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En la década de los 60, con Franco en el trono, este país levantó algo la cabeza gracias a dos fenómenos: los pobres exiliados que enviaban a casa casi todo cuanto ganaban y el turismo. Los turistas nos veían como a un pueblo de paletos ... con boina y navaja en la liga, flamencos, toreadores e incultos. Han pasado décadas, hemos entrado en Europa, salido, más o menos, de la ignorancia, tenemos a las generaciones jóvenes más preparadas de Europa… Y resulta que los jóvenes emigran bajando la tasa de desempleo, y el turismo es el gran paradigma económico. Eso sí, cuando el Gobierno presume de tal riqueza, olvida mencionar que la hostelería, vinculada al turismo, se nutre de trabajo precario y pagado a tasa de esclavismo, que esos trabajadores son pobres aunque trabajen a destajo y las cuentas de la Seguridad Social poco pueden nutrirse de tal recurso. Pero no toma ni sola medida para que esos empresarios reviertan la norma laboral. Y, casi como al principio, los turistas que nos llueven en manada, suelen pertenecer a la escoria de sus países y llegan al nuestro para mearse en las calles, emborracharse como cosacos, o tirarse desde los balcones.
Nunca he estado a favor de la violencia como medio reivindicativo, por lo tanto, el acoso a turistas, pinchazos de ruedas y demás, me parece violencia urbana que se vuelve contra los ciudadanos; pero, algo de razón llevan: esos impresentables que se lanzan del balcón, llenan de plásticos playas y montes, al final cuestan mucho dinero público: los atendemos médicamente y les limpiamos las mierdecillas; además, destruyen con saña nuestra convivencia, paisaje y ciudades, sin el menor respeto por el país. Mientras, los únicos beneficiados reales, son los dueños de los hoteles, bares y discotecas, no el ciudadano de a pie. Por otra parte, un país que fía todo su futuro a los ingresos por el turismo, no hace sino retrasar en décadas su desarrollo inerme ante el futuro y sin prepararse para lo que se avecina. Más bien terminaremos convertidos en un parque temático para el resto de los europeos.
Y resulta muy curioso que los grandes medios de comunicación, sobre todo ingleses, hagan portada con el «vandalismo» anti-turista, pero no mencionen a sus borrachos, sus desmadrados, sus timadores a los hoteles… En definitiva, continúan mirándonos como a una colonia del extrarradio dónde se puede hacer lo que les venga en gana. Como en los años 60 vaya. Claro que les viene genial nuestra existencia: pueblo barato, afable, con sol y playas, donde enviar a sus jubilados y adolescentes alcohólicos. Porque, en mi primer viaje a París, me preguntaron si llevaba navaja en la liga; conste que llevaba vaqueros, como ellos.
Lo que nuestro miope Gobierno se niega a ver, además de no prever ese futuro, es que la rabia de una población súper explotada, harta de penalidades, de momento va contra los turistas, pero mañana puede ir contra los yates nacionales, por ejemplo.
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