Últimas voluntades

«Un partido más vivo que nunca». Como lo oyen. La exhibición de voluntarismo en la asamblea de Ciudadanos rayó ayer con el delirio. También la de los invitados. El irlandés Timmy Dooyle, vicepresidente de los liberales europeos, insistió en que deben ser el «kingmaker» de la política española, o sea, quien decide cuál de los grandes partidos gobierna haciéndolo pasar por las horcas caudinas del reformismo. A buenas horas, fondo verde. El error de Ciudadanos fue pensar que ellos debían reinar. Lo que vino después fue la autodestrucción más espectacular. Perdieron cuarenta y siete escaños en medio año. Protagonizaron chapuzas antológicas como la moción fallida en Murcia o esta refundación final y fratricida. El grado de desafuero ha sido tal que yo hace unos días leí que Bal quería sacrificar a Arrimadas y pensé con naturalidad que no se referían a Edmundo sino a Baal, el dios babilónico. Y apenas me sorprendió que Arrimadas no terminase su carrera enfrentándose al bipartidismo sino a una deidad del Asia Menor. Más raro fue ver a Ignacio Aguado vicepresidiendo una comunidad autónoma.

Patricia Guasp y Adrián Vázquez, respectivamente nueva portavoz y nuevo secretario general del nuevo Ciudadanos, tienen cuatro meses para resucitar un partido en desbandada antes de las elecciones de mayo. Es tan heroica su misión que incluso deberán desarrollarla en la oscuridad mientras el único foco que atrae ya el partido ilumina lo que ocurre en el Congreso: el grupo parlamentario organizando -se admiten apuestas- la sangrienta y absurda batalla final.

Solo dos de cada diez hombres comparten las tareas del hogar en igualdad, según el CIS. Tras la cocina de Tezanos, los dos hombres votan al PSOE. Según el Eustat, las mujeres hacen el 67% del trabajo en casa. En medio del desastre, me fascina la incompatibilidad del hombre con la lavadora. Es lo de Dave Barry: «Hay millones de hombres que sí ponen la lavadora y después cuelgan la ropa bajo los tres soles del planeta Xoomar, donde viven». No puede ser. La lavadora es una máquina simple. Y en algún momento de su juventud debió el hombre masculino quedarse solo en casa y recibir de sus padres las nociones básicas (la lavadora es esto de aquí, fíjate bien, le ponemos un post-it: lavadora…) y la lección concreta de un programa breve, tibio y suficiente. Con eso tiras toda la vida. Es darle a una rueda y a un botón. No hace falta ser Bach tocando el órgano de la Thomaskirche de Leipzig. El virtuosismo es acordarte del suavizante.

Salvador Illa le asegura cuatro veces, cuatro, a este periódico que en Cataluña no habrá ningún tipo de referéndum. Ningún tipo. Hay tres posibles explicaciones. Una es que el ibuprofeno catalán se esté revelando como veneno electoral. Otra, que al ser Salvador Illa filósofo haya conseguido refutar el principio de no contradicción aristotélico y conozca el modo en que puede celebrarse un referéndum que no se celebra de ningún modo. La última opción es la más extraordinaria y sugestiva: no va a haber ningún referéndum y a Esquerra le parece bien.