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Las cinco grandes economías emergentes que forman los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- celebran la próxima semana su cumbre anual. En una demostración de madurez y fuerza, los jefes de Estado de todos los países africanos han sido invitados a la cita. Mientras, ... es posible que Vladímir Putin participe a través de videoconferencia. Su ausencia, en cualquier caso, no afectará a la agenda de la reunión, muy centrada en su dilema: crecer o no y cómo gestionar la ampliación.
Desde su creación en 2006, el bloque de los BRICS se ha convertido en una importante plataforma mundial para la cooperación entre los países en desarrollo. Según el viceministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Ryabkov, casi 20 países han solicitado unirse a dicho grupo. El Gobierno de Sudáfrica eleva dicha cifra a más de 40. Sea esta cifra o su mitad, lo innegable es que hay países haciendo cola para entrar. América Latina y el Caribe son las áreas con el mayor número de solicitantes. Además de Venezuela, también hay que citar a Argentina, Bolivia, Cuba, Honduras o México. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Nigeria y otros productores de petróleo también han planteado unirse.
En la cumbre del pasado año, los cinco miembros llegaron al consenso acerca de la ampliación, que debe materializarse en el encuentro de Sudáfrica. El impulsor de la expansión fue China, quizá con la idea de seguir construyendo influencia diplomática para contrarrestar el dominio global del G-7 promoviendo un mayor peso de los países del Sur, aunque bajo la sombra de la repetición del equívoco europeo de confundir ampliación con potencia. No son necesariamente sinónimos. Precisa demostrar capacidad para articular sus propios puntos de vista e ideas y también para dinamizarlos en el contexto global.
Un segundo tema relevante es si impulsar o no su propia moneda. La base técnica ya existe: el Nuevo Banco de Desarrollo creado en 2014 y ahora presidido por Dilma Rousseff. Pero requiere decisiones políticas valientes. Sería un primer intento sistémico creíble de competir con el dominio global del dólar estadounidense y el comienzo del régimen financiero bipolar pronosticado por Nouriel Roubini. Si este proceso tuviera éxito, podríamos sentenciar que las perspectivas de la mayor reorganización del mundo de la posguerra serían mucho más que deseos sobre el papel. Y en lo práctico e inmediato, podría afirmarse como el gran banco del mundo en desarrollo apoyando la lucha contra el hambre, la desigualdad y la crisis climática, como dijo Lula en China, en un desempeño que debe ser «más eficaz y generoso» que el Fondo Monetario Internacional. «El banco existe para ayudar a salvar países, no para hundirlos», apostilló el líder brasileño.
Por otro lado, la dualidad estratégica de la India sigue sin resolverse. Si los BRICS comparten, en mayor o menor medida, un escepticismo antioccidental subyacente, la disensión chino-india añade incertidumbre y modera la retórica revisionista de la gobernanza global. La India nacionalista de Narendra Modi apuesta por una estrategia diversificada. Está históricamente cerca de Moscú, que sigue siendo su principal proveedor de armas. Pero también forma parte del Quad -un foro de diálogo con Estados Unidos, Japón y Australia- con la clara intención de contrarrestar a esa China con la que, por otro lado, comparte espacio en la Organización de Cooperación de Shanghái. Un complicado equilibrio geopolítico.
Hay buenas intenciones e innovadoras prácticas en los BRICS ante una agenda exhaustiva de temas que se abordan cumbre tras cumbre. Su sigla es reconocida como una marca global que abandera un propósito de ruptura, pero que, al menos hasta ahora, no ha ido más allá del voluntarismo. La mejora de la eficiencia institucional es una demanda formulada internamente, pero también desde el exterior. Todo tendrá que avanzar a su propio ritmo dependiendo del consenso que se pueda alcanzar. El problema es que la ventana de oportunidad debe aprovecharse a tiempo o pasará. Esta es la disyuntiva que puede lastrar a los BRICS.
El predominio de los intereses y circunstancias nacionales condiciona la dinámica del grupo y sus proyectos. Los números son importantes, ciertamente: aunque en valor nominal no ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPA) el PIB de los BRICS en riqueza global sigue siendo muy inferior al del G-7 -43,7% contra 26%-, su peso en el mundo no ha dejado de crecer. En términos de PPA, los BRICS ya superan al G-7 (31,5% frente a 30,7%). Entre 2021 y 2022, su contribución al crecimiento mundial fue del 31,2% frente al 25,6% del G-7.
Si Moscú y Pekín están en sintonía a la hora de mostrar cierta beligerancia anti-estadounidennse, no ocurre lo mismo con los otros tres socios, quienes comparten matices importantes. La generación de confianza política interna es indispensable para mejorar la cohesión. No lo facilita el hecho de que exista un desequilibrio tan significativo entre sus miembros a favor de China. El PIB de Sudáfrica equivale al 3% del de China. Esta representa más del doble de la suma de los otros cuatro.
Quizá no se trate de elegir en base a hipotéticos bloques, sino de una agenda transformadora del orden global. El no alineamiento, asociado a la tradición india contemporánea, es ampliamente compartido por el discurso diplomático de una China que critica a EE UU por obligar a otros países a tomar partido.
El objetivo central del grupo es garantizar que la gobernanza global tenga en cuenta las voces de más países en desarrollo, ese Sur Global que pide paso. China les ofrece enfoque diplomático, innovación institucional, comercio, infraestructura y finanzas, estimulando la creencia de un ciclo de crecimiento y transformación de las economías de estos países siguiendo su estela y con su apoyo.
Los BRICS pueden ser un símbolo de una alternativa estratégica, financiera y económica al G-7 que compense la pérdida de influencia global de EE UU con una propuesta de gobernanza que sólo puede basarse en una multipolaridad en proceso de gestación, pero que ciertamente alberga algunas ambigüedades, contradicciones y reservas.
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