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Más allá de la perversa seducción que provoca en algunos la estética del desastre, no hay nada bello ni edificante en un tsunami. No hace falta haber visto la película de Bayona sobre los efectos del maremoto de 2004 en Tailandia para sobrecogerse ante el ... poder destructor y el ingente sufrimiento que siembra a su paso una ola gigante. Tiene sentido que los que estos días incendian Cataluña se autodenominen 'Tsunami' porque realmente están consiguiendo que en su tierra ocurra 'Lo imposible', lo impensable, lo que hace unos años nadie hubiera imaginado... Barcelona, una ciudad donde antes imperaba la calidad de vida (lo dice alguien que residió allí quince años) ahora se está convirtiendo en un campo de batalla inhabitable. Y, para colmo de males, al mando de todo el cotarro está ese «íntimo pacifista» que, cual ensimismado Nerón, se dedica a contemplar la hecatombe tocando la lira...
No miente en su apellido el autodenominado 'Tsunami Democràtic'. Son realmente democráticos a la hora de arramblar con todo. En eso no discriminan. Mientras tanto, los demás, igual que la acomodada familia de la película de Bayona víctima del maremoto, estamos que no damos crédito, preguntándonos estupefactos ¿cómo es posible?, ¿cómo hemos llegado a esto? Cuando un tsunami real se produce, los geólogos analizan cuidadosamente los movimientos telúricos intentando desentrañar la causa y tratando de anticiparse al siguiente.
En los terremotos sociales por lo visto carecemos de sismógrafos. O quizás estemos demasiado implicados emocional e ideológicamente como para saber interpretar las señales de manera objetiva. En el caso de Cataluña, ha faltado detectar a tiempo la fricción de las capas tectónicas colectivas, estudiar a fondo por qué una de ellas, la más destructiva, iba creciendo, y proceder a su desactivación antes de que el sistema entero comenzara a temblar. Hoy ya es tarde y nadie parece realmente interesado en llegar al fondo, en desentrañar la causa, el verdadero origen de este 'Tsunami'... Una montaña de declaraciones cruzadas, acusaciones y soflamas del tamaño de un ochomil nos separa ya del auténtico epicentro.
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