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Trump ha decidido pasar de la retórica a los hechos. Después de valorar los pros y los contras de una acción militar contra el régimen sirio como represalia a su empleo de armas químicas en Duma, el presidente norteamericano ha optado por la opción menos ... arriesgada: un ataque de mínimos contra objetivos de escaso valor estratégico. El bombardeo de un arsenal militar en Homs y un centro de investigación armamentística en Damasco permite a Trump salvar la cara ante un electorado aislacionista que no desea nuevas aventuras militares en Oriente Medio. Más que una demostración de fuerza cabe interpretarlo como una señal de debilidad, ya que no refuerza la posición de Estados Unidos en la región, sino más bien demuestra que quien tiene la sartén por el mango es el presidente ruso Vladimir Putin, que advirtió que una ofensiva masiva desencadenaría una enérgica respuesta por parte de las fuerzas rusas desplegadas en el país árabe. Bashar el-Asad puede respirar tranquilo dado que el ataque no ha dañado su capacidad ofensiva ni tampoco ha provocado un daño irreparable en sus bases militares. Incluso Irán, el archienemigo de Estados Unidos, ha resultado completamente indemne.
Aunque Trump se haya apresurado, tal y como hiciera George W. Bush tras el estropicio de Irak, a cantar victoria y dar por cumplida su misión, en la práctica todo sigue igual y nada cambia sobre el terreno. El presidente El- Asad se ha salido con la suya, puesto que el bombardeo con armas químicas contra el bastión rebelde de Duma, en las proximidades de Damasco, apenas ha tenido costes y, además, ha servido para acelerar la rendición del Ejército del Islam, la última facción armada que quedaba en la zona, cuyos milicianos han sido evacuados junto a sus familiares al norte del país. Aunque todavía no puede dar por ganada la guerra es evidente que se encuentra en una cómoda situación gracias al respaldo de la Rusia de Putin y el Irán de Jamenei. Sin su inestimable ayuda hace mucho tiempo que El-Asad habría pasado a la historia.
Mientras tanto, los grupos rebeldes que combaten a las tropas del régimen se encuentran en una situación desesperada. Abandonados a su suerte por los que antaño les armaron y les financiaron se han visto obligados a replegarse hacia el sur, donde todavía controlan buena parte de la provincia de Deraa en la frontera con Jordania, y al norte, donde dominan la provincia de Idlib en la frontera con Turquía. Los países vecinos les siguen proporcionando ayuda militar y víveres, pero cada vez es más evidente que no podrán recuperar el terreno perdido. No sólo eso: las diferencias entre las diversas facciones armadas son notables y los choques entre el Ejército Libre Sirio, el Frente de la Victoria del Levante, Ahrar al-Sham o el Ejército del Islam son habituales.
El conflicto sirio ha entrado en una dinámica cada vez más peligrosa. Da la impresión de que el régimen sirio y sus aliados tienen prisa por terminar la guerra, lo que ha provocado un recrudecimiento de las hostilidades y un repunte de las víctimas. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, la guerra ha provocado hasta el momento 511.000 muertos y la mayor catástrofe humanitaria del siglo XXI con seis millones de refugiados y otros cinco millones de desplazados internos dejando un país devastado y una sociedad dividida.
La perduración del conflicto representa un fracaso colectivo de la comunidad internacional, que ha contemplado impasible como la situación sobre el terreno se deterioraba año tras año. Aunque la ONU aprobó en 2005 una nueva doctrina basada en la Responsabilidad de Proteger con el objeto de prevenir los genocidios, crímenes de guerra, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad, lo cierto es que ha sido incapaz de detener el descenso de Siria a los infiernos. Desde 2011, Rusia, principal aliado de El-Asad, ha recurrido a su derecho al veto para impedir la aprobación de resoluciones de condena al régimen sirio en el Consejo de Seguridad.
Cuesta trabajo encontrar un solo crimen de guerra o de lesa humanidad que no se haya cometido en Siria en estos últimos años. El artículo 7 del Estatuto de Roma considera como crímenes de lesa humanidad el asesinato, el exterminio, la deportación, la tortura, la violación y la desaparición forzosa. Entre los crímenes de guerra, el artículo 8 enumera los siguientes: matar de manera intencionada, tomar rehenes, atentar contra la integridad física o la salud, destruir bienes y apropiarse de ellos de manera ilícita, privar a un prisionero de guerra de sus derechos a un juicio justo e imparcial o someter a deportación, traslado o confinamiento ilegales. También considera como violación grave los ataques intencionados contra la población civil o contra ciudades, pueblos o edificios que no sean objetivos militares. Y, por último, el empleo de armas químicas o gases asfixiantes y la utilización del hambre como arma de guerra.
El régimen sirio, y en menor medida algunos grupos rebeldes, han recurrido con frecuencia a estas prácticas, tal y como ha denunciado una vez tras otra el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Debe recordarse que los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles, por lo que no deberían quedar impunes. En lugar de inclinarse por acciones militares de carácter unilateral que no alteran la situación sobre el terreno y tan sólo sirven para acentuar la tragedia siria, la comunidad internacional debería concentrar en sus energías en que dichos crímenes sean juzgados por la Corte Penal Internacional.
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