Los BRICS celebraron la pasada semana su cumbre anual en Rusia, que ostenta la presidencia rotatoria. Máximos mandatarios de los países miembros -entre ellos, Brasil, India y China- y también altos funcionarios de muchos de los candidatos a la adhesión y del entorno próximo asistieron ... al evento. Para Moscú, con una guerra a cuestas, esta exhibición de poder de convocatoria supone abrir un boquete en el muro de aislamiento derivado de las sanciones occidentales por la invasión de Ucrania.
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Pero los participantes no asistieron, al menos en su mayoría, para mostrar su apoyo a Putin, exhibir su desacuerdo con las dobles varas de medir de Occidente o denunciar nuestra ineptitud para promover una cooperación con desarrollo con las economías periféricas, sino sobre todo para hacer avanzar una determinada agenda marcada por el desentendimiento de la hegemonía occidental. La disconformidad con el desequilibrio en la estrutura de una persistente y desfasada distribución del poder global que les margina opera como un aglutinante nada desdeñable.
Tras el Nuevo Banco de Desarrollo y el Acuerdo de Contingencia, los pasos para desdolarizar sus economías avanzan a ritmo tan voluntario como desigual, pero incesante, ahora con la promoción de un nuevo sistema de pagos internacionales, el BRICS Pay. Esto no significa que necesariamente tengan que conformarse como un grupo antioccidental. Sus principales miembros tienen una relación diferenciada con EE UU y no pocos miden sus decisiones mirando de reojo a Washington. Pero ese mundo gobernado por el G7 no los representa y ese es un dato que aminora las contradicciones y asimetrías del grupo.
La expansión es otro asunto de calado. El morir de éxito no es un peligro menor si tenemos en cuenta que hasta ahora el consenso ha sido la regla. Cuanto más grande, más difícil lograrlo. Nació como cuatro, luego cinco y ahora diez. Tras la suma de Sudáfrica en 2011, este año ingresaron como miembros plenos Etiopía, Egipto, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. En Kazán se ha abierto la posibilidad de establecer dos velocidades y diferenciar los miembros plenos de los socios.
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En los BRICS hay intereses comunes, pero también diferencias de matiz, y quizá más, que fundamentan una impresión de fragilidad que pudiera eclosionar a poco que las economías occidentales más desarrolladas muevan ficha para agrietar y hasta romper su cohesión. Pero exploran otro modo de hacer las cosas y en esa dinámica han cosechado éxitos que no deben menospreciarse, como la inclusión de Arabia Saudí e Irán, países cuyos conflictos se suspendieron por mediación de China.
El llamado Sur Global tiene la esperanza de que los BRICS, primero, representen sus demandas; segundo, se posicionen geopolíticamente como actor de peso; tercero, propicien una senda alternativa; cuarto, avancen en la cooperación práctica donde otros han fracasado. Su rumbo se bifurca entre la sombra de las disputas geopolíticas y la que debe ser su prioridad, afrontar los desafíos pendientes con respeto a soberanías, modelos, y excluyendo el recurso oblicuo o directo a la imposición.
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Los países que buscan la adhesión lo hacen por diversos imperativos, pero el factor estratégico es tan importante o más en esta plataforma multilateral que la exploración de vías para el crecimiento y el desarrollo. El Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghái, se consolida como una institución multilateral de referencia, habiendo aprobado ya 105 proyectos en todos los países miembros por 35.000 millones de dólares hasta finales de 2023.
Los BRICS ampliados han incrementado su participación hasta el 35,6% del PIB mundial, y su participación ha superado al G7 en términos de paridad de poder adquisitivo. Representan más de un tercio del territorio global, el 45% de la población mundial (3.600 millones de habitantes), más del 40% de toda la producción de petróleo y una cuarta parte de las exportaciones globales de bienes. Su dimensión es clara en los órdenes económico, demográfico, territorial, pero transformar esos datos en una comunidad de intereses capaz de extraer activos para una transición cualitativa hacia la multipolaridad no es tarea fácil. El reto de cuajar un sistema alternativo en áreas clave como la financiera, que obligue a otros a negociar abandonando la resistencia hegemónica numantina, tampoco.
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Su éxito depende mucho de China. Y de la relación de esta con India. A finales del año pasado el PIB de China había aumentado a unos 18 billones de dólares, cifra superior al PIB acumulado de los otros nueve miembros de los BRICS. Todos los demás aliados tienen a China como principal socio comercial y, salvo India y Brasil, todos forman parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta propuesta por China.
La popularidad de los BRICS está alineada con el surgimiento colectivo de los países del Sur Global. Estos, enganchados al tren BRICS, quizá tengan una oportunidad para hacer valer sus intereses con una perspectiva más comprometida con un desarrollo inclusivo y atento a las necesidades de sus poblaciones.
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