La dificultad objetiva para que China y EE UU se encuentren a mitad de camino en la gestión de sus diferencias impera sobre los intentos recíprocos de estabilizar las relaciones bilaterales. Buen ejemplo de ello es el doble escenario de tensión que amenaza con abrir ... un importante frente de inestabilidad en la región asiática.
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El primero atañe a Filipinas. Washington es su aliado de seguridad más antiguo. El expresidente Rodrigo Duterte, predecesor de Ferdinand Marcos Jr, inició procedimientos en al menos tres ocasiones para rescindir el Acuerdo de Fuerzas Visitantes que permitía a EE UU estacionar tropas en el archipiélago y fungir como garante de seguridad para su antiguo territorio. Sin embargo, al asumir el cargo, Marcos dio la bienvenida al regreso de las tropas estadounidenses. También amplió el Acuerdo de Cooperación de Defensa Mejorada otorgando a EE UU más bases militares. Además, Washington proporciona 120 millones de dólares al año al ejército filipino. Manila ha forjado acuerdos de seguridad con al menos 18 países durante el año pasado.
La escalada del conflicto entre Pekín y Manila en el mar de China Meridional, por cuyas aguas fluyen anualmente 5 billones de dólares en comercio internacional, va en aumento con reiteración de incidentes entre embarcaciones diversas y las respectivas guardias costeras, a cada paso más graves, con riesgo de desbordamiento. El secretario de Estado Blinken aseguró en una visita a Filipinas que su alianza es una prioridad absoluta para la Casa Blanca. Y Pekín acusa a Washington de utilizar a Filipinas como «peón» en las disputas para imponerle una tenaza estratégica. A Washington se están sumando Tokio y otras capitales de la zona que ven excesivas las reclamaciones marítimo-territoriales de China y arguyen en su favor el fallo de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya (2015) que los chinos rechazaron. Una pequeña unidad de tropas filipinas está estacionada en un banco de arena que Pekín reclama impidiendo los reabastecimientos frecuentes que necesitan.
El segundo escenario es Taiwán, pero ambos están muy relacionados. Han trascendido planes de EE UU para financiar la construcción de una base naval en un puerto filipino en Batanes, en el estrecho de Luzón. Esta ubicación sería crucial para acudir en auxilio de Taiwán. En tiempos de paz, el puerto mejoraría la capacidad de Manila para controlar su frontera marítima. En caso de guerra, serviría como punto de tránsito de suministros o de evacuación de los filipinos que trabajan en Taiwán.
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Para Taipéi, la presencia militar ampliada de EE UU en Filipinas tiene una importancia estratégica significativa. Washington y Manila reconocen que las tropas y los activos militares estacionados en la «primera cadena de islas» podrían servir para contrarrestar una hipotética acción militar continental contra Taiwán y, al mismo tiempo, defender Filipinas. Es probable que Pekín perciba esa nueva base en Batanes como una medida agresiva e incremente su inquietud.
La gestión de los asuntos marítimos tiene otro frente abierto, esta vez bilateral entre Pekín y Taipéi tras las secuelas de la muerte de dos ciudadanos chinos luego de una colisión de una embarcación pesquera con la guardia costera taiwanesa. Aún pendiente de cerrar un acuerdo, el incidente se está saldando en la práctica con el establecimiento de un control efectivo por parte del continente de las áreas contiguas a Taiwán. Se trata de aguas restringidas o prohibidas cuya demarcación se ha respetado tácitamente desde la década de los 90.
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Al igual que ocurrió con la visita de la expresidenta de la Cámara de Representantes de EE UU Nancy Pelosi, en agosto de 2022, que derivó en una erosión significativa e irreversible de la línea media del estrecho, a cada paso más surcada por buques y aviones del ejército continental, ahora Pekín está configurando un espacio de jurisdicción compartida antes de asumir el control pleno de las aguas inmediatas.Taipéi trata de mantener su autoridad en las aguas cercanas, pero es probable que no lo consiga.
Para echar más leña al fuego, un informe reciente daba cuenta de la existencia de personal de fuerzas especiales estadounidenses, los boinas verdes, estacionado permanentemente en la isla de Kinmen, a escasos kilométros de la continental Xiamen. Se trataría de instructores militares que habrían comenzado a tomar posiciones en los centros de mando anfibio del ejército taiwanés. También en la pequeña isla de Penghu. Con la boca pequeña, el jefe del Comando Indo-Pacífico de EE UU, almirante John Aquilino, ha dicho que la información es inexacta.
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Los motivos para el desencuentro van en aumento y el riesgo de que se produzcan escaramuzas también. Una diplomacia preventiva aconsejaría la adopción de medidas de enfriamiento de la situación con provisión de garantías para las partes. Las dificultades económicas en China, el año electoral en EE UU y el nuevo rumbo en Taiwán a partir del 20 de mayo inciden en los peligros de un escenario de inestabilidad.
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