Un triste adiós
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Ante las acusaciones a Plácido Domingo, hay una curiosa dicotomía entre la lírica norteamericana y la europeaTriste final para la notable carrera musical de Plácido Domingo en los Estados Unidos, al cancelar previamente en Nueva York y al dimitir esta semana de su posición como director general de la Ópera de Los Ángeles. Triste digo, porque lo anterior no solo ensombrece ... la obra y la carrera al tiempo que resalta las imputaciones, sino que además tensiona esa curiosa dicotomía entre una lírica norteamericana que denuncia, sospecha e investiga las acusaciones que recaen sobre el cantante; y otra europea que le cree, le defiende, le ovaciona y hasta le mantiene inalterable en su programación.
¿Con qué posición nos quedamos? Con ninguna, naturalmente. Primero, porque mientras en Norteamérica no se está respetando la presunción de inocencia ni las garantías previas a cualquier proceso penal, tampoco en Europa se analizan imparcialmente las acusaciones o se atiende al probable daño moral sufrido por las eventuales víctimas. Además de todo lo anterior, ni las acusaciones en Norteamérica constituyen por el momento una condena penal, ni mucho menos la defensa cerrada del cantante en Europa supone su firme absolución frente a las imputaciones de acoso sexual y abuso de poder.
Ante ello, y por doloroso que sea, solo queda mirar las cosas con cierta objetividad. Por ejemplo, no es razonable hablar de «conspiración» contra el cantante por el paso del tiempo o por el anonimato o el silencio prolongado de las denunciantes, ya que en la mayoría de los casos de este tipo el temor a las represalias induce al silencio. Y tampoco es aceptable defender al cantante con el simple argumento de los códigos y los comportamientos cambiantes, toda vez que un abuso o un comportamiento impropio es lo que es con independencia del tiempo transcurrido.
Es probable que en este caso nunca lleguen a probarse los hechos o los actos que definen o tipifican con claridad el acoso sexual y el abuso de poder. Ello puede ser todavía peor, porque dejará en el limbo la simple y pura verdad de lo acontecido. Un limbo en el que no se condena, en el que no se absuelve y en el que solo se va a permitir, por supuesto, el triste adiós de Plácido Domingo.
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