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En la sala de espera del dentista cogí una de esas revistas de reportajes, hechas para que la perplejidad te haga olvidar el miedo. La abrí, o se abrió sola, por una página: «Japón inicia con el nuevo emperador Naruhito la era de Rei-wa, ... que significa 'orden y paz' o 'armonía'». Japón es para mí un eterno enigma, tanto o más como la palabra de su nueva era. Por eso obvié el sushi, las geishas, los cerezos en flor y los tópicos que tanto distraen, dedicando especial atención al apartado de princesas y emperatrices. Supe que Michiko, la emperatriz que acaba de abdicar por simpatía con su emperador -60 años de matrimonio- padeció durante su reinado estrés, depresión y hasta llegó a perder la voz, sin contar con un reflujo gastroesofágico, causado por la ceñida faja de su kimono. Su hijo, el desde hace días actual emperador Naruhito, eligió para casarse, entre trescientas candidatas, a Masako, una diplomática a la que la Casa Imperial consideró inapropiada precisamente por sus estudios. Dicen que inicialmente le dio calabazas pero al final aceptó caminar unos pasos por detrás de su marido en nombre del amor y la tradición. Presionada para engendrar un heredero, y con la ardua tarea de cultivar crisantemos, se enroló en depresiones y agotamientos que la hicieron permanecer aislada en su palacio, ganándose el sobrenombre de 'la princesa triste'.
El milagro se produjo cuando dio a luz a su hija Aiko. Resulta que EE UU le medio impuso a Japón una Carta Magna, una constitución de espíritu universal al terminar la segunda guerra mundial, a la que hubo que añadir la Ley de la Casa Imperial, aprobada en 1947 por el Parlamento bicameral, y que, entre otras tradiciones, limita la herencia al trono. En la ceremonia de nombramiento del nuevo emperador, cargada de simbolismo y que tuvo lugar en el Palacio Imperial de Tokio, no había ninguna mujer de la familia real; la ley que rige la institución prohíbe a las mujeres estar presentes en el momento en que el monarca recibe los Tesoros Sagrados. La normativa, sin embargo, no pudo impedir que por primera vez hubiera una mujer en la sala: la ministra de igualdad de género, Satsuki Katayama. Puede que parezca un anacronismo -que lo es- pero hay quien habla de tradición utilizando ese 'contigo ni sin ti tienen mis males remedio', que justifica tantas incongruencias y agravios. La Casa Imperial, o los contrarios a la sucesión femenina, la tienen tramada con los plebeyos, cosa que no se me antoja tan oriental. La cuestión es que aquí y en Japón las cosas no son tan distintas. Compartimos un problema acuciante; el país nipón sufre un envejecimiento alarmante desde que sus mujeres dejaron de cuidar crisantemos y se incorporaron al mundo laboral, lo que hace que la tercera potencia mundial se este replanteando la tradición. Sin más.
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