Jamás una convocatoria electoral había necesitado tanta literatura. Páginas y páginas de informes, sesudos argumentarios, largas reuniones. La terrible anomalía que ha instalado la pandemia así lo exige, entre otras cosas porque al ciudadano medio -confinado, cabreado, asustado, incluso arruinado- hace falta explicarle muy bien ... la pertinencia de convocar unas elecciones cuando aún no se han recuperado las libertades más básicas. Eso que en política se llama hacer pedagogía.
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Pero lo cierto es que las elecciones deben celebrarse. No tiene sentido esconder la cabeza porque la legislatura acaba en octubre y seguir más allá de esa fecha con un Parlamento disuelto, sustituido por una Diputación Permanente que ni siquiera se corresponde con la composición actual de los partidos sería directamente un fraude de ley. Por mucho que Arnaldo Otegi, el más combativo contra la opción de julio, se ofreciera en la reunión de ayer a reconocer públicamente al Gobierno de Urkullu como «legítimo» traspasado el umbral legal del otoño. El lehendakari le habló de razones de seguridad jurídica. Al final, el líder de EH Bildu le preguntó si los comicios serán el 12 o el 19 y Urkullu se encogió de hombros.
El detalle ilustra lo teatral de la puesta en escena de una decisión que, efectivamente, el presidente vasco parece tener madurada desde que la echó a rodar en su comparecencia parlamentaria del 24 de abril. Urkullu no es de los que dan puntada sin hilo y para entonces ya tenía claro que en septiembre la recesión y el paro pueden ser dramáticos. Ningún gobernante quiere arriesgarse a llamar a las urnas en un momento así. La desescalada anunciada por el Gobierno central y el apoyo del PNV a Sánchez acabaron de poner la alfombra roja a julio.
El problema es que la antelación con la que la ley obliga a convocar los comicios y la redacción garantista del decreto de anulación de los anteriores obliga al Gobierno vasco a levantar la emergencia sanitaria en Euskadi cuando esos mismos dirigentes han pisado el freno e impuesto restricciones mucho más duras que en el resto de territorios que han pasado a la fase 1. Para más inri, Salud ha decidido dejar de publicar los datos de contagios por municipios sin aclarar los motivos -parece cuestión de tiempo que rectifique- y Educación se ha visto obligada a dar marcha atrás en la anunciada vuelta a las aulas el 18.
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La cogobernanza está resultando un trago amargo para Urkullu que, aun así, tiene prisa. Sus socios del PSE, amenazados por el previsible desgaste de Sánchez, tienen prisa. Ambos acariciaban juntos la mayoría absoluta y no la quieren perder. Alberto Núñez Feijóo también la toca con las yemas de los dedos y tiene prisa. Génova pretende que las elecciones gallegas sean cuanto antes para restregar los resultados en la cara de Sánchez, lo que ha eliminado al PP vasco como voz crítica. Así que si el presidente de la Xunta se adelanta, Urkullu seguirá sus pasos. Cuestión de urgencias.
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