trump tenía razón. El visionario. Como si Trump no fuese la persona que mantuvo durante años que Obama no es estadounidense. O la que relacionó al padre de Ted Cruz con el asesinato de Kennedy, dando credibilidad a una portada del 'National Enquirer', tabloide que hoy entrevista al Bigfoot y mañana abre con la foto robada del cadáver de un famoso. Fue el 'Enquirer' quien publicó en marzo de 2020 que China había creado un «virus asesino para destruir América» y adelantó que la plaga mortal podía pararse con sirope de bayas de saúco y, sobre todo, evitando las mascarillas.

DOMINGO

Los juicios

Vuelve Plácido Domingo a España y en el Auditorio Nacional le pegan una ovación. Sabiendo que muchos de esos aplausos no iban por el arte, sino por la guerra, Irene Montero denuncia que se ovacione a quien «ha confesado haber abusado sexualmente de varias mujeres». Sin embargo, ¿qué ha confesado el tenor? Lo peor es que Montero tiene razón: un teatro no puede absolverte. Pero tampoco puede condenarte un plató poblado por fanáticos y fantoches. No puede ser que a los tribunales solo pueda sustituirlos la muchedumbre que controlo yo.

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